Anciano: ¡Buenos días, Pequeñita! ¿Cómo amaneciste? Yo bien, agradeciendo a Dios por este nuevo día que nos da. Un día más de estar contigo, de compartir nuestras dos soledades …. no, qué digo, de compartir nuestra compañía. Tú y yo juntos ¡hasta que la muerte nos separe!. Oh, cielos, me estoy poniendo cursi. ¿o tú qué crees Pequeñita?

(silencio)

Anciano: No me contestas. ¿por qué eres así, Pequeñita? Pero déjame decirte que el día amaneció lindo. Ven conmigo, vamos hasta la ventana, compartamos la vista de este cielo azul con nubes aborregadas. Parece que lloverá en la tarde. ¿tú qué crees?

(silencio)

Anciano: Sigues sin responderme, Pequeñita. También fue un lindo día cuando te conocí. ¿recuerdas? Vaya, que yo sí lo recuerdo bien. Fue en un lugar de ésos que ahora llaman Plaza Comercial. Hace poco hasta te conté de una novela de Saramago, donde un personaje, una mujer, pasaba los días de su vida en un lugar así, simplemente iba y ahí se la pasaba, ya ni recuerdo porqué, tal vez por no tener compañía como yo tengo contigo. ¿no crees?

(silencio)

Anciano: Pues sí, nosotros nos conocimos en un lugar de ésos, una Plaza Comercial. Bien que recuerdo que desde que te vi me quedé prendado, te quise desde ese instante, te quise para que fueras la compañía de mi final de vida. Tú aceptaste aunque, como ahora, sin decirme nada, pero para mí que bien que te pusiste contenta de ser mi compañía. Bueno, al menos así me pareció, ¿no, Pequeñita?

(silencio)

Anciano: Y vaya que hemos compartido momentos gratos, bueno, la verdad no muchos, pero a veces al menos nos asomamos juntos a la ventana a ver un lindo día como hoy. ¡cuánto tiempo ha pasado! ¿lo recuerdas, Pequeñita?

(silencio)

Anciano: No contestas, pero déjame decirte que desde entonces bien fiel que te he sido, nunca más he puesto ojos ni en alguien tan linda como tú. ¿Verdad que sientes todo lo que te quiero?

(silencio)

Anciano: Tú no me dices nada; pero bien, yo te contaré que me inscribí en un club para personas de la tercera edad. Empiezo a conocer gente amable, hasta quisiera compartir con ellos algo que tú me digas, pero tú nunca me dices nada. Vamos, Pequeñita, dime algo para contarles.

(silencio)

Anciano: ¿no? bueno, te confiaré que cada día me siento más cansado, hasta como que presiento que pronto me llegará el final … ah, Pequeñita, sé que te abrumo contándote mis pesares, tú ni dices nada, será que tú no tienes pesares, ¿verdad?

(silencio)

Anciano: Y después del final….¿adónde se irá uno? ¿qué habrá más allá? ¿más allá de esta vida que ahora compartimos tú y yo? Me iré y tú te quedarás sola, ¿qué será de ti? Bueno, creo que a ti eso ni te importa ¿verdad?

(silencio)

Anciano: Ah, pero seré feliz si en mi último día todavía te veré, te tocaré, te haré una caricia de despedida. He disfrutado siempre tan sólo con extender mi mano, justo como ahora, y sentir simplemente tu orejita; con acercar mis labios a ti, con aspirar ese aroma que emana de tí, con… pero contéstame Pequeñita, dime algo, algo, así sea tan sólo una frase, dame la dicha de escuchar el timbre de tu voz. ¿sí, Pequeñita?

¿Fue una ilusión? ¿Todo tal vez el sueño de un viejo solitario? ¿Acaso un milagro de la vida? Lo cierto es que el diálogo se dio.

Trémula, balbuceante, un susurro apenas, el anciano escuchó por fin la respuesta, amorosa para él, de Pequeñita:

Pequeñita: ¡es que … yo sólo soy una tacita de café!

J.A.C.