Cuenta una leyenda, famosa entre la comunidad de los hombres de mar, que después de que se les acaba la vida, el alma de los marinos emigra a un ignoto lugar ubicado en la Estrella Polar. Es el designio de Dios; pero no del que solemos creer o descreer, sino del que intuye Borges, el que se encierra en su pregunta “¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza de polvo y tiempo y sueños y agonías?”

No podría pensarse en un destino final más significativo. La estrella Polar o Polaris fue, por toda la era de la navegación astronómica, la aliada imprescindible de los hombres de mar que, a su observación, podían verificar rumbos y determinar latitudes.

Polaris, puerto final del final de todos los marinos que en el mundo han sido, se encuentra a 431 años luz de nuestro Planeta Azul. A las singladuras acreditadas a los navegantes, habría que sumar 2200207281757851 millas náuticas en calidad post mortem.

 En otros términos, navegadas a 15 nudos representan 110010364087897 horas.
Más de doce mil millones de años.
O sea nada. Tan sólo un infinitesimal fragmento de un instante de la eternidad.

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En el retiro eterno de Polaris, los que en vida fueron hombres de mar, han creado la Sociedad de los Marinos Muertos.

 Allí las almas se han vuelto a corporizar. Diríase que viven una nueva vida en que han quedado atrás las aguas azules de la mar, brisas oceánicas, vientos alisios, quietudes y tempestades. La Sociedad de los Marinos Muertos es una hermandad infinitamente más rica que la que pudiera haber sido en vida. Los viejos lobos de mar disfrutan de la paz de Polaris, hacen corrillos y reuniones, comparten agradables anécdotas, evocan efímeros amores de puerto, rememoran luces y sombras del pasado quehacer de la navegación. Unos reviven con júbilo batallas navales victoriosas, otros con pesadumbre las derrotas. A los que fueron cadetes les llega la nostalgia de la vida estudiantil, háyase vivido en Annapolis o en Antón Lizardo.

 Atrás quedaron baupreses, foques, obenques, amantillos, calabrotes, matafiones. Atrás quedó toda una existencia transcurrida en galeones, balandros, jabeques, naos, goletas, pailebotes, sumacas. En modestas lanchas del noble oficio de pescador. En carabelas y trasatlánticos. En fragatas y guardacostas. En todo tipo de naves que fueron su segundo hogar. Si no es que el principal. Si no es que el único.

Ahora, en Polaris, en la Sociedad de los Marinos Muertos, conviven grumetes y contramaestres, bucaneros y corsarios, guardiamarinas y almirantes. Mercaderes, aventureros, descubridores de nuevos mundos, héroes de históricas batallas,
Personajes anónimos los más. Ilustres protagonistas muchos, los que escribieron páginas inolvidables de los hechos de mar y evolucionaron con sus hazañas la historia del planeta Tierra.

Allí está Marco Polo y con él la memoria de su viaje fabuloso hasta Catai. La “ruta de la seda”: su salida de Venecia, el rodeo de Grecia hasta Constantinopla, el cruce del mar Negro y el de Azov.

 Allí está Américo Vespucio, el primer europeo que comprendió que las tierras descubiertas por Colón conformaban un nuevo continente.

 Allí está el propio almirante Cristóbal Colón y los hermanos Pinzón. En la Sociedad de los Marinos Muertos rememoran su salida del puerto de Palos de la Frontera, las vicisitudes del histórico viaje, su arribo a Guanahaní. El 12 de octubre de 1492 que dejaron escrito como fecha histórica imborrable.

Allí está Fernando de Magallanes, con él la memoria del primer navegante que pasara del océano Atlántico al Pacífico. A veces se acompaña de Juan Sebastián Elcano y pareciera que otra vez planean la expedición que lograría la primera circunnavegación de la Tierra.
En Polaris suelen reunirse a charlar en su portugués nativo Vasco da Gama y Pedro Álvares Cabral. El primero evoca con legítimo orgullo haber realizado el más largo viaje oceánico de su tiempo, navegando de Europa a la India y su retorno. Las trascendentales observaciones de sus travesías. El segundo, de cómo las asimiló y sirvieran para su descubrimiento del lejano Brasil.

 Héroes de mil hazañas allí están. El almirante Horatio Nelson naturalmente, acaso el marino de guerra más célebre. En el recuerdo la Batalla de Trafalgar y la victoria que lo haría pasar a las páginas de la historia. El enfrentamiento contra las flotas de Francia y España. Su navío el Victory. Y el disparo de mosquete salido de un tirador desde las cofas del Redoutable que cegaría su vida.

