En la ciencia no hay caminos reales,

y sólo podrán ascender a sus cumbres luminosas

quienes no teman cansarse al escalar por senderos escarpados.

 

Carlos Marx

 

 

El problema de si al pensamiento humano se le puede atribuir una verdad objetiva, no es un problema teórico, sino un problema práctico. Es en la práctica donde el hombre tiene que demostrar la verdad, es decir, la realidad y el poderío, la terrenalidad de su pensamiento. El litigio sobre la realidad o irrealidad de un pensamiento que se aísla de la práctica, es un problema puramente escolástico. 

 

Carlos Marx

 

 

La ignorancia es el mar de la noche negra a la que la sociedad arroja a sus condenados.

 

Víctor Hugo

 

 

La verdad os hará libres.

 

Jesús de Nazareth

Al comunicarnos verbalmente en la vida cotidiana, muy raras veces nos detenemos a pensar en el sentido y significado de las palabras que utilizamos. A menos que se trate de individuos que hablan en otro idioma, damos por hecho que las personas con las que platicamos entienden el sentido y significado de nuestros vocablos y de los enunciados que formamos con ellos.

En realidad, sólo en contadas ocasiones nos vemos en dificultades para hacernos entender o para entender lo que dicen nuestros interlocutores; y esto, no sólo por el hecho de que en nuestras relaciones habituales la cantidad de palabras y expresiones verbales que necesitamos para establecer una comunicación efectiva y eficiente sea muy limitada, sino porque el sentido y significado de lo que decimos o escuchamos es establecido por el contexto de la situación específica en la que se desarrollan nuestras conversaciones, además de apoyarse en un conjunto de señales extraidiomáticas como el tono, la intención y el énfasis de la voz, así como los gestos del rostro y los ademanes corporales. Es más, ni siquiera necesitamos detenernos en medio de una plática para valorar si las frases están modeladas de acuerdo con las normas gramaticales del idioma.

En el lenguaje coloquial, esto es, en el habla cotidiana, la intuición lingüística[i] (muy desarrollada en el caso de personas “cultas” o escasamente desarrollada en el caso de personas poco o nada “instruidas”), asume la primacía en los procesos de la comprensión.

Ahora bien, cuando ubicamos el contexto de nuestra comunicación en el ámbito del lenguaje escrito, la intuición lingüística pasa a un segundo plano, subordinándose de manera lógica y natural a la actividad reflexiva. En virtud de no existir una interlocución objetiva, el proceso de la comunicación se desarrolla como un soliloquio de la razón en el escenario de la mente, creando sobre la marcha las líneas argumentales al son de las cuestiones que le preocupan y de las que van surgiendo en la dinámica de su progresión.

En el instante mismo de comenzar a razonar en lo que se quiere comunicar, las palabras adquieren vida propia y se rebelan a ser usadas de manera indiscriminada y arbitraria.  Y en la medida en que la razón se detiene a meditar en ellas, van revelando cuánto de sentido y significado se oculta en su interior, obligando, de ser necesario para abarcar su sentido y significado, a recurrir al auxilio siempre oportuno del “tumbaburros”.

Sin embargo, aquí apenas principian las dificultades, porque las palabras no sólo se niegan a ser usadas sin tomar en cuenta su sentido y significado, sino, de manera fundamental, a relacionarse caprichosamente las unas con las otras.

Para que una expresión, un enunciado, un párrafo o un escrito de mayor extensión, pueda ser inteligible; es decir, portador de sentido y significado para quien ha de leerlo, los vocablos no sólo tienen que estar correctamente ordenados de acuerdo con las normas gramaticales del idioma[ii]; sino que, además, de la relación asociativa del sentido y significado de cada una de las palabras que lo integran, emerja un sentido y significado individual. En el discurso racional, esto es, en el género literario crítico-científico, también debe ser portador de un sentido y significado unívoco e inequívoco; de lo contrario, se corre el riesgo de fracasar en la realización de una comunicación efectiva y eficiente.

Más aún: dado que se escribe para exteriorizar reflexiones o pensamientos, sentimientos o emociones, creencias o deseos e intenciones, o simplemente para describir o dar a conocer una cosa, acto, hecho, situación o acontecimiento, se hace, más que para uno mismo, para otra u otras personas. La dificultad radica, en este caso, tanto en ubicar adecuadamente al sujeto, individual o colectivo, que será el destinatario final de lo escrito, como en describir adecuadamente el aspecto de la realidad, objetiva o subjetiva, que ha de representarse.

Inmediata y directamente relacionado con esta problemática se presenta la cuestión del propósito y la intencionalidad. Aquí la forma y el contenido imponen las más rigurosas restricciones al proceso de la escritura, en la medida en que éstos no sólo deben establecer una mutua correspondencia interna, sino corresponder tanto al propósito y la intencionalidad, como a la naturaleza propia del aspecto de la realidad que desea representarse y al nivel de concreción simbólica[iii] de la objetividad psíquica[iv] del destinatario[v].

