Cuento cínico

El lugar que corresponde

La fiesta está levantando temperatura. La mesas -y sus ocupantes determinados a terminar con postres, dulces y tortas- son desplazadas contra las paredes del salon. La música se hace más rítmica y sonora. Muchas parejas ocupan la pista, otras recorren el lugar buscando rincones más íntimos, más protegidos.

—Marcando ficha ¿no, Alejandro? Hay poco movimiento en las zonas de combate, luego del retiro del famoso depredador de Barrio Norte. ¿Volvés a tu mesa a terminar los postres?

―Yo, subordinado a los mandos, como corresponde después de mi casamiento —respondió Alejandro, apoyado melancólicamente al borde del pasillo que conectaba el salón con las dependencias—. Pero todavía no me uno a los gerontes. Me gusta ver el espectáculo, del que tiempo atrás era primera figura, pero sólo eso. Con Carola unimos dos familias arraigadas en la observación puntillosa de los principios cristianos. Ya tuve mi podio, pronto habrá quién lo ocupe; yo sé el lugar que me corresponde ahora.

―Quién diría. Ya las mujeres pueden caminar tranquilas, el terror de las vírgenes se retiró. Muy lindo lo que dijiste, repetilo que te lo vamos a creer, ja, ja.

Estos estúpidos se creen los nuevos gallitos. Que me haya casado no significa que ya estuviera para colgar los guantes. Hice bien; la fortuna de Carola me libera de las penurias de la maldición bíblica del trabajo, que además es un quemo. Pero ahí terminó todo. Tendré que adaptar los métodos, una incursión sorpresiva, fulminante y letal. Cambiar de objetivo rápidamente, no dejar huellas...

§

Está bueno el material de hoy. Pero ya están todas en maniobras. Ni me miran, ahora. Y yo aquí, charlando sólo, como un jovato. ¿Tendré que hacerme la bolsa de agua caliente, y a la camita, solito?

¿Y esa? Rosario, la hija de una amiga de la infancia de mi madre. Hace unos días se presentó, con una carta pidiendo amparo y ayuda. La vieja es tan buena, no tiene conciencia de los límites, del lugar que corresponde a cada uno. La veo muy pichona, medio endeble para la vida en ciudad. Necesita un protector. O un maestro, la veo ansiosa, cómo mira a las parejas que se escapan escalera arriba. Joven, sana, calentona. Qué casualidad, justo me la vengo a encontrar hoy.

―Cómo se divierten, ¿no? Y vos ¿No aprovechás ?Te da vergüenza, ¿no? —A mi me da vergüenza, una presa demasiado fácil. Bueno, no voy a hacer ostentación, pero necesito comestible—. Yo también estoy escapando de la curiosidad malsana, el chismorrerío. Iba a la biblioteca. Te llevo así descansás un poco y a mí me viene bien algo de compañía.

A lo largo del corredor se sienten risas, gritos, gemidos. Ella tiembla, es una conejita. Entre la ansiedad y el miedo va a explotar.

―¡Pero mirá vos! Dije biblioteca y este es un dormitorio —la tomo suavemente de la cintura. Tirita. Se deja llevar—. Si nos descubren aquí nos expulsan de nuestras familias, del mundo civilizado —ya está regalada, pero una dosis de terror la va a inmovilizar, además es muy erótico.

―Tomá. Es un poco fuerte, pero te va a gustar —Soy un hijo de puta. No se me escapa una.

§

—Bueno. Yo ya salgo, me voy directo a casa. Que no nos vean juntos. Un día de éstos, cuando pase el peligro, capaz que te llamo —Iba a darle un beso porque así se acostumbra, pero algo en su mirada... como si regresara lentamente a la luz y el resplandor fuera intolerable y ya no pudiera cerrar los ojos.

. Por suerte cuando Carola vuelve a casa yo ya estoy bañado, cambiado, preparado, esperándola en el living.

―¿Dónde estuviste? —Me pregunta sin más preámbulo. Qué ironía. Ella llega tarde y yo tengo que dar explicaciones. Pero ella tiene la manija.

―Te estaba esperando —le digo, ignorando su pregunta. Me acerco,le doy un beso—. Estaba preocupado pero no quería alarmar a nadie con mis temores. ―Siento que se afloja. Soy un maestro. Se da cuenta que estuvo algo agresiva, se justifica.

—Yo también estuve preocupada. Esa zorrita, en la fiesta.

—¿Cuál?

―Esa... Rosario. No habló, no bailó con nadie. Miraba a algunos, a vos. Se cruzaba con vos a cada momento. ¿No te diste cuenta?

—No sé, che —Me tiende la trampa, la venenosa. Pero ya la estaba esperando—. A mi también me pareció... No sé... Pero no estoy dispuesto a arriesgar mi pareja por una turrita que busca alguien que le financie el futuro. Ya nomás decile a la madre que la devuelva o que la ubique donde no joda.

Bueno. Sigo teniendo buenos reflejos. Todavía doy la categoría. Pero claro, Ella llega tarde de quién sabe dónde y el que tiene que dar explicaciones soy yo. Pero así son las reglas del juego. Sólo hay que saber el lugar que le corresponde a uno.

© Carlos Adalberto Fernández