Red de Literatura y Cine
HOY TOCA HABLAR DE LA MUERTE
Le preguntaron una vez a Woody Allen que desearía para su funeral y contestó “No estar allí” ¿Quién querría estar? Pero inevitablemente allí estaremos. Ya se sabe que, para el filósofo, “la vida es una continua meditación sobre la muerte”. Pero en estos días aciagos que la Humanidad está pasando, todos meditamos sobre ella, sobre nuestro destino, sobre la fortuna o no que en esta demencial lotería de contagios tendremos. Aquí estamos todos, jugando todos a la ruleta rusa. La muerte ya no es un tema que solo les pasa a otros, cada minuto que pasa en nuestro confinamiento sanitario tememos escuchar el sonido que indica que la bala está ya en nuestro cerebro. Alea jacta est.
Permitirme la licencia de citarme. Voy a tomar de mi obra Humanitas et Universalitas algunos pensamientos que en su momento escribí sobre la muerte, en estos días en que todos tenemos la muerte tan presente.
Os dejo un pensamiento de uno de mis maestros predilectos “Si no sabes morir, no te importe; la naturaleza te informará de inmediato, de manera plena y suficiente; hará exactamente la tarea en tu lugar. No te preocupes por ella: en vano, mortales, indagáis la hora incierta de vuestro fin, y por qué camino os llegará la muerte. Montaigne”.
Y de unos de los contradictorios polímatas españoles, Diego de Torres Villaroel, este otro amargo pensamiento “De asquerosa materia fui formado/ en grillos de una culpa concebido/ condenado a morir sin ser nacido/ pues estoy no nacido y ya enterrado”.
Pero a mí me gusta más tal vez nuestro mejor poeta contemporáneo, recientemente fallecido, el malagueño Manuel Alcántara, cuando dice “Ser hombre es ir caminando hacia el olvido/ haciéndose una Patria en la esperanza…”.
Tengo muchas páginas sobre la muerte, y más sobre nuestros caminos hacia la vida eterna, pero ese es otro tema, me cuesta mucho seleccionar, voy a daros mi visión trágica de la muerte y luego mi versión festiva, con la única defensa posible ante la presión de los pensamientos trágicos: el sentido del humor.
“La Vida en su conjunto, nuestra Vida como especie consciente, es una esplendorosa y precaria promesa de conocimientos, potencialidades, civilidades y futuros, pero a nivel individual la vida es una apuesta desesperada que tenemos perdida de antemano ya que solo nos espera la muerte. La Vida finalmente siempre termina por matarnos, irremediable consecuencia “del inconveniente de haber nacido”. “La muerte es la receta para todos los males. No hay nadie que no pueda arrancarle la vida a un hombre; pero nadie puede arrancarle la muerte: mil caminos se abren hacia ella. Montaigne”. Ya que en este mundo nuestro morir no es lo difícil, lo difícil es vivir.
Fantasmagórica y evanescente cualidad de la vida “Nuestro nacimiento es solo un sueño y un olvido. T. Monson”. La tremenda y espantosa fugacidad de la vida, “No hay cosa tan ligera para huir como la vida. F. Rojas”, y la certeza de la muerte está siempre presente en el fondo de la consciencia de todos nosotros, sabiendo que no existe un lugar donde podamos escondernos de nuestro inexorable y fatal destino y dando, desde tan cruel asunción, un sabor agridulce a la totalidad de nuestra existencia, tiñendo de futilidad cada una de nuestras obras, cada uno de nuestros propósitos y cada una de nuestras esperanzas, amargando todos nuestros triunfos y acrecentando todos nuestros fracasos. “Recuerda que solo eres un hombre y morirás”. “Memento, homo, quia pulvis es et in púlverem te reverteris” Polvo somos. “Nuestro común destino es el olvido”. Eterno canto desesperado de la vida y de la muerte “Así es la vida: polvo. Menos que polvo: viento/ Menos que viento: sombra. Menos que sombra: un eco/ Acaso un eco inútil ¡O todavía menos! A. Capdevila”.