Un problema más está relacionado con el hecho de que el proceso del pensamiento no es unidireccional. En la medida en que cada aspecto de la realidad tiene un conjunto muy variado de atributos determinados por las interconexiones con otros aspectos que aparecen de manera natural, desplegando en la objetividad psíquica la extraordinaria complejidad, integralidad y unidad de la realidad como totalidad concreta[vi], se requiere de un esfuerzo consciente de abstracción que permita ir describiendo sistemáticamente cada uno de esos atributos, pasando de lo subjetivo a lo objetivo, de la apariencia a la esencia, de lo simple a lo complejo, de lo particular a lo general, de la diferencia a la igualdad, del análisis a la síntesis y de lo abstracto a lo concreto.

La última problemática está relacionada con el hecho de que el idioma es una realización socio-histórica, influida, consiguientemente, por las vicisitudes propias del desarrollo y desenvolvimiento histórico de la sociedad. Un aspecto central de estas vicisitudes es el conjunto de las contradicciones sociales, en particular, la de las dicotomías autoantinómicas. Consciente o inconscientemente, el lugar que las personas disponen en el contexto de estas dicotomías determina no sólo el conjunto de sus ocupaciones y preocupaciones, sino lo que dicen o escriben, para qué lo dicen o escriben y cómo lo dicen o escriben.

Desde luego que la profundidad, complejidad y veracidad de estos decir y escribir no se da de manera automática y espontánea, porque la realidad misma y, por tanto, su representación simbólica enlenguaje alfafonético[vii] como objetividad psíquica, no aparece de manera inmediata y directa como totalidad concreta con todos sus atributos, sino de manera segmentaria, parcial y abstracta[viii]. Para que la objetividad psíquica alcance el nivel de profundidad, complejidad y unidad de la totalidad concreta, requiere generarse en sí y para sí simbólicamente en lenguaje alfafonético como totalidad concreta; es decir, realizar una relación de identidad equivalente y equipolente entre la totalidad concreta y la objetividad psíquica; ser, en última instancia, la representación simbólica operativa en lenguaje alfafonético de la realidad objetiva.

Dichas así las cosas, podría parecer entonces que es imposible el conocimiento y dominio de la realidad objetiva, pues nadie nunca puede estar en posesión de la información que es necesaria para realizar en la objetividad psíquica este nivel absoluto y universal de concreción. Afortunadamente, el carácter de unicidad de la totalidad concreta, esto es, el que la realidad objetiva sea sólo una, independientemente de sus distinciones y de los atributos de cada una de sus distinciones, incorpora lo universal en lo particular, lo concreto en lo abstracto, la esencia en la apariencia, lo complejo en lo simple, la igualdad en la diferencia y lo objetivo en lo subjetivo, en tan sólo dos elementos: su materialidad, es decir, su naturaleza física, por un lado; y, por el otro lado, las modalidades de su desarrollo, o sea, las normas generales que regulan su automovimiento y el desenvolvimiento de sus distinciones[ix].

Así, lo que parece imposible: la realización de la totalidad concreta como objetividad psíquica, se resuelve en la medida en que tanto la realidad universal, como cualquier fenómeno o proceso de sus múltiples y variadas distinciones, quedan comprendidos en su naturaleza material y en la legalidad sistémica de su automovimiento y desarrollo.

Aquí hemos llegado a un punto en el que es necesario hacer un alto para evidenciar una cuestión que ha quedado implícita de manera connotativa en esta exposición, y que nos plantea una serie de problemáticas concomitantes: el de la identidad de conciencia y lenguaje. Sin éste, sería materialmente imposible la existencia de aquélla. Más aún: la conformación de la realidad objetiva como objetividad psíquica sólo puede desarrollarse con toda la profundidad, unidad y complejidad de la totalidad concreta, en forma y contenido, en tanto y en cuanto representación simbólica operativa en lenguaje alfafonético.

Esta creación de la inteligencia es el aspecto distintivo fundamental que ubica a la especie humana en la cúspide evolutiva del desarrollo de la totalidad concreta, pues sólo sobre esta base la totalidad concreta puede realizarse como objetividad psíquica; es decir, como conciencia en sí y para sí de la realidad objetiva.

Pero el lenguaje alfafonético no sólo es, en tanto objetividad psíquica, finalidad epistemológica de la razón[x], conciencia en sí y para sí de la totalidad concreta; pues resulta ser también, y he aquí su carácter más complejo y dinámico, en cuanto medio instrumental de la aprehensión y dominio de la realidad objetiva, sistema operativo de la inteligencia[xi].

