El olor a castañas asadas inunda el aire alrededor del pueblo, indicio del comienzo de la fiesta del Samaín; celebración de un nuevo año, final de la temporada de cosechas, el cambio a meses sin luz, vamos, se acabó el verano. Al anochecer de ese día, se abre la ventana que da paso a los difuntos desde el otro mundo, siendo la única vez que pueden cruzarla para estar con los suyos. Resumiendo, se festeja a los difuntos. A mí lo que más me entusiasma de la fiesta es comer las castañas, el mejor premio después de sufrir los pinchazos para obtener un buen puñado de ellas. Caen del árbol
bien protegidas por una corteza llena de púas, vale la pena el dolor viendo como se llena tu cesta. Al anochecer las hogueras se encienden, las castañas se asan en las brasas y mientras dura el fuego, y todos a su alrededor, contamos historias del acontecer diario de las gentes del pueblo, leyendas, o simples relatos que nunca se sabe si son realidad o no. Son historias de dioses, algún que otro relato de amoríos no logrados, las de difuntos caldean mucho el ambiente. Pero las más intensas y demandadas son las de brujas, que con sus sortilegios truncan la vida de algún incauto mortal; siendo a la
vez caldo de cultivo para supersticiosos incurables, que con sus temores y las bromas que se les gastan nos reímos toda la velada, el oírlas contar es lo que más pacientemente espero. Cuando acaban los cuentos y terminan las castañas, cuyo olor queda todavía impregnado en mi cuerpo aumentado por el calor de las brasas, quedo aletargada en una somnolencia que suele trasladarme al mundo de esas historias. Nunca pude imaginar lo que me sucedería en ese sopor a pesar de las advertencias de los más mayores, que año tras año, siempre nos repiten lo mismo.

—Atención a la demanda de deseos en ésta noche, solo los difuntos tienen concedido el privilegio para solicitarlos. Poned cuidado, ya que algunos de ellos no desean regresar al otro mundo. Reclaman ayuda a las brujas y ellas con sus hechizos consiguen qué permanezcan entre nosotros. Pero para que sea efectivo necesitan almas débiles, apoderándose de ellas para la eternidad.

—Las risas, bromas, y puesta en escena de imaginarios difuntos, eran la respuesta de los más jóvenes a las recomendaciones.

Todavía tengo en el recuerdo el año anterior. Participé en una aventura de lo más fantástica…no, mejor irreal. A día de hoy aún dudo si lo sucedido fue solo una ensoñación por el calor de las brasas. Os la voy a contar:

Aquella noche, escuchaba muy atenta la historia de una bruja que se había vuelto loca y vagaba desequilibrada por el bosque que rodea un pueblo muy cercano al nuestro, prestaba mucho interés ya que conocía a casi todos los vecinos de ese lugar. Al parecer, la bruja al encontrar a su gato muerto en el camino de su casa, presintiendo que alguien del pueblo lo había matado, enloqueció de rabia. Le había enseñado, desde que nació, a emitir maullidos como si de claves en Morse se tratara, logrando que al poco tiempo el gato le contara todo lo que acontecía en los alrededores. Disputas, enamoramientos,
ventas engañosas, herencias manipuladas… vamos, que nos se le pasaba ni una. Por supuesto que la bruja aprovechaba todos estos cotilleos y actuaba con mala fe, chantajeaba continuamente a la gente del pueblo. La muerte del gato la enloqueció, pero lo más terrible era la ira tan grande que reservaba para quien se la encontraba.

Debido a la casualidad el mismo día de la muerte del gato, murió también Martin el marido de Paca “la mandona”; la bruja por medio de un hechizo consiguió abrir la ventana que da paso a los difuntos. El pobre Martin creyéndose un alma olvidada en la tierra, se puso todo contento diciéndose que por lo menos la Paca ya no estaría todo el día mandándole hacer trabajos; su alegría fue corta. Al ver a la bruja a su lado quedo completamente desconcertado, la oía hablar con mucha rapidez, con palabras que no entendía,  sobre su cabeza arrojó algo desconocido, que a él le pareció por el olor restos de comida ¿Creería la bruja que tenía hambre? Éste fue su último pensamiento; la bruja con sus hechizos, había conseguido que su gato se trasladase al cuerpo del difunto. Éste habló, vaya que habló, habló largo y tendido, descubriendo al culpable de su muerte, fue Bernardo “el herrero”, dijo. Recalcando que mientras el herrero lo golpeaba contra el yunque, repetía una y otra vez: ¡Esto por chivato y cotilla! Estoy harto de que siempre  cuentes lo que ocurre en el pueblo.

Los vecinos desde aquél día rodean el bosque para no encontrársela. Con la locura, la bruja no distingue a hombre de mujer, tampoco recuerda como es el herrero; pero al que se cruza en su camino le echa un sortilegio tal, que acababa creyéndose ser lo que a ella en el momento se le ocurra. Cuentan que Roque “el de la Chola”, se pasa el día balando como una oveja. Andrés “el enterrador”, agita los brazos como si de una paloma se tratara y Lourdes “la lavandera”, compra todo lo que se le antoja como si fuese rica. Los tenderos cuando la ven cierran sus puertas, les da pena, pero más pena se tienen ellos porque no les paga.

Y así acabó la historia, se acabaron también las brasas y  fuimos encaminándonos a nuestra casas comentando todavía lo de la bruja y con temor a encontrarla. Ya se sabe creer, creer, no creemos, pero por si las hay nuestros pies fueron derechitos por el camino, sin adentrarnos en el bosque. Cuando ya tenía un buen trayecto recorrido, me di cuenta de que no llevaba la cesta de las castañas.