Melancólica tristeza siempre sobre nosotros gravitando, trágica comedia de la existencia consciente, “sentimiento trágico de la vida. Unamuno”, para los que lo entendemos y lo sufrimos, sombra oscura que toda la vida nos acompaña con aterradora mirada irónica ante nuestros afanes, cara y cruz de la existencia, temible y desoladora compañera, madre, hermana, amenazante guadaña, fatídica cosechadora, “hanos mostrado en ti que claros ojos/ y juventud y gracia y hermosura,/ son también, cuando quiere, sus despojos. Garcilaso”, que como poeta y soldado con tanta intimidad la conoció, envés sombrío de la moneda de la Vida, fugacidad de todo lo viviente. “Aprended, flores, en mí/ lo que va de ayer a hoy/ que ayer maravilla fui/ y sombra mía aún no soy. Góngora”.
Es de admirar el impulso vitalista de la especie que a pesar de saber de la fugacidad de nuestras vidas y de la futilidad de nuestras obras, ser solo “un ser para la muerte”, nos permite en el breve tiempo de que disponemos, en un sueño de imposible permanencia, -“la vida solo es la muerte en movimiento”,- dedicarnos con seriedad y con vocación de imposible eternidad al trabajo individual y cooperativo que en el tiempo nos ha permitido llegar a estos primarios estadios de civilidad en que la Humanidad se encuentra hoy y que nos permite entrever, en una cercana lejanía, muchos de los más antiguos sueños de la especie. “Partimos cuando nacemos/ andamos mientras vivimos,/ y llegamos/ al tiempo que fenecemos;/ así que cuando morimos/ descansamos. J. Manrique”.
Tristeza en el amargo adiós a la vida de los que queremos. “La mañana de otoño en que moriste;/ Los cirios compañeros de velada;/ La madre y los hermanos, todos juntos;/ el ataúd que sale de la casa;/ el sollozante oficio de difuntos…. Ramón López Velarde”. “Y, sin embargo luchamos, hacemos proyectos, desarrollamos actividades, figuramos cosas, creamos y actuamos como si no fuéramos a morir, como si fuésemos eternos, y como si la muerte, la nada, no nos estuviese observando con sus regocijados ojos en cada uno de los instantes de nuestra existencia. Vivimos porque vivimos, vivimos para vivir y vivimos por vivir. A. C. Montes”. Y en este vivir sin vivir mientras vivimos, en este vivir a la espera, un día morimos, ya que solo y sin otra culpa que nacer, alea iacta est. “¿Qué amigo será tan amigo/ que en el entierro esté conmigo? V. Moraes?”. ¿Acaso tendré, o no, una mano amorosa, o al menos amiga, que cierre mis ojos?
¡Ay del temor al olvido! Del pasar por esta vida sin dejar huella, sin testimonio de haber vivido. “Y en todas partes dejé, memoria amarga de mí. Zorrilla”. Los dispuestos a cualquier crimen, a falta de otros talentos, para afirmar la memoria de su existencia, buscar la fama a cualquier precio, ser recordado, el conocido como Síndrome de Eróstrato. Eróstrato, fue en tiempos de Artajerjes III un pobre e ignorante pastor que incendió el templo de Artemisa, 356 a.C., en Éfeso, una de las siete maravillas del mundo antiguo, para que su nombre fuera recordado, los quince minutos de fama de Warhol, que con claridad nos hablan de lo permanente que son y de la universalidad de nuestras motivaciones profundas. “Solo dejaremos memoria de nosotros por la construcción o por la destrucción”.
Y hoy por el escándalo. La desesperación de tantos buscando glorias efímeras, sin sustento ninguno, sin mérito, sin esfuerzo, sin heroísmo. “No desaproveches nunca ni un buen polvo ni la oportunidad de salir en televisión. Bob Dylan, atribuido”.
Durante el lento devenir de la civilización, durante los milenios y milenios pasados, el corazón aterrorizado del Hombre ante el destino cierto de nuestra muerte, del polvo que somos y que los vientos de los tiempos aventarán, del silencio de nuestra voz, del olvido de lo que fuimos, “¡Qué presto se consolaron/ los vivos de quien murió!...”, de la indiferencia y soledad cierta que cubrirá nuestras tumbas, “que solos se quedan los muertos/ tan callados…”, en este inmenso osario que es el planeta entero donde todas las miserias y todas las grandezas humanas están enterradas y olvidadas, perdidas y olvidadas arenas que cubren la perdida y olvidada tumba de Ozymandias, “mi nombre es Ozymandias, rey de reyes:/ contempla mi obra, oh poderoso, y desespera. Shelley”. Ya que todo lo humano está destinado a ser “perdido como las lágrimas bajo la lluvia”.
