Introducción: el riesgo como lente para mirar la realidad
El riesgo ha acompañado a la humanidad desde sus orígenes. Apostar, decidir, intuir, saltar sin red. Pero más allá de la acción concreta, el riesgo se ha convertido en una metáfora potente dentro de la cultura: está presente en la literatura, el arte, la política, el deporte y las decisiones cotidianas. Nos atrae y nos asusta. Nos hace sentir vivos y al mismo tiempo nos obliga a reconocer nuestra fragilidad.
Hablar del riesgo como construcción simbólica es hablar de cómo entendemos el mundo. Y en 2025, en una sociedad hiperconectada pero ansiosa, el riesgo vuelve a instalarse como narrativa central.
El azar como motor narrativo
El azar no es solo un elemento de juego: es un elemento estructural en muchas historias. Desde los cuentos tradicionales hasta la novela contemporánea, el “accidente” —esa decisión fuera de control, ese cruce inesperado, ese error que altera todo— ha sido una herramienta narrativa esencial.
En Rayuela, Cortázar construye una novela que puede leerse de múltiples formas. En La lotería en Babilonia, Borges imagina un sistema en el que todo está regido por la suerte. Incluso en relatos aparentemente realistas, el azar funciona como disparador: una carta mal entregada, un encuentro fortuito, una frase dicha sin pensar.
El arte imita la incertidumbre de la vida. Y lo hace porque el azar, aunque molesto, nos resulta profundamente humano.
Intuición: la razón oculta en la cultura
La intuición es la otra cara del riesgo. Es la respuesta no racional que, sin embargo, muchas veces acierta. En culturas donde el control, la previsión y la estadística lo dominan todo, la intuición aparece como un resquicio de lo ancestral, de lo mágico.
Muchas figuras artísticas y filosóficas han reivindicado la intuición como forma de conocimiento. Henri Bergson la colocó en el centro de su teoría del tiempo. Virginia Woolf la practicó en su escritura: no lineal, fragmentada, casi visceral.
En la narrativa y en el arte visual contemporáneo, la intuición aparece como contrapunto al algoritmo. Mientras la tecnología predice, el arte intuye. Y esa diferencia es clave para entender la tensión cultural de nuestra época.
Decidir sin garantías: el héroe moderno
La figura del héroe clásico —seguro, guiado por el destino o por los dioses— ha dado paso en muchas obras modernas a un protagonista que decide en la oscuridad. El héroe contemporáneo no tiene certezas: debe elegir sin mapa, sin tiempo y sin saber si lo que hace es lo correcto.
Este tipo de personaje se acerca mucho al jugador: actúa sabiendo que puede perder. Pero actúa igual. Esa ética del riesgo —del hacer a pesar del miedo— es una de las claves del nuevo relato cultural.
El riesgo como estructura: cine, videojuegos y narrativas interactivas
En el cine actual, el azar y el riesgo no solo están en la trama, sino en la propia forma. Películas como El efecto mariposa, Tenet o Everything Everywhere All at Once presentan estructuras caóticas, no lineales, que obligan al espectador a “jugar” con las posibles interpretaciones.
En los videojuegos, esta dimensión es aún más explícita. El jugador asume riesgos, toma decisiones que modifican el final, y aprende que no hay camino sin consecuencias. Títulos como Life is Strange o Detroit: Become Human convierten la intuición en mecánica narrativa.
Lo mismo ocurre con la literatura interactiva: libros en los que el lector elige, cambia de página según su decisión, construye su propio relato. ¿No es eso una metáfora perfecta de vivir?
El riesgo como resistencia simbólica
En un mundo que promete seguridad y control, el riesgo también es un acto de resistencia. Elegir lo incierto, lo no garantizado, lo abierto es una forma de decir “quiero escribir mi propia historia”. Por eso el arte contemporáneo abraza lo experimental, lo incompleto, lo que no asegura éxito.
Instalaciones que se destruyen solas, obras que cambian según la participación del público, textos que se deshacen en tiempo real. Todo eso es riesgo asumido como lenguaje.
Cultura de datos vs. cultura de intuición
Hoy vivimos atrapados entre dos lógicas: la del dato y la de la corazonada. La primera mide, predice, clasifica. La segunda siente, presiente, arriesga. La tensión entre ambas se ve en casi todos los campos: desde las finanzas hasta las relaciones personales.
Incluso en el arte, esta lucha es evidente. El algoritmo sugiere qué ver, qué leer, qué escuchar. Pero el artista aún insiste en lo impredecible: crea desde una zona oscura, sin promesas de impacto.
Y el público, en muchos casos, responde mejor a aquello que no parece diseñado para complacerlo, sino para retarlo. El riesgo vuelve a ser lenguaje común.
Juegos culturales: cuando el riesgo es forma
No hablamos solo de contenido, sino de forma. Muchos productos culturales actuales imitan dinámicas de juego y azar: las redes sociales operan como ruletas de validación, el scroll infinito es un “gira otra vez”, y la lógica de las recompensas aleatorias está en todas partes.
La cultura se gamifica. Pero también se juega en otro nivel: el del sentido. ¿Qué significa cuando el arte nos obliga a interpretar sin certezas, a intuir más que entender?
Allí está el verdadero riesgo: no en perder, sino en no saber qué estamos apostando.
Conclusión: una metáfora que nos define
Entre el azar y la intuición, entre el miedo y la curiosidad, entre la posibilidad de perder y la tentación de ganar, se construye una de las metáforas más potentes de la cultura contemporánea: el riesgo.
Nos enfrentamos a decisiones cada día. Algunas pequeñas, otras radicales. Algunas controladas, otras inevitables. Y como en los grandes relatos, no siempre sabemos qué nos espera. Pero seguimos eligiendo.
Porque intuir es también un modo de pensar. Y arriesgar, un modo de crear.