 El 3 de marzo de 1843 el alma de quien fuera comandante en jefe de la Armada de México, David Porter, surcó el pedacito del Universo que media entre la Tierra y Polaris para integrarse a la Sociedad de los Marinos Muertos. En aguas mexicanas dejó la huella de sus proezas navales, de cómo obligó que los buques españoles retrocedieran sus límites marítimos. La última huella de su misión en México, cuando la fragata española Lealtad derrotara al Guerrero, capitaneado por su sobrino David Henry Porter. Naval de toda la vida, comparte divertido en Polaris sus experiencias como embajador de los Estados Unidos ante Turquía, donde habría de morir.

 Ciertamente, no todos los integrantes de la Sociedad de los Marinos Muertos dejaron buen recuerdo de sus hechos de mar. Piratas, corsarios y bucaneros también habitan Polaris. Francis Drake que, con patente de corso al servicio de la corona británica, saqueaba las riquezas transportadas por naves de países enemigos, asaltaba ciudades y capturaba esclavos para venderlos. El célebre Morgan, que ingrato recuerdo habrán dejado sus incursiones a Cuba, Venezuela y Panamá. Le fue bien, el rey Carlos II le concedería el título de Sir y vicegobernador de Jamaica.

 Y Barbarroja, el corsario musulmán que acosaba a las naves cristianas. Y Lorencillo, de infeliz memoria en Veracruz. Y Juan Lafitte que se creía amo del Golfo de México… y la anécdota de que el gobernador de Luisiana ofreció 5,000 dólares por su cabeza y Lafitte 50,000 por la del gobernador.

En el ambiente de la Sociedad de los Marinos Muertos habita también el espíritu de los hombres de mar producto de la ficción. Protagonistas de aventuras, proezas, hechos simpáticos. Son parte del anecdotario que comparten los marinos en Polaris para disfrutar el tiempo. El capitán Nemo, su Nautilus y sus veinte mil leguas de viaje submarino. Simbad, con sus siete viajes y los sucesos fabulosos de cada uno. Popeye y sus preciadas espinacas. El capitán Ahab y su obsesiva persecución de Moby Dick. Sandokan, el Tigre de Malasia y las aventuras inolvidables que conocieron tantos jóvenes al iniciarse en el mágico mundo de la lectura.

 Sí, cuenta esa leyenda de los hombres de mar que, después de su vida, sus almas emigran a la Estrella Polar e integran la Sociedad de los Marinos Muertos.

Pero… ¿están realmente todos allí?

Leyenda también de por medio, falta uno. Sólo uno. Y nunca arribará.

¨Por simpre estará ausente el alma del capitán Willem van der Decken, el Holandés Errante.
El hombre que hizo pacto con el diablo para navegar por los mares y vencer todas las adversidades que la naturaleza pusiera en sus travesías. No contaba con que Dios, que todo lo sabe, se enteraría del pacto y en castigo lo condenaría a vivir para siempre y navegar sin rumbo y sin tocar nunca tierra. No habría de requerir tripulación alguna, estaba destinado a vivir acompañado por su soledad por toda la eternidad.

Hollywood recogió la leyenda del Holandés Errante. Cinéfila versión en que van der Decken puede bajar a tierra cada siete años y permanecer durante dos meses. Tersa visión hollywoodense en que la maldición divina habría de terminar cuando una mujer estuviera dispuesta, por amor, a dar su vida por el Holandés Errante. Pero… eso es cosa de la película Pandora, distorsión de la historia original a cambio de aplaudir la interpretación de James Mason y disfrutar la belleza de Ava Gardner.

 No, en Polaris, adonde emigran las almas de los hombres de mar que en el mundo han sido, donde existe la Sociedad de los Marinos Muertos, faltara siempre uno: el Holandés Errante.

Él seguirá navegando para siempre por los mares del mundo. Se dice que Karl Donitz,comandante en jefe de la flota alemana nazi, vio su barco fantasma cuando navegaba en una misión al este de Suez. Se dice que en 1881 el duque de York, futuro rey Jorge V de Inglaterra, escribió en su bitácora haberlo visto también.

 Y a la maldición divina habrá que interpretar que, destinado a vivir eternamente, el Holandés Errante nunca emigrará a Polaris.

El único que jamás será miembro de la Sociedad de los Marinos Muertos.