Sic transit gloria mundi, si, así pasa la gloria y la vida, ¡tan veloz! ¡tan apresurada hacia el olvido!, donde también los presentes tiempos pasarán, se enterrarán y se olvidarán, melancólicos pensamientos cuando paseas por el Père-Lachaise contemplando, tan callados, a muchos de tus viejos y admirados maestros, antaño tan cercanos y elocuentes pero que siguen eternamente vivos en los libros de mi memoria, parecida a la nostalgia de Chateaubriand en la noche que pasa encerrado en Westminster “¡Qué hacinamiento de grandezas encerradas bajo estas bóvedas! ¿Qué queda de ellas?”, solo la emoción del paseante que intelectualmente los amó y que se ha refugiado en el imposible sueño de una continuidad de nuestro yo en otros planos de la existencia, en el loco sueño de que nuestra individualidad será en algún lugar preservada. No parece ésta una esperanza razonable. “Solo sé que estoy en mí/ y nunca sabré quién soy/ tampoco sé adónde voy/ ni hasta cuando estaré aquí. Altolaguirre”.
Más parece cierta la desconsoladora idea de que todo lo que como individuos somos está aquí y ahora, sin otro destino futuro que el haber sido el necesario eslabón que ha permitido traspasar la vida que nos fue dada a la próxima generación y lo que nuestra vida, nuestra obra y nuestra voz hayan podido dejar al común patrimonio. “Mi agonía buscaba su traje,/ polvorienta, mordida por los perros,/ y tú la acompañaste sin temblar hasta la puerta del agua oscura. F. García Lorca” En el mejor y más meritorio de los casos una gota en un océano compuesto por los miles de millones que alguna vez hemos existido. “Dentro de poco se dirá que fuiste/ que alguien llamado así, vivió y amaba.. M. Alcántara”.
No más pero tampoco menos. Solo trasmitimos y propiciamos potencialidades, oportunidades y futuros. “Con las horas, los días/ los años volarán/ y a aquella puerta llamarás al cabo/ ¿quién deja de llamar?. Bécquer”. “Muchos tragos -casi siempre amargos- es la Vida y un solo trago -amargo- es la Muerte. M. Hernández”. Y, ante un cadáver M. Acuña, recita “Aquí, donde la fábula enmudece/ y la voz de los hechos se levanta/ y la superstición se desvanece”.
Tal como la aguda percepción del escultor Vigeland plasmó, en el Parque de las Esculturas de Oslo, en una columna, -El monolito-, que representa la Vida formada por innumerables e indiferenciadas gentes que en su cima la última mano entrega un niño al futuro. Eso somos. Todos los que hemos existido somos parte necesaria e imprescindible para entregar ese niño al futuro, el eterno y repetitivo y esperanzado himno a la vida que cada generación hacemos, protagonizamos y cantamos. “Nuestros hijos no son nuestros hijos: son los hijos de las ansias de vida que siente la Vida”. No más pero tampoco menos. Pero “La muerte es el reposo definitivo, pero su idea impide ningún reposo”.
Ante el pavoroso destino que supone la muerte cierta que a todos nos espera. Tumba, voraz e insaciable boca, siempre abierta y esperándonos, “Recuerde el alma dormida/ avive el seso y despierte/ contemplando/ como se pasa la vida/ como se llega la muerte/ tan callando…J. Manrique”, sin saber dónde ni cuándo, en esa enloquecedora lotería que permite caer la bola en cualquier número y en cualquier momento, sin posibilidad de trampas ni refugios, sin atención a edad o mérito, riqueza o pobreza, importancia o insignificancia, maldad o bondad, utilidad o desvarío, en un tiempo que no nos pertenece “Todos nosotros mientras vivimos tenemos este minuto presente; el próximo pertenece a Dios. Chateaubriand”. “Nadie es tan joven que no pueda morir mañana, y nadie es tan viejo que no tenga un días más”. Ya que el ser humano “está suspendido entre dos eternidades, la del pasado y la del futuro. Thoreau”. Y, neciamente “creemos que tenemos tiempo. Buda” y es el azar del tiempo el que nos tiene a nosotros, a su capricho, tan injustificado, tan aleatorio y tan enloquecido.
