Red de Literatura y Cine
Hace unos años alguien me hizo una entrevista para una tesis sobre la creatividad femenina que tituló "Una mujer que escribe".
Recuerdo que el título me desconcertó levemente, y me hizo preguntarme por qué una mujer que crea —en todo lo amplio del término— debe diferenciarse del creador, cualquiera sea su género. ¿Por qué no escritora? Cuando se lo pregunté, me miró con una sonrisa incómoda.
—Hay muy pocas mujeres que se atrevan a llamarse escritoras —me explicó—, como si se tratara de una vergüenza histórica.
—Pero hay muchas más que escriben. Publican. Pertenecen al ámbito literario.
— ¿Tú misma te llamas escritora?
Me quedé en silencio. En realidad me había llevado años luchar contra la resistencia de llamarme "escritora" solo por el hecho de escribir unas cuenta columnas, un blog personal y al final publicar un libro. Pero, al final, eso es lo que era, sin más ni menos. Se trataba de mi profesión, mi manera de expresarme y también de sustento.
De modo que por último, me llamé "escritora", con algunas reticencias y sin dejar de sentir una profunda vergüenza.
Me enfrenté a burlas y críticas, e incluso tuve una extraña discusión sobre mi arrogancia, y llegué a preguntarme si los hombres sufren situaciones semejantes, si en trabajos vocacionales deben luchar contra cierto estigma de convalidar su talento frente a una cultura que parece jugar en detrimento de la idea general. Al final suspiré y me encogí de hombros.
—Es una idea dura, esta — confesé. Él asintió.
—Lo es. El peso histórico es considerable.
"Todo arte es un espejo, una puerta o una ventana ", me dijo una vez una de mis profesoras de la licenciatura de Literatura, "decides qué mostrar o qué esconder, pero esa decisión también es ilusoria: el arte escudriña, destruye barreras y límites.
Con frecuencia, el arte es vehículo y también herramienta. Lo es tanto para la evolución de lo que consideramos artístico como para la percepción de lo que el arte puede reflejar del autor. Un camino arduo y doloroso que el artista suele recorrer con esfuerzo.
Para la mujer, el trecho es aún más complicado: durante siglos el trabajo artístico femenino fue invisibilizado, menospreciado y estigmatizado. Como si la visión enaltecedora sobre la belleza, el dolor y ese elemento desconocido que con mucha ingenuidad llamamos 'ideal', estuviera fuera del alcance de la capacidad intelectual femenina.
—Todo arte es un espejo, una puerta o una ventana —me dijo una vez una de mis profesoras de la licenciatura de Literatura— decides qué mostrar o qué esconder, pero esa decisión también es ilusoria: el arte escudriña, destruye barreras y límites. Te muestra aunque no lo sepas. Te hace vulnerable aunque no lo desees.
Para una mujer, además, se trata de una batalla contra una cultura que considera que el arte femenino debe atenerse a ciertas reglas y, sobre todo, sostenerse sobre ciertos renglones de género que no son esencialmente importantes, o terminan por formar parte de una amplia red de generalizaciones poco respetuosas.
En esa ocasión, le había mostrado uno de mis cuentos. En medio de la timidez y el terror que produce mostrarle lo que se escribe a alguien más, también sentí una enorme curiosidad. Una expectativa profunda sobre lo que podría encontrar en mi pequeña historia.
La profesora no me defraudó: leyó el cuento de un tirón y después me habló sobre mis obsesiones visibles e invisibles, escondidas entre las palabras. Mi forma de contemplar el universo de las pequeñas cosas que me rodeaban.
Y me sorprendió lo acertado de sus conclusiones, la manera como mi cuento pareció convertirse en una hoja de ruta hacia no solo mi forma de pensar, sino a las ideas aparentes y enrevesadas en mi mente.
Virginia Woolf deploraba la pobreza del lenguaje al momento de describir la enfermedad, el dolor físico y mental. Pero, sobre todo, le irritaba la manera edulcorada como se definía al arte hecho por mujeres.
—Hay una percepción sobre el arte como inocente. En realidad el arte es malintencionado, manipulador y, en ocasiones, cruel.
Eso es hermoso —sonrió al decirme aquella sorprendente frase— toda obra de arte crea una estructura que sostiene lo que piensas, sientes, temes y anhelas. Es una comprensión inusual sobre los elementos que te crean y, sobre todo, los que pueden definirte. Para la mujer, además, es una forma de liberación, la independencia intelectual definitiva.
Crear te hace sostener tu identidad sobre un sistema de valores que construyes a partir de lo que asumes valioso. Eso es importante. Esencial en muchas ocasiones.
Por años, recordé esa conversación, aunque no se trata de una idea reciente. Virginia Woolf deploraba la pobreza del lenguaje al momento de describir la enfermedad, el dolor físico y mental.
Pero, sobre todo, la irritaba la manera edulcorada como se definía al arte hecho por mujeres, por lo que insistió hasta elaborar una idea neutra sobre la voz literaria de un escritor.
Y lo hacía porque la mayor parte de su vida había padecido de todo tipo de padecimientos mentales y biológicos que marcaron y definieron su obra literaria, como también lo hizo su género. Para Virginia Woolf escribir no solo era un método de expresión formal, una obra de arte en constante construcción sino también un vehículo válido para contar el horror y la angustia privada. Esos pequeños espacios de dolor infernal íntimo que nadie puede comprender muy bien.
Visto así, el arte es sin duda una amenaza para cualquier forma de poder que insista en la dominación y por ese motivo, quizás, siempre se ha intentado controlar lo que se expresa —o las nociones del arte— como una forma de cerrar espacios a la libertad creativa.
Para Virginia Woolf escribir era un vehículo válido para contar el horror y la angustia privada.
Por eso tantas mujeres se han firmado como "anónimas" o han insistido en usar seudónimos masculinos para enfrentarse a una sociedad que intentó cerrar espacios a su capacidad como artistas, creadoras o talentosas. Una especie de rehén de sus propias capacidades.
"¿Una mujer que escribe?" pienso mientras analizo las ideas de este artículo, mientras sonrío pensando en todo lo que la escritura me ha brindado y supongo me brindará en el futuro. Una forma de libertad personal difícil de explicar. "Mejor escritora", me digo con un suspiro. Un cambio de paradigma, una forma de luchar contra ideas más viejas que mi propia historia. "¿Todo es tan sencillo?" me pregunto con una sonrisa. Tal vez lo es.
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