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En el año 2025 el mundo estaba gobernado por el Sistema Internacional de Gobierno Unificado, comúnmente denominado SIGU. Por consenso de los líderes mundiales, se asentó su sede en la ciudad de Estocolmo. Muy lejos ya de las hegemonías funestas del pasado, el SIGU había logrado para la humanidad un evidente grado de desarrollo y paz. No obstante, aún subsistían desigualdades hirientes, rezagos inmensos, patologías sin resolver. Con todo y los aciertos del SIGU, a casi un siglo de la novela de Huxley, el mundo no era “un mundo feliz”.
Independientemente de la felicidad del mundo, la ciencia y la tecnología habían llegado a un nivel que ni siquiera soñaron los precursores de ellas, los hombres y las mujeres de visión, sabiduría y creatividad, que integraron la comunidad científica en el crepúsculo del siglo 20 y los albores del 21.
La armonía que caracterizaba al mundo en general, se daba igualmente en la estrecha relación dada entre los más importantes líderes del sistema de gobierno y los más destacados del avanzado sistema científico. Imprescindible y lógica tal relación; en el mundo todo, o casi todo, era ciencia.
Su piedra angular, la cibernética cuántica, había alcanzado niveles insospechados. Si es afortunada la expresión de que “en el mundo todo era ciencia”, con la misma razón se diría que en la ciencia todo era cibernética. Además, integrada como una fabulosa Red que trabajaba armónicamente. Se le dio el nombre de Sistema Cibernético Cuántico Mundial. El SCCM.
En el año 2038, confiado con razón en la evidente excelencia del SCCM, el binomio gobernantes-científicos decidió compartir con el Sistema prácticamente todo. Su inmenso poder los primeros, el compendio de su sabiduría los segundos, su trascendencia hacia el futuro ambos. Por toda una época las computadoras, desde las pioneras y harto sencillas hasta las más avanzadas del siglo 21 en desarrollo habían sido, visto estrictamente, una herramienta. La más preciada herramienta, pero herramienta al fin, de toda fuente de conocimiento. Del arte, recreación, docencia, investigación, economía, medicina, poder… Ahora el Sistema Cibernético Cuántico Mundial, sería mucho más que eso. Por decirlo de alguna manera, sería quien dictara la “penúltima palabra”. Ciertamente, el SIGU se reservaba la última. Mas, en muchos casos, se la confería al Sistema Cibernético.
El SCCM respondió de manera perfecta. Asumidas las funciones de los organismos que antes dictaban las directrices de la economía global, la orientación del sistema económico internacional cambió. El mundo se hizo más equitativo, controladas las inmensas riquezas y abatidas las inmensas miserias.
En el sector médico prácticamente se erradicaron las patologías, se mejoró substancialmente la calidad de la vida. Pero el gran salto cualitativo se dio en el año 2045. Se hizo realidad lo que ya desde el 2005 había planteado Audrey de Grey al crear el “Proyecto Matusalén”: Se controló el daño mitocondrial, la oxidación celular, la regeneración citológica, histológica y neuronal. Todo lo que generaba el envejecimiento y sus consecuencias, decrepitud o no. Su implicación: La prolongación de la vida por tiempo indefinido. Para antes de que concluyera el siglo 21 se contemplaba el horizonte de la vida eterna.
Similar avance se daba en todos los campos del desarrollo humano.
Por otra parte, parecería que el mundo cibernético había cobrado facultades inherentes a los hombres, que entendía la naturaleza humana, que le tendía la mano de su solidaridad. Lo cierto es que, bajo su hegemonía, en la humanidad se abatieron los odios raciales, los conflictos de la diversidad religiosa, las grandes frustraciones nacidas de la desigualdad económica y social.
Así transcurrían los años, el mundo celebró el arribo a la mitad del siglo 21.
Para entonces ya se podía definir como Un Mundo Feliz. O casi.
*
La sede del SIGU estaba construida en un edificio del más sofisticado diseño de arquitectura e ingeniería, ubicado en un área especialmente seleccionada de Estocolmo. Ahí, en ese edificio singular, mundialmente paradigmático, predominaba la Gran Sala de Información y Decisiones, ciertamente aún más paradigmática. En otro edificio especial se localizaba la compleja red de instalaciones que alimentaba la funcionalidad del Sistema Cibernético Cuántico Mundial, pero era en la Gran Sala donde se encontraba el Computador Mayor. Y como extensión de este, la Gran Pantalla Mundial.
Espacios similares los tenían todos los gobiernos de la Tierra. Todos contaban también con su Sala de Información y Decisiones y en ella la Gran Pantalla del CCCM.
*
Pero entonces sucedió…
Sucedió lo que nadie, absolutamente nadie, esperaba. Nadie ni nada, ni las investigaciones de los genios, ni las predicciones del Sistema Cibernético. De hecho no había razón alguna para esperarlo, ni siquiera imaginarlo, vaticinarlo menos. Cómo hacerlo en un mundo que había alcanzado el desarrollo más avanzado de su larga historia gracias a la gestión del SCCM. Cómo lo iba a considerar una humanidad que se disponía ya a viajar a Marte, Júpiter y Saturno, a sondear confines galácticos, desentrañar incógnitas ancestrales, prolongar la vida infinitamente.
En ese mundo ocupado esencialmente en diseñar su gran futuro… sucedió.
