Esa era una de las claves que lo llevó a seguir trabajando hasta sus últimos días. Murió ayer, a dos meses de cumplir 100

“Estoy chocho con la vida. Soy feliz y quiero vivir así hasta... lo que sea”, le dijo Max Berliner a EL DÍA en 2015

En la última entrevista con EL DIA, Max Berliner acababa de cumplir los 96 años y estaba entusiasmado como un chico por su papel protagónico en “El deseo de Domingo”, la película que se convertiría en uno de sus últimos proyectos. En el marco de esa nota, contó cuál era la clave para, al filo de los cien, seguir trabajando incansable y feliz, y su respuesta fue contundente: “Amar la vida como se ama a una madre”.

Actor, docente, autor y director de cine y teatro, Max Berliner murió ayer, a los 99, a dos meses de llegar al centenario. En noviembre del año pasado había sufrido un accidente doméstico y su salud, desde entonces, se había ido deteriorando.

Referente de la cultura judía en el país, había nacido el 23 de octubre de 1919 en Varsovia y llegó al país en 1922, cuando sus padres decidieron emigrar y aquí desde niño comenzó a cultivar su pasión por la actuación. Se hacía llamar “el polaco porteño”.

Hijo de madre costurera y padre obrero metalúrgico, Max fue durante 60 años maestro en la escuela Scholem Aleijem, cuna de alumnos que lo recuerdan por las representaciones en las que participaron. Incluso, el salón de actos de la escuela lleva el nombre de Max Berliner.

El artista, que vivía en el barrio porteño de Villa Crespo, donde a fuerza de su sonrisa se ganó “un millón de amigos”, participó en más de 40 películas, entre ellas “Los gauchos judíos”, “Y mañana serán hombres”, “La Patagonia Rebelde”, “Plata dulce”, “Las barras bravas”, “Un amor en Moisés Ville”, “Seres Queridos” y la conmemorativa del atentado a la AMIA “18J”.

En televisión tomó parte en más de una decena de series, entre las que se cuentan “Otra vez Drácula”, “El pulpo negro”, “Amigos son los amigos”, “Como pan caliente, Chiquititas”, “Tumberos”, “Disputas”, “Doble Vida”, “Casados con hijos”, “Hermanos y detectives”, “Botineras”, “Malparida” y “Graduados”.

Le dijo Max a EL DIA que “para ser protagónicos, los personajes no tienen que ser grandes” porque “lo que importa, más que el metraje, es la interpretación” y él, en la suya, ha tenido muchos chicos que lo han llenado de satisfacciones. Y recordó, en este sentido, una escena que hizo en un filme con Federico Luppi, menos de diez minutos de metraje que el público coronó con un aplauso espontáneo, efusivo y colectivo. “Fue una cosa increíble. Yo estaba en Israel y mi señora, que había ido al estreno al cine que estaba en Callao, me llamó para decirme ‘Max, tenés que venir a ver la película’. Y cuando la vi pasó lo mismo. Nunca imaginé que podía suceder una cosa así”.

Por eso fue que se encantó con el personaje que le regalaron Fernando Tranquillini y Fernando Scarfó en “El secreto de Domingo”, porque “en él me encontré: los deseos de él, son los de Max”.

El filme, que replanteaba el lugar de los adultos en la sociedad, buscaba demostrar que “las posibilidades de participación activa de los adultos mayores en sociedad parecen muy limitadas pero cuando encuentran un camino para recorrer y ese camino está afianzado en el amor, las barreras caen y se produce el milagro de la vida”.

Y con todo eso Max estaba de acuerdo porque, para él, la vida era amor y el amor, vida.

“Uno tiene que vivir contento, feliz, con seguridad. Respirar el aire, ver las estrellas, hablar con las nubes, con la luna, hablar con todos los seres fantásticos. Elevarse, contemplar la naturaleza, la belleza, ser sublime a eso, ser noble. La gente tiene que dejar de correr y detenerse a respirar”, reflexionaba.

Y sin que le pidiera balances, los hacía: “Estoy chocho, re chocho con esta cuestión de la vida, del amor. Estoy re contento con todo lo que me ha dado. Soy feliz y quiero vivir así hasta... Lo que sea. No importa. Lo que haga falta. Meses, días de vida, hay que aprovecharlo, y seguir viviendo”.

Y compartía que, para vivir así, feliz y despreocupado, era importante tener siempre un proyecto bajo la manga. “Sueño con proyectos. Cuando me voy a dormir, los anoto, y vuelan en mi cabeza, son papelitos que vuelan por mi cabeza. Realizables o no, pero yo los anoto. Tener proyectos es lo más importante en la vida: tener cosas que hacer, objetos, objetividad, vivir con ganas de vivir de seguir viviendo. Eso es lo más importante. Estoy re chocho. Hay que quererse, amarse, respetarse. Tomarse un tiempo, dejar de correr y respirar. A veces no nos damos cuenta que lo que estamos respirando es la vida”.

En 2009 se metió a los más jóvenes en el bolsillo al protagonizar una publicidad para un medicamento contra el reuma, en el que se lo veía enérgico y vital, haciendo gimnasia y otras destrezas.

En 2012 fue consagrado por primera vez con el Martín Fierro y cuando subió a recibirlo, bromeó: “tuve que esperar 92 años pero llegó”. El lauro llegó por su trabajado en “Graduados”, en donde le dio vida a Schlomo Goddzer, el abuelo de Andy Kusnetzoff en la ficción de Underground, y que supuso su último trabajo en la pantalla chica.

En 2013 fue nombrado como Personalidad Destacada de la Cultura de la ciudad de Buenos Aires por la legislatura porteña por su tarea a favor de la difusión del idish.

“Hoy solo música para recordarlo”, pidió ayer en su cuenta de Facebook su hijo Daniel, quien definió a su padre como un “ejemplo de vida”.

Sus restos, que comenzaron a velarse ayer en Lavalleja 1556, serán inhumados hoy a las 10 en la parte vieja del Cementerio Israelita de La Tablada.