En esa única igualdad fraternal que es la muerte para todos los seres humanos, crueles Moiras que fijáis el inicio, duración y fin de la vida sin apelación posible, en vuestra eterna urdimbre del tejido de la vida, -“..me voy muriendo, segundo a segundo…” a lo largo de esta incierta vida-, la triste realidad de “Nadie en los cementerios/ ¡Qué solas se quedan las tumbas!... Guillén”, es lógico que sea uno de los sueños recurrentes de nuestra existencia sensible sea la idea de la vida eterna, o la reencarnación, o la resurrección, en paraísos prometidos, en pactos con cualquier fuerza del Bien o del Mal, y hoy con los promisorios paisajes que se abren a la investigación científica en los que parecen acercarse por momentos nuestras más locas esperanzas. “…pues estamos/ en un mundo tan singular,/ que el vivir es solo soñar;/ y la experiencia me enseña/, que el hombre que vive, sueña/ lo que es, hasta -en la muerte- despertar. Calderón”. O continuar soñando sin sueños toda la eternidad.
Ya que “El hombre que no percibe el drama de su propio fin no está en la normalidad sino en la patología. Jung”, y sirve para todos “Diferentes en la vida, iguales en la muerte. Lao-Tse”, ya que, en definitiva, “Es más fácil soportar la muerte sin pensar en ella, que soportar el pensamiento de la muerte. Pascal”. Parafraseando a Camus, P. García Cuartando explicita que la única cuestión importante, - sobre la vida y sobre la muerte- es el sentido de la existencia y que todo lo demás son juegos”. Parole, parole y parole che il vento porta.
Nos recuerda A. Cristóbal Montes, lucidamente, la tremenda contradicción entre cuerpo y espíritu, la diferencia entre vida y muerte separadas solo por un latido del corazón, la altura de la mente hacia la totalidad, frente a la endeble estructura física que habitamos circunstancialmente “Para lo más alto nos vemos obligados a arrastrarnos por la tierra, capaces de imaginar lo infinito y lo eterno debemos recluirnos en la insignificancia y la futilidad, y abarcadores mentales del Universo, todo se queda reducido -al fin- a un pequeño rectángulo en el suelo donde se depositan nuestros despojos”.
Ya que “todas las tragedias que se puedan imaginar confluyen en una sola: el paso del tiempo. Simone Weil”. En especial para nosotros, los fugaces seres humanos ya que “El tiempo es lo que cambia y se diversifica; la eternidad permanece simple. Eckhart”. Sí, pero somos nosotros, las personas una a una, las que recibimos el total y contundente impacto de “los tristes -y demoledores- agravios del calendario” y el día marcado en él de nuestro final: la muerte.
La muerte, siempre la idea de la muerte, gravitando inmisericorde sobre nosotros, amargando nuestros días y especialmente nuestras noches, cuando el inconsciente navega sin ataduras y los miedos atávicos y las emociones sin freno se enfebrecen de pesadillas angustiosas. Al sumergirnos desprotegidos en el sueño de la noche afloran sin riendas nuestras dudas, nuestros miedos, nuestros misterios, y siempre la misma pregunta temerosa ¿Veré el próximo amanecer? ¿Qué será de mí? Y cada cual lo mal resuelve o lo mal soporta a su manera.
Y sigo…….
Pero ahora quiero instalaros en la sonrisa macabra:
Algunos mediante el sueño químico, un adelanto de la muerte, la total inconsciencia. Otros enfrentándose como pueden a la inasumible verdad de que la muerte es nuestro futuro y lidiar como se pueda y racionalizar como se pueda, si se puede, nuestro inapelable destino, la fugacidad de la vida y la certeza de nuestra muerte. ¡Qué difícil!
Pero algunos valientes prefieran plantarle cara a la muerte y contestar a su mueca macabra con el desprecio y con la risa, con la recia vitalidad estudiantil de la vida “Dum vivimus, vivamus”. Mientras vivimos, vivamos. “Gaudeamus igitur/ iuvenes dum sumus/ Pos iucumdam iuventutem/ post molestam senectutem/ nos habebit humus”. Alegremos pues/ mientras somos jóvenes/ que después de la alegre juventud/ y de la achacosa vejez/ nos poseerá la tierra.
