La Historia de AlephElla y AlephÉl

Cuándo ella y él fallecieron, sus hijos, cumpliendo los deseos que muchos años atrás les manifestaron tanto ella como él, hicieron cremar sus cuerpos y arrojadas sus cenizas a aguas oceánicas. Distintos los tiempos, distintos los mares, mismo el destino.

Así es como terminaron sus cuerpos. Pareciera que así su vida, mas… ¿y eso que algunos llaman alma, algunos espíritu, algunos soplo vital, algunos energía, algunos…? Esa otra parte del ser de cada quién; aquello innegable, inimaginable, incierto y, con todo, aceptado aunque pleno de interrogantes. Esa parte que se dice que no muere, que sólo se transforma, que se va a otro mundo. ¿Qué de ella? ¿Qué de ese otro mundo?

La respuesta se tenía desde mucho antes que ella y él llegaran al final de su vida. La había dado, enclaustrada en un texto literario, un sabio, invidente de las cosas materiales de este mundo y, en cambio, vidente excelso de las cosas esenciales de la vida y del futuro. Según los investigadores del siglo 23, que era argentino, que tenía por nombre o apellido Borges, algo así.

Lo había entreverado en una obra que, afortunadamente, se rescató de El Día de las Tinieblas, conque concluyó una era de la humanidad en algún año del siglo 21 y que en los siglos posteriores, en la renacida Nueva Era, se conservó en el Centro de Investigación del Pasado.

El hecho visionario, señalado sutilmente, pero por nadie entendido ni interpretado, era sólo un párrafo de lo que en aquella época llamaban libros. El escritor lo llama El Aleph y es “el punto donde se encuentran todos los puntos”.

Estas eran sus líneas:

“Entonces vi el Aleph.
“En la parte inferior del escalón, hacia la derecha, vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba. El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño. Cada cosa (la luna del espejo, digamos) era infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde todos los puntos del universo. Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto (era Londres), vi interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como en un espejo, vi todos los espejos del planeta y ninguno me reflejó, vi en un traspatio de la calle Soler las mismas baldosas que hace treinta años vi en el zaguán de una casa en Fray Bentos, vi racimos, nieve, tabaco, vetas de metal, vapor de agua, vi convexos desiertos ecuatoriales y cada uno de sus granos de arena, vi en Inverness a una mujer que no olvidaré, vi la violenta cabellera, el altivo cuerpo, vi un cáncer en el pecho, vi un círculo de tierra seca en una vereda, donde antes hubo un árbol, vi una quinta de Adrogué, un ejemplar de la primera versión inglesa de Plinio, la de Philemon Holland, vi a un tiempo cada letra de cada página (de chico, yo solía maravillarme de que las letras de un volumen cerrado no se mezclaran y perdieran en el decurso de la noche), vi la noche y el día contemporáneo, vi un poniente en Querétaro que parecía reflejar el color de una rosa en Bengala, vi mi dormitorio sin nadie, vi en un gabinete de Alkmaar un globo terráqueo entre dos espejos que lo multiplican sin fin, vi caballos de crin arremolinada, en una playa del Mar Caspio en el alba, vi la delicada osatura de una mano, vi a los sobrevivientes de una batalla enviando tarjetas postales, vi en un escaparate de Mirzapur una baraja española, vi las sombras oblicuas de unos helechos en el suelo de un invernáculo, vi tigres, émbolos, bisontes, marejadas y ejércitos, vi todas las hormigas que hay en la tierra, vi un astrolabio persa, vi en un cajón del escritorio (y la letra me hizo temblar) cartas obscenas, increíbles, precisas, que Beatriz había dirigido a Carlos Argentino, vi un adorado monumento en la Chacarita, vi la reliquia atroz de lo que deliciosamente había sido Beatriz Viterbo, vi la circulación de mi oscura sangre, vi el engranaje del amor y la modificación de la muerte, vi el Aleph, desde todos los puntos, vi en el Aleph la tierra, y en la tierra otra vez el Aleph y en el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo.”

Habría de pasar más de medio siglo para que se hiciera luz sobre el llamado Boson de Highs, cuya existencia había teorizado el científico en cuyo honor se le dio nombre a esta partícula del mundo subatómico, pocos años después del texto del misterioso escritor de nombre o apellido Borges, o algo así. El señor Borges había encriptado el párrafo correspondiente describiendo al Aleph en una dimensión asimilable para el lector. Además, ocultó que un Boson de Highs, constituía el núcleo del Aleph. Y que, a su vez, en el núcleo del boson, la parte intrínseca del Aleph, se concentraba la esencia de todo ser.

Así, el alma, el espíritu, la energía vital… lo que además de cuerpo fueron Ella y Él, ahora, en lo que acaso se pudiera llamar nueva vida, se habían trasmutado en dos Alephs: AlepElla y AlephÉl.

AlephElla y AlephÉl, desde entonces, tomaron cada quien un rumbo y, más allá de la velocidad de la luz, más allá de los entes cósmicos conocidos hasta entonces por la Humanidad dejada atrás, viajaron por los más recónditos rincones del Universo conocido y del no conocido, se adentraron en los misterios de la materia oscura, surcaron por los estados vibracionales de las membranas que ya se conjeturaban desde el siglo 20 en la Teoría de Cuerdas, penetraron, en fin, los más inconcebibles hiperespacios de un Multiverso en expansión de once dimensiones.

Mas se habrían de volver a encontrar. Sería en la constelación de Orión. Justamente en el ámbito de Alnilam, la estrella central del Cinturón.

AlephElla y AlephÉl, frente a frente, se integrarían en un movimiento perpetuo de rotación de uno alrededor del otro. Cada quien un infinitésimo planeta y satélite a la vez.

Porque estaba así predestinado, desde que dejaron el mundo en que vivieron hasta el reencuentro cósmico.

Y que para ello habrían de transcurrir veinte millones de años.

O sea nada, relativamente nada en función de el flujo del tiempo.

Tan sólo un microinstante de la Eternidad.

J. A. C.

Ilustración del texto: "Oriónidas". Esferas de Energía videograbadas por la escritora Lilia Morales y Mori en el cielo de la ciudad deToluca (México).

Este tipo de esferas, de las que no se tiene explicación, originalmente fueron captadas al sur de la constelación de Orión.

Es común que se vean como sólo un punto luminoso, aparentemente una estrella. Identificadas en Toluca y Ciudad de México Al videograbarlas y aplicar zoom, se ven como en la ilustración, misma que es un "congelamiento" de una imagen de un video.