El proceso instrumental, la creación de medios para operar en la realidad, con la realidad y sobre la realidad, tiene en la especie humana su expresión más desarrollada. La postura erecta, la liberación de la mano, el uso del fuego y la alimentación omnívora, jugaron un rol de trascendentales consecuencias en la fisiología del sistema nervioso y, correlativamente, en sus funciones superiores, dando origen a un desarrollo exponencial de la sensibilidad, la intuición, la imaginación, la memoria, la inteligencia y el raciocinio.

La creación de imágenes, y su objetivación pictográfica, expresan ya la necesidad y la posibilidad de fijar para la memoria ciertas características de cosas, fenómenos y procesos de la realidad cotidiana e inmediata del hombre primitivo, adquiriendo un valor significativo y comunicativo como lenguaje simbólico, que, con el paso del tiempo, la especialización de la laringe y el refinamiento de la psicomotricidad fina, darían lugar a la conformación del lenguaje fonético, jeroglífico e ideográfico, para resolverse, finalmente, en el lenguaje alfafonético.

Sin esta creación de la inteligencia, la especia humana no habría pasado de ser un homínido gregarioconsciente[xii], sujeto reactivo de las vicisitudes de la naturaleza, ni haber puesto en marcha, en tanto sujeto proactivo de las vicisitudes de la naturaleza, los procesos de su propia evolución y desarrollo como ser histórico-social.

La gran incógnita que plantea el por qué se dio este extraordinario salto cuántico de naturaleza a historia de la especie humana, es causa y origen de las mistificaciones fetichistas que desdoblan la realidad objetiva en las fantasmagorías dualistas del idealismo y la metafísica, las cuales han sido, y siguen siendo, uno de los soportes ideológicos fundamentales de la alienación[xiii] y, por consiguiente, de la dominación[xiv].

Aquí, la imaginación creativa, empírica y subjetiva por definición, cumple un función de complementariedad en el proceso de realización de la objetividad psíquica, llenando los vacíos de información y formación de la representación simbólica de la totalidad concreta. El hecho de la persistencia y supervivencia de las mistificaciones fetichistas de las fantasmagorías dualistas del idealismo y la metafísica hasta la actualidad, a pesar del extraordinario desarrollo en profundidad, complejidad y veracidad de la representación simbólica en lenguaje alfafonético de la totalidad concreta, evidencia la presencia distorsionante, predominante, conservadora y reaccionaria, de las vicisitudes histórico-sociales en las que aún se encuentra inmersa la especie humana.

En tanto y en cuanto no se resuelvan y superen estas vicisitudes por la práctica histórica de la humanidad, la finalidad epistemológica de la objetividad psíquica en cuanto totalidad concreta, no puede ser realizada en toda su profundidad, complejidad, completitud, unidad y operatividad, sino para una pequeña aristocracia de ilustrados privilegiados, mientras la inmensa mayoría de la humanidad permanece inmersa en la inopia, la oscuridad y la impotencia.

________________________

Notas

[i] El aprendizaje inicial del idioma, la realización psíquica tanto del sentido y significado de sus vocablos, como de las normas gramaticales que lo rigen, se efectúa de manera natural e inconsciente a través de la exposición a los usos y costumbres del habla cotidiana. Al darse un determinado nivel de acumulación de vocabulario y formas lingüísticas de expresión, comienza a funcionar como un sistema autónomo, que se reproduce y recrea en sí mismo para sí mismo como objetividad psíquica. Funciona entonces como sistema operativo de la inteligencia, capacitando al individuo no sólo para comunicarse, sino, fundamentalmente, para potencializar su capacidad de aprehender, comprender y describir la realidad objetiva, dotándola de sentido y significado por medio dellenguaje fonético. Este proceso, que opera de manera natural e inconsciente, es la intuición lingüística.

[ii] Desde luego que las normas del lenguaje alfafonético, el sentido y significado de las palabras y la riqueza del vocabulario, no son rígidos, ni están dados de una vez y para siempre. Los descubrimientos y adquisiciones gramaticales del idioma, la dotación del sentido y significado de las palabras y la creación de vocablos, tienen un carácter tanto socio-histórico como cultural. En el discurso poético, por ejemplo, las licencias gramaticales pueden adquirir una informalidad estilística que linda en la ruptura, y llegar a niveles de síntesis, abstracción y sincretismo simbólico de una profundidad abismal y prodigiosa.

[iii] Esta categoría se refiere a la conformación ideal de una representación que reproduzca una cosa, hecho, fenómeno o proceso tal como es en realidad, con todas sus propiedades, características y atributos, asumiendo la condición de verdad. Este caso remite a la magnitud y grado de profundidad de conocimiento verdadero que domina el sujeto.

