En memoria de los muertos inocentes

EL TIEMPO CONTADO

Si. Acá, en esta casa se produjo el hecho del que informan por la tele. Acá es donde el nene de carita de ángel ¿10. 12 años? atacó a la chica, como de la misma edad. Recién lo ví, chiquito, frágil, rodeado de gente, casi me dio lástima, un pibe. Qué destino. Pero ya estaba marcado. Cuanto tenía, ¿10; 12?, ya tiene el tiempo contado, si no era por esto, hubiera sido por cualquier otra cosa. Porque no me digas que no se dan cuenta que esa vida de mierda no te lleva derechito al pozo, pero es como si lo buscaran. Y uno no puede ayudarlos, te tratan como si fueras el enemigo.

¡Cuánta gente! Así no dejamos trabajar a los servidores del orden, esto está lleno de policías, como para enfrentar a una pandilla de Chicago. Y es solamente un pibe, ¿cuanto tenía, 10; 12?. Pero no te confiés, son los más peligrosos. Droga, pegamento, chupi, son muertos vivos.

¡Mirá! ¡Esa es la piba! Esta en un llanto constante. Salvó la vida, aunque quién le quita el horror padecido a manos de ese hijo de puta ¡hay que matarlos, viejo, con qué derecho!¡Son como de la misma edad, pero…!

No. No fue un asalto al voleo –Don Juan, el jubilado, siempre en la plaza o en la vereda, sabía todo, me contó todo.. El pibe la perseguía, después de aquella vez, hará tres meses, en que, en la placita, él vino corriendo, la atropelló, la tiró, le arrebató unos paquetes y desapareció corriendo. La piba lamentó la pérdida de dos regalos para el cumple del hermanito: una pelota de cuero y un libro de cuentos ilustrados, “El mago de Oz” o algo así.

Justamente es la mamá la que le pareció ver, hace unos días, al pibe merodeando la casa. La nena dijo no tener conocimiento de las andanzas del pibe, pero luego confesó que intercambiaron algunas palabras. “Es un buen chico, no me va a hacer daño, prometió devolverme las cosas —lo defiende; creo que la tiene amenazada” comentaba la madre. Por eso esta noche, camino de su casa, cuando vio movimientos, decidió pedir apoyo a los vecinos; estaba muerta de miedo, la pobre. Yo fui corriendo, todos en el barrio estábamos al tanto. Con dos más nos armamos con palos, fierros, lo que fuera, y comenzamos. La casa estaba en silencio, oscura, sólo una luz en pieza de la chica, se oía su voz suave. El chico estaba acostado en la cama, ella sentada a su lado, hablando bajito. Al vernos, nos chistó pidiendo silencio. En eso él intentó incorporarse. Para qué, de los pelos lo bajamos de la cama, lo molimos a patadas, lo reventamos, hijo de puta, lo hubiéramos matado pero te aseguro que con lo que yo le dí va a escupir sangre hasta la jubilación. Era una locura, la nena a los gritos, nosotros –lo reconozco- como perros rabiosos, el chico cada vez más quieto. La policía nos llevó a todos.

- - -

—Me trajo el libro –declaró la niña-. Sí, el del Mago de Oz. Me pidió que se lo leyera. Nunca nadie lo había dormido leyéndole un cuento. No, mamá no tiene. A la tercera página se quedo dormido, acurrucado

© Carlos Adalberto Fernández