—Déjala y vuelve mañana, es muy tarde —dijo mi amiga Hortensia muy apurada, temiendo que le pidiera que me acompañara.

—No, mañana tengo mucho trabajo para hacer, ve tu delante y te alcanzo enseguida—dije decidida.

—Apuré el paso. El miedo apuraba también a mi lado. Los latidos de mi corazón se transformaron en un repetitivo pum…pum…pum…pum…pum, llevándome a los límites del terror. Me tranquilicé un poco al llegar y ver la cesta, además todavía las brasas alumbraban algo los alrededores. A la vuelta sentí como se movían unos arbustos del camino, regresó el miedo, mis nervios hicieron estragos. Ya no miraba el camino, corría sin saber por dónde, un árbol con las ramas muy bajas cortó mi carrera al darme en el rostro una de ellas, solté la cesta y con mis manos intenté mitigar el dolor. Cuando las separé, la bruja ya estaba delante de mí, me miraba con unos ojos muy abiertos y saltones que parecían estar fuera sus cuencas desplazándose alrededor de mi cara. Su boca exageraba una sonrisa, la cual parecía cortada a la mitad por la sombra de una nariz prominente. Sin pronunciar palabra, levantó su mano derecha señalandome con su dedo índice:

— ¿Qué te gustaría ser, si no fueses tú? —preguntándome con voz desgarrada:

Retrocedí aterrada.

—Si no contestas con rapidez—siguió diciendo— te convertiré en lo primero que venga a mi mente.

No podía responderle, no era capaz de articular palabra. Mi lucidez se había apagado con el susto.

—Te lo pregunto por segunda vez ¿Qué te gustaría ser, si no fueses tú?, ¡Date prisa me estoy impacientando!—gritó con voz chillona.

Que debía contestar ¡Yo quería ser yo!, no sabía que otra cosa podía ser,  pero no se me ocurría nada. Y sin venir a cuento la luz de mi pensamiento se encendió, y por una rendija se coló sin más la visión del gato de la bruja.

—!Por fin contestas! — exclamó con voz cantarina, pero sin sonreír. Sus ojos revoloteaban todavía alrededor de mi cara.

— ¡Pues mi gato serás!—Pronunció con ímpetu.

Tras estas palabras, vi como marchaba dando saltos y gritando: ¡Ya tengo gato! ¡Ya tengo gato!

No tengo consciencia todavía hoy de cómo llegué a mi casa. Lo que recuerdo, es que desperté tendida en mi cama saltando de ella como si me dieran un pinchazo. Una fuerza desconocida me impulsaba hacia un espejo que tengo, es tan grande que me puedo ver de cuerpo entero. ¡Uf, qué alivio sentí al verme, era yo, solo era yo!

Tardé muy poco tiempo en olvidar lo sucedido, siguiendo con mi vida y haciendo lo de siempre. Después de un año sigo mirándome en el espejo, es la única obsesión que me quedó desde ese día. Eso sí, salgo mucho a pasear, lo necesito y siento como si el cuerpo me obligara a hacerlo. La gente anda a sus cosas y a mí me gusta estar sola, a mi aire. A mi amiga Hortensia la veo pocas veces y siempre está ocupada. A veces me asalta algún recuerdo de aquella noche, pero lo achaco al golpe recibido.

Este año no llevo castañas a la fiesta del Samaín, no me pondré muy cerca de las hogueras, no quiero que la modorra me juegue otra mala pasada. Sin embargo no me perderé las historias de los demás. Allí está Hortensia, ¡está con Manuela!, ¿cómo es que está con ella?; no sabe que Manuela se dedica con su marido a robar los huevos que ponen las gallinas de los vecinos. ¡Y lo hacen bien! Se los llevan de dos en dos para que no se note. ¡Ya me vio!, ¿por qué se pone tan tensa? Oh, allá también está Juan “el panadero”, como siempre mirando de reojo a la hija del sastre ¡Cuando se entere de que se juntan a escondidas en el huerto de Cesar “el ciego”! Y mira tú por dónde, el cura y su sobrina…je,je,je…!Sobrina! ¿Y la familia del marido de la difunta Amelia? Andarán repartiéndose todo lo que  hay de valor en la casa antes de que llegue su sobrina, que es la heredera.

Huy, que silencio y como me miran, ¿qué está ocurriendo?... Viene Bernardo “el herrero”, éste hombre no me gusta nada, me pondré detrás de Hortensia.

— ¡Quieto! — Gritó Hortensia a Bernardo- ¡No le hagas daño!

—Por supuesto que no le haré nada —contestó Bernardo ya a mi lado—, pero estoy seguro de que le chiva todo a la bruja, además lo sabemos todos. Hay que darle un escarmiento.

Al oírlo se me eriza el pelo, recordé como había acabado el gato de la bruja. Doy un salto tal que quedo enganchada al cuello de Bernardo, sin proponérmelo, le araño la cara. Con los gritos de Bernardo y los de los demás, la espalda se me tensa a modo de arco. No entiendo nada de lo que les ocurre pero me entra un miedo que escapo a la carrera hacia mi casa, con una velocidad y agilidad como si cuatro piernas tuviera.

¡Por fin, ya estoy a salvo en mi casa! ¿Qué locura les ha entrado a todos? Un alivio general recorre todo mi cuerpo, al mismo tiempo vuelve la fuerza desconocida a llevarme hacía el espejo, me acerco sigilosamente y muy quieta observo mi reflejo. Mi figura tiene un porte elegante, mi pelo es muy brillante y negro, mi piel suave y aterciopelada, mis ojos rasgados y luminosos, y hasta me gusta mi chata nariz, ¡Uf, que alivio solo soy yo!