Cuenta Nikos Kazantzakis que en su natal, Creta, tenían la costumbre de ir construyendo su propia tumba en vida, y mientras esperaban su uso para la eternidad, muchos la utilizaban para reuniones nocturnas de amigos, para beber y para cantar, para festejar la vida, para comer y celebrar, para disfrutar del amor físico y de la vida, justo en ese lugar de muerte donde en terrorífica soledad estaba su propietario condenado a pasar en soledad una eternidad sin tiempo.
Canta Chino Martínez, con letra de Queirolo y música de Morel y Mayer, una festiva milonga en bellísimo lunfardo sobre un velorio -Entre curdas- donde sus amigos de borrachera despiden al negrito Carmona, remanyaio escabiador, que por ser buen chupador lo velaron dignamente… y en la borrachera de su despedida terminan todos en comisaría, incluyendo el finaó, al que la policía quiere tomar declaración. Todos quedan a la espera y la velá allí continua.
¡Cuántos recuerdos! ¡Cuántos fantasmas en la memoria! ¡Toda mi familia ida que vive en mí! Recuerdos de antes, cuando el nacimiento y la muerte era un tema de todos, de la comunidad, -“Hoy recuerdo a los muertos de mi casa/ la que murió noche tras noche/ y era una larga despedida/ un tren que nunca parte: su agonía. Octavio Paz”-, y la muerte no era un tema empresarial de tanatorios de escaparates acristalados para separar la vida y la muerte y donde el difunto hace de maniquí bien maquillado, de catálogo de grandes almacenes de ataúdes y servicios funerarios, cuando las personas morían y se velaban en las casas, y al difunto lo lavaban, lo afeitaban, lo peinaban y lo vestían entre lloros y lamentos las mujeres, todo en familia, en la estancia principal, con dos velones a cada lado de la caja abierta, y la familia y los vecinos y los amigos venían con sus propias sillas y dulces y botellas de licor para soportar y amenizar y calentar la triste larga noche del último adiós, y allá, en la madrugá, en el despertar del alba, al nacimiento del nuevo día, se oían las primeras risas alcohólicas, los recuerdos, las anécdotas, los chistes, las vivencias compartidas, el inconsciente deseo de manifestar vida y expulsar la sombra de la muerte y si el difunto pudiera seguro que también se sumaría al tenebroso jolgorio de reafirmar la vida, como ya lo hizo antes tantas veces, cuando era él el que velaba al familiar o al amigo difunto.
Y así se rió un burlón despreciativo de aquellos sobrecargados entierros de curas, incensarios, cirios, plañideras, niños pagados de orfanato con hachones que lloraban cera y la larga compaña del adiós “Se diga lo que se diga/ que bonito es un entierro/ con sus caballitos blancos/ y sus caballitos negros/ con su cajita de pino/ y su muertecito dentro/ con su cochero borracho/ y “to” el acompañamiento. Trincando el de la manguilla/ trincando el Ayuntamiento/ trincando el sepulturero/ y esperando pa trincar/ Hacienda a los herederos./ Se diga lo que se diga/ que bonito es un entierro. M. Povedano”. Y que parece la profecía del entierro de Tierno Galván, el viejo profesor, un político de izquierdas, agnóstico brillante y militante social combativo “como Dios manda”, del que la Iglesia española se vengó cumplidamente con los fastos faraónicos católicos de su funeral. Miserable discurso eclesial y cardenalicio de despedida.”
Y hoy me despido con el más bello monumento funerario que jamás se haya escrito, superior intelectual y emotivamente a las pirámides y a los soldados de Xiang, tal vez lo único que puede justificar la muerte si su fruto es el Requiem de Mozart.
Os presento una versión bellísima, en uno de los mejores escenarios del mundo, la hermosa catedral de la hermosaa vieja ciudad imperial española, Patrimonio de la Humanidad, Toledo, donde están tres de mis refugios espirituales preferidos, la Iglesia de Santo Tomé, con uno de los cuatro cuadros que se consideran perfectos, El entierro del Conde de Orgaz, la casa del Greco donde mi alma se pierde entre los Apóstoles y San Bernardino de Siena, y la Catedral Primada de España, una de las cumbres del gótico español, llena de tesoros artísticos y de una sillería apabullante.
Hoy tenemos tiempo, os recomiendo verla entera, sin vergüenza de llorar cuando proceda, que procederá ya que lloraremos por nosotros, cada uno por si, en esta versión magnifica explicada y traducida que a mi entender explicita, decora y magnifica el escenario mejor que nada la tragedia de nuestro destino: la muerte.
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