Mientras llegan noticias del desmoronamiento de la post-dictadura  entrecortadas -nunca mejor dicho- por la crisis que los políticos europeos han creado con sus amigos de la pasta retenida o sumergida en los verdaderos negocios -drogas, esclavitud de mujeres y mafia en general- viene a mi memoria, rauda como una centella, aquella humorística y galaica frase de Pío Cabanillas  en la sede de UCD, cuando se caía el tinglado que el avezado falangista creó para pervivir y no perder ni un ápice de control de la calle:  "Ya no sé si soy de los nuestros", donde el pronombre  está en lugar de la horrenda palabra "ciudadanía".

Hace un mes que el gobierno alemán ha desclasificado los papeles de Lothar Lanh, embajador de la Alemania Federal cuando el golpe del 23-F y en los que puede leerse la estupefacción que le produjo la comprensión que el Borbón le  manifestó con los golpistas cuando se reunieron tras la "solución" de esa misteriosa noche.

Este afloramiento de la verdad revuelve mi memoria como las corrientes atlánticas que golpean las rocas milenarias y elevan como espuma brava una curiosa explicación del porqué de mi marginación en esta dictadura cada vez menos encubierta.

Desde 1975, cuando fui detenida por haber sido elegida delegada de curso en mi primer año en la universidad, quedé catalogada como "enemiga" del régimen. Así,  cuando en los 80 iba a salir del país, fui retenida por "tener antecedentes penales", cosa que demuestra que el régimen es el mismo.

En 1991, cuando se montó el circo que destruyó el sistema educativo con la entrada en dicho cuerpo de profesores de más 23.000 suspensos y fui portavoz estatal de los aprobados eliminados -¡vaya contradiós!-  no he tenido más que acoso y persecución que llegó al extremo de secuestro con drogas y jubilación forzosa con la colaboración de varios "compañeros".

El 23-F de 2005 firmé la compra-venta de mi piso, una casa de 1898 declarada Patrimonio Histórico. El 14 de abril del mismo año, la casa fue derribada intencionadamente. Manda truco!...

No terminan aquí las coincidencias: el vecino del bajo, que aunque vive en otro sitio cobró 30.000 pavos de indemnización, mientras yo fui condenada a pagar las costas del juicio perdido- tiene sobre su puerta un número 8, dígito que reproduce el que hay en el portal, de modo que hay dos ochos. En la Alemania post-nazi, para no ser descubiertos, dos ochos son dos haches, esto es "hei Hitler". ¡Manda carallo!...

Pero no acaban aquí las nada azarosas coincidencias. Para ello voy a pasar de Alemania a Francia. La Coruña, ciudad donde todos saben mis cosas, se dice "La Corogne", es decir, "La corona".

Que el amable lector saque las conclusiones pertinentes. 

Y para acabar, pregunto: Y tú, ¿dé qué lado estás?. Yo, del lado del culpable del desaguisado: el elefante ... blanco.

PD: "Para que ganen los malos sólo hace falta una cosa: que los buenos no hagan nada"