Andá, morite.

El hijoeputa no afloja, che. Mirá que está más apestado que mosquito de pantano, pero sigue tirando. Y no se cuida, o parece que no se cuida, porque es un taimado para las trampas, mentiras y engaños. No sé como anda con Matusalén, pero conmigo me lleva cinco años. Si a mi me sobran varios de los que tengo, ¿Te imáginás con cinco años más?¿Para qué los quiere?. Pero él se aferra como una lamprea al sillón hamaca -que es cuando hace la única gimnasia del día-, desmenuza, disecciona cada bocado, lo vuelve estéril. Como para que la Parca de vuelta la cara de asco.

Y aparte de sobrevivir ¿Qué hace? Creo que nada. Espera que alguien le pregunte cuántos años tiene. ¡Ahí sí! Los dice como profetizando. Y la gente oh, ah, que maravilla, la lucidez que tiene, bla bla. Y el viejo de mierda ahí, enarbolando su única razón de vivir.

Cuando yo nací, un día de agosto, la gitana del barrio me vaticinó una vida corta y miserable. Pero cuando preguntó el día (7 de agosto, San Cayetano), corrigió: yo alcanzaría la edad de Cristo, luego de una vida miserable. Pasó la edad de Cristo, la de los abuelos de al lado, de la “esperanza de vida” para un habitante de Buenos Aires. Siempre miserable, la parte de la vida. Y yo siempre peleando con la guadaña. No diré que somos amigos, pero lo hice intervenir en varios de mis cuentos, hasta uno o dos protagónicos. La sed de notoriedad lo ablanda. “Si me das otros cinco años te escribo uno de tres carillas”, lo sobornaba. Cuando le dí ”Sorpresas al infierno” se pasó como dos años recorriendo hornos, parrillas, volcanes. Hasta hizo una visita protocolar al Paraíso y dejó dos copias. Los tipos chinchudos porque se dejaron ganar mi futuro. Con sólo perdonarme 17 graves y 285 veniales me quedaba arriba a escribir para ellos. Y yo que de rodillas me arrepiento, nunca más, perdona mis pecados, pero no con mucha convicción. Los de abajo vinieron con folletos, un corto publicitario (sí, con mujeres en bolas saltando felices y un tipo que dice “Me calenté con este lugar”).

El hecho es que mi existencia consta de etapas, de planes propuestos, de permisos parciales, de incumplimientos y nuevas negociaciones... Me tiene podrido. El Diablo va a venir uno de estos días, a rechazar por principio mi pedido de dos años más de vida miserable. Que 20 meses, que un cuento más, que nuevas instalaciones con termostato.

Y yo me pregunto para qué. Ya me hice una costumbre, negocio de vicio. Y por no dejarme ganar por el viejo de mierda.

Hoy, por fin, el viejo estiro la pata. ”Falleció el hombre más viejo...” dicen todos los diarios. ¿Y qué resultó? Que vino el huesudo, a felicitarme. Por qué digo yo. Porque me llegó la gratificación de ¡seis años! de vida, para superar el record del viejo de mierda.

¿Y qué hago yo con seis años de vida miserable por delante?¡Es para morirse viejo!

Vino el del tenedor gigante. Cuando me pidió el plan dije Nada. ¿Cómo que nada? Sí, nada, ni una hamaca. Poneme carbones, usá soplete pero esos seis años los voy a pasar mas quieto que Tutankamón.

Me convencieron. Se pasaron tres días deliberando.

Me regalan el ascensor. Si. El famoso Ascensor De Crisis, que sólo usan los dos capos. Bah, el Diablo sólo, porque al viejo la ceniza el arruina la ropa. Puedo subir y bajar como quiera. Puedo parar en el medio. pasear por el Parque Centenario, joder a la gente hasta que me grita “¡Andá, morite!””

Aparte son seis años. Se pasan volando

© Carlos Adalberto Fernández