Alejo Urdaneta
LAS NUEVAS EXPRESIONES DE LA NOVELA Y LA POESÍA EN EL SIGLO XX
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Con los instrumentos de la palabra, la forma en las artes plásticas y la música, el hombre construye el producto que llamamos Arte, que posee una finalidad contingente y por ello no necesaria como es la de la ciencia. En el arte se ha dado desde el siglo XIX un entrecruzamiento de modos expresivos y hemos presenciado la sumisión de las formas literarias a ideas musicales y hasta al uso de elementos distintos: color, proporción, sin equivalencia significativa en el lenguaje hablado, la llamada poesía concreta, el arte moderno no figurativo. La poesía ha querido prescindir de uno de sus elementos constitutivos, pues la palabra es su modo de manifestarse, y al tratar de disociarse del significado y querer aparecer como no significante, para alejarse del significado y del uso de la sintaxis, ha ido aproximándose a la forma musical.
La poesía de Mallarmé está dotada de los elementos de la música aunque esté escrita en palabras, y lo mismo se observa en los cuartetos de Eliot. Es poesía plástica, al modo parnasiano, como auxiliar cromático. En ellos, el lenguaje no tiene significados propios que comuniquen una idea sino que se relacionan con las formas musicales. Buena parte de la literatura del siglo XX trae estas influencias.
También hemos visto esta tendencia expresiva en lo más destacado de la narrativa moderna. Hermann Broch lo ha hecho en su novela La Muerte de Virgilio, construida en cuatro partes que representan los cuatro movimientos de un cuarteto musical.
En Venezuela, el novelista Eduardo Casanova ha presentado la idea de modo directo, en su tetralogía Cuarteto en Sol, en la que propone un tema común de la trama relacionado con cuatro movimientos musicales: Allegro, Adagio Cantabile, Scherzo-Allegro, Allegro Quasi presto. Cada una de las novelas (“Lento laberinto de temor”, Corazón de dinosaurio”, “Contra natura” y “La muerte del novelista”) se identifica con uno de los movimientos del Cuarteto en Sol, llamado “De las Reverencias”, que es el segundo del Opus 18 de Beethoven. Pero también dentro de cada novela se repite la división de los movimientos del cuarteto. En todos los casos se sigue la tendencia de la obra del compositor: tanto en la primera novela como en las primeras partes de las otras tres, el tratamiento del lenguaje es fragmentario y ofrece múltiples aristas. En la segunda novela ocurre lo mismo que en las segundas partes de las otras tres: predominio de la lentitud interrumpida por un fragmento de especial brillo. La tercera novela, y las terceras partes de las otras tres ofrecen cuadros serenos. La cuarta y última, así como las partes finales de las otras tres, son desarrollos de gran movimiento en donde hay, a pesar de las tragedias de las primeras tres novelas, un elemento de alegría. Es, pues, un experimento en el que se combinan el lenguaje literario con el lenguaje musical, referidos siempre a cuatro personajes y a las peripecias que viven en su circunstancia existencial y temporal.
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Doctor Faustus, de Thomas Mann, es la última de sus grandes obras narrativas. En ella el autor afirmó sin ambages la preeminencia de la música sobre el lenguaje y la narración verbal. Además de tal afirmación, la novela misma se construye con estructura polifónica que se observa en la presencia de estilos y modos literarios distintos actuando conjuntamente, casi de manera simultánea. Todo ello destinado a exponer la cultura de la clase media cargada de prejuicios y destinada a su propia ruina con el advenimiento de la Guerra. Mann introduce a un segundo narrador, biógrafo del personaje de ficción de la historia, Adrian Leverkühn, y con ello se adueña de la posibilidad de desarrollar el tema en dos planos cronológicos. Al mismo tiempo, enlaza polifónicamente las experiencias que vive el personaje narrador mientras escribe, con las propias que le suceden a medida que compone el relato. Se sirve el novelista del factor tiempo doble. Por un lado, se desarrolla ante nuestra lectura el curso vital del personaje Adrián Leverkühn; y por otro lado, el narrador Zeitblom nos muestra su propia peripecia en la sucesión temporal, a medida que escribe la biografía del músico. La novela tiene, pues, dos modos de contar el tiempo (multiplicidad temporal), mediante los dos procesos entrecruzados sin interrupción que se sostienen y explican mutuamente.
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La novela actual suma los géneros en los que la palabra es elemento constitutivo: teatro, poema, ensayo, y lo hace mediante la unión en un tema común, con lo cual se produce la ilusión de la polifonía musical. Con el uso de esta forma, la novela adquiere densidad y se despoja de un verbalismo innecesario para expresar la complejidad del mundo que narra. Se observa también que el narrador del siglo XX ya no interfiere en la interioridad de sus personajes de un modo directo. Tolstoi, por ejemplo, nos dejaba penetrar, o dicho de otro modo, se introducía él mismo como autor, en el pensamiento de sus personajes, y sabemos lo que pensaba Ana Karenina en los momentos cumbres de la novela. Lo mismo hacía Flaubert en su obra narrativa, y sabíamos por boca del novelista lo que pasaría con Enma Bovary y lo que pensaban los demás personajes de la narración.
Siglo XX y novedad literaria marchan parejos: Robert Musil nos presenta una enciclopedia de la existencia de un siglo en la que está el conflicto y la subjetividad de los personajes, y el autor, como la voz alterna de un coro, es quien reflexiona por sí mismo acerca de temas relacionados con la trama de El Hombre sin atributos. Es el autor Musil quien piensa y dice de las peripecias narradas, no sus personajes de ficción; y no se trata de un pensamiento rigurosamente científico o filosófico el que el narrador introduce, sino una visión independiente que no juzga ni proclama verdades; es sí un planteamiento que interroga y provoca valiéndose del repertorio más vasto del lenguaje: la metáfora, la hipótesis, la fantasía. Robert Musil permanece atento a lo que ocurre en la novela y nos la comenta a título personal, pero deja que sus personajes actúen y hablen con libertad.
Esta novela: El hombre sin atributos ha sido catalogada dentro del grupo de las novelas de pensamiento. En la obra de Musil se presentan incisos de ideas filosóficas y se abre una puerta al pensamiento dentro de la novela, sin perder de vista el contenido de los temas humanos tratados, o el sentido estético y el cuidado de la forma novelística: intensidad en la relación de las acciones de la ficción y rigurosidad en la forma. La imaginación bordea el límite del realismo y también escapa de la tentación lírica. Ulrich, personaje central de la novela de Musil, observa el mundo capitalista moderno, se adelanta a su tiempo y pone en función la fuerza intelectual como un juego de conquista. Pero también sabe renunciar a la razón científica y piensa que, en nuestro siglo, todos somos parte de una expedición, fundados en principios interinos, sin perder como meta la conciencia que le habla de un día lejano poblado por una raza de conquistadores del espíritu.
Estas obras del pensamiento constituyen una poesía sin lirismo, universal y constante, y prueban una forma dinámica del lenguaje que expresa el mundo desde diversas perspectivas en torno a un tema fundamental.
Se insinúa en las obras comentadas la presencia del antiguo coro del teatro griego, que participa como una voz paralela a la de los personajes, produciendo el efecto de una polifonía musical.