Transcurría el año 2063. Era el día jueves dos de agosto. Las cuatro de la tarde la hora.
Segundos antes, en la Gran Sala de Información y Decisiones del Sistema Internacional de Gobierno Unificado, se escuchó el típico rumor del sistema computacional procesando algún aviso o determinado tipo de comunicación. Justo a las 4 hras. 0 min. 0 seg. de la tarde, en la Gran Pantalla Mundial, apareció el ominoso letrero:
“Este día, a las doce de la noche, ocurrirá el Fin del Mundo”.
Todo el personal encargado del contacto directo con el Sistema Cibernético Cuántico Mundial, -el más calificado del orbe- se quedó estupefacto ante la inesperada, inexplicable, siniestra frase. Pasado un pequeño momento de estupor, dicho personal se avocó a establecer comunicación con el computador principal en búsqueda de una información completa, precisa, absolutamente clara y soportada, que diera explicación, credibilidad científica, al insólito, funesto aviso. El Sistema Cibernético Cuántico Mundial no respondió absolutamente nada. La frase se quedó fija, -cual si hiciera las veces de emblema luctuoso- en la Gran Pantalla Mundial de la Gran Sala de Información y Decisiones del Sistema Internacional de Gobierno Unificado.
El sistema de noticias global comenzó a difundir al mundo lo ocurrido en la sede del SIGU en Estocolmo. En realidad no podía informar gran cosa. Sólo una, escueta, sin precisiones, sin detalles, sin explicación lógica. El Sistema Cibernético Cuántico Mundial, maravilla y paradigma de la época, simplemente, a través de un letrero en la Gran Pantalla, había anunciado el fin del mundo para el propio día en curso.
Si en Estocolmo lo había determinado para las doce de la noche, en México sería entonces a las cuatro de la tarde.
*
El mundo se dividió prácticamente en dos partes: los que dieron crédito -así fuera sin mayor explicación- a la noticia, y los que se negaron a ello. Lo mismo ocurrió en todos los gobiernos de la Tierra que en toda la humanidad.
Acaso los que no creyeron lograron la mejor parte. Dejaron transcurrir el día normalmente, tal vez con un dejo de temor por la teórica posibilidad de que fuera cierta la noticia, pero para ellos el día fue de lo más normal. De hecho fue un día normal. No sólo eso, irónicamente en todo el orbe fue un hermoso día.
Ni lo advirtieron así los que dieron por cierta la siniestra advertencia. Ausentes de toda explicación, infinitamente desconcertados, si no sabían qué pensar más difícil les fue el decidir qué hacer.
Las ocho horas de vida pronosticadas para el mundo, en gran medida y en todas partes, se convirtieron en un caos.
Esa división mundial en mitades, los que creyeron al SCCM y los que no, se dio en todos los niveles. Ante la nula explicación, por igual se comportaron lo líderes mundiales de gobierno que la comunidad científica. Sin embargo, estaban definitivamente inclinados unos y otros a poner en duda el correcto funcionamiento del Sistema Cibernético Cuántico Mundial. No podría ser de otra manera ante la nula comunicación entre los científicos y el SCCM con la Gran Pantalla Informativa, permanentemente muda. Además, prescindiendo del Sistema, no hubo uno, entre los más conspicuos científicos, que tuviera argumentos para apoyar el ominoso mensaje que anunciaba el fin del mundo en unas horas. El consenso era que, con toda seguridad, algo muy grave, insólito, había ocurrido en el funcionamiento del SCCM.
Ya lo detectarían. Ya lo resolverían. Y el mundo habría de seguir su imparable marcha hacia un glorioso futuro.
*
Pese al caos desatado en el mundo, la Red Multifuncional de Comunicación funcionó normalmente. Así fue posible que mujeres y hombres se comunicaran, media humanidad pudo comunicarse con media humanidad. Todo funcionaba casi normalmente, habida cuenta que muchos trabajadores abandonaron sus lugares de labor para asistir a sus hogares y disfrutar la compañía de sus seres queridos por última vez.
En Estocolmo, sede del Sistema Internacional de Gobierno Unificado, dieron las doce de la noche. En México, las cuatro de la tarde. Fue el momento final para el mundo entero.
*
La Tierra no se desintegró, las aguas de los océanos no se desbordaron, ninguna forma de energía se descontroló. Los jinetes del Apocalipsis no cabalgaron sobre la superficie del planeta. Simplemente el tiempo se detuvo, se detuvo el espacio, el movimiento se detuvo. Se detuvo el ritmo cardíaco de las personas, el flujo sanguíneo, el pensamiento. Se detuvo el existir de todo ser viviente.
La Tierra se detuvo en su rotación, se detuvo el movimiento de los cuerpos galácticos, se detuvo la gravitación universal. La expansión del universo se detuvo.
Como en “El Milagro” de Borges todo se detuvo, mas esta vez no por un instante sino para siempre. Como en el cuento, algún insecto quedó petrificado en el aire y su sombra fija en un paramento. Alguna lágrima deslizándose por un rostro quedó también paralizada. Todo quedó paralizado. Todo se detuvo. Todo tuvo su final.
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En el espacio cósmico todo era el más inmenso frío, la inmovilidad más absoluta, el ultrasilencio más profundo…
Y una infinita presencia:
La Eternidad.
J. A. C.
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