Inicio del libro alrededor de la poesía que pretendo publicar. “De amar y penar”, antología medrosa. 

Estas letras sufridas y disfrutadas son algo muy personal, bastante familiar y a lo sumo dominio de amistad.   Encontrarán simples cartas, intentos de poemas, canciones y simples pensamientos.   Es un lenguaje de intención poética lo que une esta pequeña antología, y, ¡vaya usted a ver!, no sé si lo sé manejar con propiedad; éste torpe acomodamiento de palabras siempre fue para mí una simple válvula de evasión para aquellas emociones que de quedarse dentro lastimarían.  Y, ¡maravilla!,  después de escribirlas me sentía mejor.   Para evitar críticas o necedades, menos las canciones, las he plasmado en párrafos sin cesura (como los artículos filosóficos que no aspiran a categorías estéticas).  Considérense entonces prosa poética a lo más.   Salvo algunas excepciones fueron, además de catárticas, un intento de parir bellamente para redondear conceptos vitales en mí, algo que ya don Héctor Incháustegui me había inculcado; pero lo que más me importa es el contenido, aunque hubiera preferido una pulcra forma.  No creo haber pensado antes en dar a conocer este material.   Le pregunté a mi esposa si debería publicarlo, y ella me respondió que sí; luego quise que me aconsejaran mis hijas y ambas pensaron afirmativamente.   La más joven me dijo: “Esas páginas están llenas de amor, y el Mundo necesita mucho amor”.  Esto fue convincente....    ¡Aquí están!

 Prótasis

Fuera del tiempo

Sólo nos apena lo que de alguna forma amamos, y de extraña manera, en cada amor se engendra la angustia de un penar.

Dejando la inocencia me sentí enamorado un poco de la muerte; precisamente porque ansiaba la vida que no entendí en sus rígidas traiciones, y también porque temía, debajo de la piel, su jungla misteriosa (no es honesto mentir).

Mi voz se tornó fiera en la protesta e hipotequé mi cuerpo y mi salud.   Soñaba con cambiar lo que no comulgaba con mi justa utopía (todavía lo creo).   Total ignorador de los mil y un fracasos que la misma cargaba sobre ajenas espaldas que en aquella ilusión me precedían tal vez ansiaba ser el nuevo Mesías o al menos un cruzado ganando para el hombre un hogar de equidad.

Muchos de entonces (podría decir que todos) me enrostraban la burda pretensión del yerro pertinaz; pero no lo aceptaba ni nunca lo aprendí.   La cicatriz abierta supura todavía y aún duele, aunque ya no pretenda de nuevo batallar.

Luego, entrando en madurez, que es hacer la paces, acomodarse un tanto, me amisté del amar: traducción: (duda no quepa) del vivir en todas sus facetas y rutinas, y en este cultivar compensación me embriagué con el pasar del tiempo largo y corto a la vez para el hacer.   Me avié de una familia construida con placer y privación, un poco cual quien busca tibio amparo... o justificación; compromiso aceptado con placer, risas y lágrimas, alas y áncora a la vez.  

Y así pasaron años en lucha cotidiana por el pan que no faltaba, pero que podía sazonarse de tarde en tarde con silencios mordidos y carencias, y con ansias perpetuas obligando a sumisión

Fue así como aprendí que satisface más el dar que recibir cuando se ama.

Muchos años han pasado mirando en el espejo mañanero cómo va desvaneciéndose morosa la leve juventud, destruyendo inclusive sus recuerdos.

Y hoy, reconociendo que nunca lograré consumación de mis vastos anhelos por más que me apresure, invoco con desgano y me aferro al descanso que creo merecido,  lo que en verdad resulta, más o menos, un regreso velado a la apetencia prima que dictó mi pasión.   Ya no exijo al vivir (que es de vejez un signo) porque acepté (aunque no he comprendido) que las reglas del asunto no las regulo yo.

Lo que sigue a esta prótasis son tan solo los hitos de una historia de amor y de penar en versos desmañados, confesiones que no buscan indulgencia de esa senda agridulce, la cual, mirando hacia el ayer me resulta en su total satisfactoria (no lo entiendo del todo).

No reniego ni un segundo del pasado,  y aunque culpa del temor que al vacío le tenemos y al tontísimo orgullo de acabar lo que acepto sin fin, quisiera, proseguir, mas me convenzo que de que sí puedo aceptar, tranquilamente, que me llegue mi siempre subyacente antigua novia...  

la eternidad.