He llegado temprano al aeropuerto de Ámsterdam. Mi vuelo sale a las 20.40 y tengo unas 6 horas de espera. Estoy en un lugar que se llama “La Place”, tomando un té verde y observando la gente a mí alrededor. Desde la ventana veo la parte exterior del aeropuerto, donde llegan taxis y buses. Todo parece atareado, la gente se mueve de prisa. Muchos hablan al teléfono, otros se toman fotografías para inmortalizar un momento, que quizás no tenga importancia. Otros leen, consultan sus tableros o conversan entre ellos. La prisa es omnipresente y determinante en la escena y se respira en el aire. Desde la parte interna del aeropuerto, antes del check in, se pasa por la estación de trenes y los pasajeros corren de un lado hacia el otro.

La vida ha cambiado enormemente en estos últimos años. La tecnología, la globalización, las ciudades y el comportamiento de las personas. Observándolas, percibo que cada una de ellas está sumergida en su mundo, viviendo el momento aislada del resto de las personas y sin compartir su realidad. El mundo social se ha segmentado y cada uno es un compartimiento que se abre, se cierra y gira alrededor de su propio eje. El espacio físico se ha reducido y ampliado al mismo tiempo. Uno toma el teléfono y habla con otras personas, otro por Skype saluda a su familia y la informa sobre el tiempo o se ponen de acuerdo sobre la cena o la película que van a ver juntos, cuando llegue a casa.

Los contenidos colectivos, los temas comunes se limitan a superficialidades y los encuentros son siempre más entre vidas paralelas, que casi no se tocan y se ha perdido la capacidad de estar juntos, charlar y escucharse recíprocamente, compartiendo experiencias reales de la vida cotidiana y quizás este sea el problema, la vida cotidiana ya no existe como realidad colectiva y cada individuo es siempre más un mundo aparte. Observo mi alrededor y siento la necesidad de reflexionar sobre esta cotidianidad sin contenidos comunes. Este es otro misterio de la modernidad con todas sus implicaciones positivas y negativas. Nunca había pensado que el concepto de libertad individual tuviera como precondición interrelaciones sociales y sin estas, la libertad pierde su sentido. El aeropuerto como metáfora de la vida moderna es interesante en el sentido que ilustra lo efímero de momento y el hecho de que partiendo desde un punto común las personas se separan entre ellas y cada uno toma su vuelo sin destino.  

Cambié de posición para cambiar perspectiva. Ahora estoy sentando de frente a un espacio enorme por donde se entra al aeropuerto y se baja a la estación. Veo la gente que pasa en todas las direcciones. Algunas parten, otros llegan. En muchos acarrean maletas y más que los grupos, dominan las personas que están solas. Me sorprende la diversidad en los vestidos, me sorprenden también las diferencias de una persona a otra. Se hablan varios idiomas, domina el holandés y el inglés. El alemán, francés, italiano y español son frecuentes y se escucha también un poco de chino, japonés y coreano.

Una madre pasa con sus dos hijas que al parecer son gemelas, una muchacha sola arrastra una maleta pesada. Hay una fila en las maquinas que dispensan billetes para el tren y nadie se habla entre los que esperan. Hay pocos niños, Una asistente de vuelo de la KML pasa masticando una goma de mascar con su uniforme de color azul claro-celeste, que evoca los cielos o ese firmamento lejano, donde cada uno de nosotros es una estrella, que ilumina vagamente, independiente de la luz de todos los otros astros. La gente habla cada vez menos. Los contactos sociales son casi inexistentes. Uno puede hacer tantas cosas sin dirigirle la palabra a nadie y, sin embargo, en muchos aspectos de la vida dependemos el uno del otro y esto lo estamos olvidando.  

Dentro de poco parte el tren para Groeningen desde el andén 1. Del andén 2 anucian un tren a la estación central de Ámsterdam. Los pasajeros bajan una escala mecánica y otros suben y al llegar arriba, miran automáticamente los letreros que anuncian los vuelos. Esta interjección de redes e infraestructuras hace Schiphol uno de los aeropuertos más eficientes de Europa con conexiones a todos los continentes y esta región de Holanda, entre Ámsterdam, Rotterdam y Utrecht es un centro mundial del comercio, innovación, logística y servicios, pero en este mar de personas anónimas, pienso que hay que rescatar la comunidad y el individuo.

Una señora de unos 50 años, que podría confundirse fácilmente con el resto, exclama una frase en danés, llamando a su marido, que estaba unos metros más adelante y entiendo claramente su mensaje, mientras dos ancianos pasan tomados de la mano en dirección hacia la salida, como si persiguiesen un sueño y así, entre las multitudes, se manifiesta un poco la individualidad, mientras afuera hace calor y de un televisor enorme muestran escenas de fútbol.