[iv] El hombre es un ser objetivo inmerso en un universo objetivo; comparte, por tanto, sus propiedades, características y atributos, y está sometido, igualmente, a las modalidades que condicionan su existencia, automovimiento y desarrollo. Pero es también una distinción específica, un fenómeno particular, singular e individual, del universo objetivo. Su singularidad consiste en la facultad para darse cuenta de su propia existencia objetiva, de la existencia objetiva del universo del que forma parte y de darse cuenta de que se da cuenta. Pero estos darse cuenta no se realiza directamente, en virtud de que esta facultad está depositada en el sistema nervioso, una estructura fisiológica encerrada en los intersticios de su corporeidad orgánica, que se conecta a y emplea un sistema sensorial para percibir un conjunto de estímulos de naturaleza diversa, que la psique en el cerebro, integra, interpreta y transforma en una representación que reproduce las características, atributos y propiedades de lo que es percibido sensorialmente, y se retiene en la memoria como un elemento objetivo sobre el cual y con el cual operan, en conjunto, en grupos o por separado, las distintas facultades de la psique. Esta percepción sensorial es la subjetividad psíquica del ser humano, y la representación producida por el cerebro, así como los procesos que se desarrollan en ella y con ella, es la objetividad psíquica.

[v] Esta puede llegar a convertirse en una cuestión de gran dificultad en el ámbito del discurso racional, cuando el propósito implica hacer accesible la comprensión de conceptos y categorías complejas, o de una alto grado de concreción simbólica, al entendimiento de personas que, o no están familiarizados con la materia de que se trata, o no poseen una instrucción que los faculte para desarrollar con suficiencia un manejo operativo del lenguaje.

[vi] Empleada en sentido limitado, esta categoría se refiere a la singularidad, particularidad e individualidad de una cosa, fenómeno o proceso del universo, cuya representación simbólica en lenguaje alfafonético en la objetividad psíquica, reproduce cuanta propiedad, característica y atributos posee la cosa, fenómeno o proceso de que se trate. En sentido amplio se refiere, nada más y nada menos, al universo.

[vii] En la actualidad, salvo excepciones dialectales muy específicas, la concreción idiomática del lenguaje simbólico de los grupos raciales y nacionales, se realiza sobre la base del lenguaje alfafonético.

[viii] Esta apariencia de las cosas, fenómenos y procesos del universo que, obviamente, forma parte de su realidad, se expresa en la objetividad psíquica bajo la forma de pseudoconcreción, siendo el nivel inferior, superficial e incompleto de la verdad, y es correlativamente funcional, por consiguiente, a las relaciones cotidianas, al uso habitual de los objetos y a la comprensión empírica de los fenómenos y procesos de la realidad objetiva y subjetiva. A este nivel la intuición, ese maravilloso proceso cuántico del sistema nervioso, asume el predominio operativo de la inteligencia.

[ix] La realización como objetividad psíquica de estos dos elementos se manifiesta en elmaterialismo dialéctico, y su especificidad en el campo de la existencia y desarrollo de la sociedad humana, como dialéctica materialista de la historia.

[x] Teleológicamente hablando, el raciocinio no tiene más propósito que la autorrealización de la concreción. Si por definición, esta facultad es privativa del ser humano, se impone a éste como finalidad ontológica de su existencia. Es, por tanto, del todo correcto y verdadero, que el ser humano se denomine así mismo homo sapiens sapiens.

[xi] Si bien es cierto que esta función no es privativa del lenguaje alfafonético, siendo, por el contrario, una característica general del lenguaje simbólico, del cual, por cierto, se origina y desarrolla como una distinción específica, cierto es también que es el más universal y sintético, amén de su empleo general por el conjunto de los seres humanos y en virtud de que sobre su base pueden ser traducidos no sólo el conjunto de los idiomas y dialectos del mundo, incluidos los ideográficos, pictográficos y jeroglíficos; sino, también, las clases de lenguajes simbólicos sensibles y abstractos, como el estético y el matemático, y hasta el más subjetivo de todos: el onírico.

[xii] El sustantivo consciencia, a diferencia de la categoría conciencia (que se refiere a la finalidad epistemológica de la razón), se remite a la condición de vigilia atenta y perceptiva del sujeto. Hoy, prácticamente ha desaparecido esta distinción, empleándose indiscriminadamente el concepto como sustantivo, lo cual, desde luego, implica una imprecisión metodológica en el discurso racional.

[xiii] El problema de la alienación, como aspecto central de la cultura de la mercancía, y el correlativo de la enajenación, como elemento fundamental de la civilización del capital, son, justamente, la temática y preocupación motriz materia de una subsecuente exposición.

[xiv] Política, sociológica y antropológicamente hablando, no puede abordarse la realización de una epistemología de la liberación, sino a condición de emprender a cabalidad y profundidad la crítica de la civilización del capital y de la cultura de la mercancía que le es inherente.

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