Allá por los años 60, durante la fiebre del llamado "Espagueti Western" que se desarrolló en gran parte en escenarios naturales almerienses, coincidieron muchas productoras cinematográficas en competición lícita para realizar films de corte yanqui, pero con marcado sello italo-español que cautivó a los cinéfilos  de la época. Originalidad temática y musical, fueron los ingredientes de tales éxitos que aún se proyectan, aunque ahora, en la pantalla de los televisores.

A parte de los actores que se hicieron famosos, elementos como: escenografía, especialistas, caballos y todo tipo de utillería, no les fueron a la zaga y, concretamente, una cachimba (que es lo que ahora nos ocupa) destacó poderosamente en las manos de uno de los actores más prolíficos de este género. Sin embargo, no vamos a hablar de él ni de ningún otro actor más o menos famoso, lo haremos de esa pequeña cachimba que tanto juego dio mientras fue usada en esos rodajes.

Todo comenzó durante la creación de un personaje para el film "Antes llega la muerte", coproducción dirigida por un español y rodada íntegramente  en el Desierto de Tabernas de Almería. La cachimba era fundamental para recrear al viejo conductor de caravanas fumador empedernido de su buena pipa. Cuando se la entregaron al actor estaba pulimentada y reluciente y contrastaba con el aspecto sucio y greñudo del personaje, sin embargo, hasta muy avanzado el rodaje nadie se percató de su estado, ni siquiera el actor que, metido en faena, tenía que conducir una caravana de doce caballos de tiro por precipicios muy peligrosos. La cachimba, tras ser usada con verdadera adicción para mitigar el miedo, no perdía es poderoso barniz que la hacía invulnerable al desgaste. Muchos rollos de película se habían invertido cuando en un primerísimo plano el director exclamó: "¡Esa pipa está muy nueva!" Sí que lo estaba y el propio actor  se extrañó  tras su prolongado uso. Pero ya no se podía cambiar sin que se apreciara una falta de racord en las próximas secuencias. "¡Qué hacemos!"- preguntó el scrip.

"Eludiremos la pipa en los primeros planos"- contestó el director.

Era la solución, aunque no para el actor tan arraigado a este artefacto que le imprimía carácter y le ofrecía seguridad en la dura tarea de hacerse con las doce acémilas. La cachimba se había convertido en parte de su cuerpo y como necesitaba ambas manos para llevar las riendas, sólo la podía llevar en la boca, donde más se veía. La situación era complicada y, de repente, algo sucedió que resolvió el problema. En uno de los brincos que dio la caravana se le cayó de los labios y fue a parar a un charco. Pero el rodaje no podía pararse, por lo tanto, paró con todas sus fuerzas a los desbocados caballos y, jurando en arameo, como si fuera parte del guión, saltó y cogió la embarrada pipa solucionando el problema. Al terminar el rodaje y limpiar la cachimba comprobaron que seguía impoluta, pero ya tenían la excusa para deteriorarla adrede. El propio actor provisto de una lija estuvo frotando hasta quitarle el barniz y el tinte que la cubría dejando ver su verdadero carácter de raíz de frutal con sus vetas rosáceas. Una vez mate, la cachimba adquirió la perfecta calidad que de ella se esperaba. El cálido tacto la hizo más inseparable contribuyendo a que se sintiera más cómodo en el papel. Había dejado de ser un objeto de utillería y formaba parte del personaje que ya no abandonaría jamás.

Cuando terminó el rodaje, la cachimba siguió con el actor hasta el próximo papel que fue a los pocos meses, esta vez, en Cinecitta (Roma) y con un film titulado " Por un puñado de dólares".

El personaje era un juez que, al final de la película, es tiroteado a la puerta del saloon. La pipa volvió a ser parte fundamental del personaje y, esta vez, no importó su deslucido aspecto. Durante el rodaje, los primeros planos le dieron categoría de figura escénica de primer orden y, humeante, parecía pavonearse ante el objetivo como lo hacía el caballo más experimentado de la cuadra Medina, que "chupaba" plano en cuanto podía.

No resulta extraño pues, que en este medio artístico exista tanta superstición. Cuando algo sale bien, hay que volver a rodearse de los mismos ingredientes para que se repita el éxito; la cachimba era uno de ellos y había que aprovecharlo. En más de una ocasión, algún que otro compañero actor solicitó compartirla. Su procedencia fue olvidada entrando de lleno en el mundo de la superstición cuando, en un falso tiroteo, una esquirla de madera fue parada mientras se encontraba en los labios del actor. En una ocasión fue robada y devuelta misteriosamente dentro de una bolsa de gamuza verde con una nota de agradecimiento.

Durante un rodaje se cayó al pozo de una mina abandonada y la dieron por perdida. Al cabo de un tiempo, un gitanillo, hábil caballista contratado en un rodaje, jugándose la vida, bajó a por ella y se la cambió al actor por un jamón de bellota. En cada rodaje, la cachimba protagonizaba algún suceso y se convirtió en amuleto inseparable y, aunque no fuera con el personaje, el actor la llevaba siempre consigo en su bolsillo para asegurarse el éxito de su trabajo.

Pasaron los años, los films del oeste dejaron de interesar y el actor continuó su carrera en la pequeña pantalla donde la cachimba perdió su interés. Un día, por casualidad, el jóven hijo del actor la descubrió en un cajón junto con otros objetos curiosos y se la pidió para su colección de pipas, excusa perfecta para poderla usar. Quería experimentar el perfumado olor del tabaco inglés y la tibia temperatura en su mano en los días invernales. Le acompañó muchos años y le dio seguridad y aplomo en la vida profesional que había elegido: la escenografía. Su inseparable contacto duró hasta que decidió alejarse definitivamente del tabaco.

Guardada más de veinte años, ayer, también por una extraña casualidad, Álvaro, el nieto del hijo del actor la descubrió y se obró el milagro. La cachimba cobró vida para aparecer finalmente en esta pequeña historia, parte cierta, parte inventada por su actual poseedor-que no dueño-porque, a saber en que manos terminará y cuanto dará aún que hablar...