Ya son las 6.30 de la tarde. La gente de la oficina se está yendo a casa y yo sigo esperando en el aeropuerto. Espero, pienso, escribo y leo, respondiendo mails y mensajes. Podría decir que el tiempo vuela, basta concentrarse y hacer algo. Ahora estoy sentado cerca de la salida B34, de donde parte mi vuelo. Alrededor mío hay unas 30 personas. Todas esperando un vuelo u otro y por una casualidad del destino, estamos aquí, juntos y separados, esperando.

Hay una muchacha joven vestida de verde con los pantalones apretados y ropa ligera, seguida de su amiga, que lleva pantalones rosados, siempre ajustados al cuerpo y una camiseta blanca de mangas cortas, que perfila perfectamente su busto. La de verde, lleva una peinada movida, estudiada y a la vez despreocupada. Su rostro es perfecto y debe tener unos 25 años. Ella sabe de su belleza, sus cabellos y está consciente de ser mirada. Ha llegado también una familia italiana. Madre, padre e hija, hablan entre ellos y sigo desde lejos su conversación. Cuentan y recuentan sus historias y aventuras en Holanda. Quizás piensen que nadie los entienda. Por otro lado, hablan sobre banalidades y no presto mucha atención.

Estoy sentado en una fila que da hacia la pared y detrás de mí, hay un enchufe eléctrico, que no funciona. Por el momento, 4 personas han probado a cargar sus teléfonos y a todas les explico que no funciona y las mando a un lugar, donde sé que podrán cargar sus baterías. Desde la ventana observo el tráfico de aviones. Llego una mujer de unos 35 años con su hijo. Automáticamente pensó a cargar sus baterías. Los escuché hablando español sudamericano y le dije, en español, dónde podían ir a resolver su problema. Me agradeció y habló por teléfono con su marido. Le explicaba dónde estaba y lo que hacía. No les he preguntado de donde son, pero pienso que sean colombianos, ya que tienen un ligero acento caribeño.  

Busco nuevamente el rostro de la muchacha de pantalones verdes, pero encuentro sólo a su amiga. Bajo los ojos y sigo leyendo. En el tablero muestran el vuelo en perfecto horario. Por el otro lado del pasillo, pasa un señor de unos 65 años, calvo, relativamente bajo para Holanda y vestido de invierno y esto me sorprende un poco. Mientras escribía esto, llego una joven a cargar su teléfono y nuevamente tuve que explicar que no funcionaba y que tenía que ir a otra parte a cargarlo. La vida es así, cada uno busca resolver sus problemas y se despreocupa del resto y en estos momentos la madre y el hijo hablan en voz alta con otra persona al teléfono, contándole sus aventuras de viaje.

Una señora de mi edad, se sentó a mi lado, comiendo un sándwich y leyendo una revista. Se sacó las sandalias y lucía un esmalte rojo intenso en las uñas de los dedos de los pies. La observé de reojos, no hablé con ella, pero pude sentir su perfume. Estaba bien vestida con ropa ligera y elegante. Pensando en ella, en su modo de ser y en lo que podía ser su vida, me di cuenta que mi batería se estaba agotando rápidamente y cerré todo para buscar un lugar donde cargarla. Le sonreí a la señora y me alejé lentamente, dejando atrás vidas y dramas interrumpidos, que ya no volveré a encontrar.