Desde muy joven desconfié de la veracidad de la bondad humana y de las altisonantes palabras que proclamaban la divina, por lo que gané una merecida fama de incrédula atea. Cuando algo no me parecía lo suficiente claro, me encerraba  en un mutismo insolente y pertinaz, sin posible opción a comentarios.

 Casi sin darme cuenta caí en un pozo de silencio. No era lo que deseaba y aún así, pasé de ser una persona abierta y algo dicharachera a otra silenciosa y bastante huraña. Casi sin darme cuenta dejé de hablar.

 Tanto silencio, agudizó  extraordinariamente mis sentidos. Podía captar y diferenciar sonidos hasta entonces para mí inaudibles, distinguiendo desde el leve roce de una hoja al caer hasta el más ligero susurro, deslizándome cual gato en la oscuridad con extrema facilidad.

 Lo que al principio parecía bueno no tardó en no serlo tanto. El aumento de mis percepciones, algo que nadie sabía, me daba acceso a lo más oculto de cuantos me rodeaban. Lo que por otro lado avalaba mi obstinado silencio

 Pese a mi desagradable silencio nunca dejaron de invitarme a cuanto sarao hubiera. Era la única heredera de una gran fortuna y nadie quería perder mi apoyo en cualquiera de las causas, obras o necesidades en las que se hallaran.

 Nunca fui excesivamente sociable pero gustaba de compañía, Mi fama me indujo al silencio e hizo de mí  una excelente observadora, con lo que disfrutaba enormemente cuando me hallaba en público. Podía,  como si en una cabina aislada estuviera, inmiscuirme en la vida y parecer de todos los presentes y, en muchos casos, por desgracia, también de los ausentes.

 Empecé a tomar por costumbre escribir las órdenes a mis criados en vez de hacerlo de viva voz. Ni ellos se atrevían a hablar, sino en susurros. Por extraño que parezca tal situación me hacía sentir cómoda y me producía un extraño placer.

 El día de mi cumpleaños, lo celebraba con una gran fiesta y numerosos invitados, con una sola condición, nadie podía obsequiarme con un presente que costara más de un duro. Por contra todos los invitados recibían un obsequio. El número de años cumplidos grabados en una plaquita de oro para las señoras y en un botón para los caballeros. Los regalos recibidos eran guardados en un gran arcón, sin abrirlos, en presencia de sus portadores.

 Cercano el día de mi  cincuenta aniversario, envié las invitaciones correspondientes añadiendo que aquél año no aceptaría regalo alguno.

 Fue una bonita y concurrida fiesta. Cuando llegó el momento de entregarles, el obsequio acostumbrado se sorprendieron al ver entrar en el salón dos jóvenes portando el arcón con todos los  regalos recibidos en años anteriores y celosamente  guardados.

 A un gesto mío, uno de ellos leyó un mensaje:

- “Aquél de vosotros, que pueda reconocer dos de sus regalos, a los que les ha sido borrado el    nombre del donante, se convertirá en mi heredero o heredera.”

 La sorpresa fue unánime. El murmullo general. No era para menos, jamás me casé, carecía  de parientes cercanos o lejanos. Así que todos los presentes empezaron a hacer cábalas,creyendo posible convertirse en el afortunado. Sonriendo ante tanta avaricia no les dije que cada regalo había sido desenvuelto  anotando el nombre del portador en el reverso del papel antes de volver a dejarlo igual que estaba. Todos pensaron  lo mismo, coger un paquete al azar y asegurar que era  suyo,

 Abierto el arcón volcaron sobre el suelo tal cantidad  de paquetes  que formaban una pequeña montaña en medio del salón. Todos  se miraban en silencio sin atreverse a dar el primer paso

Una niña de no mucho más de siete u ocho  años, se adelantó, sonriente, con los bracitos extendidos y  sin prisa alguna empezó a remover entre los regalos. Todas las miradas se volvieron hacia mí. Con un gesto ordené que la dejaran hacer.

No tardó mucho en dar con lo que buscaba. De entre tanto paquete levantó tres pequeños con el envoltorio del mismo color e idéntico tamaño. Me fijé que el papel tenía unas flores grabadas.

Sonriente se acercó a mí, alzó sus manitas y me los presentó con una amplia sonrisa diciendo “Estos son los míos”.

Ante mi silencio y el de los asistentes explicó con la voz algo temblorosa: “Ha sido muy fácil, sé que son éstos seguro porque os los obsequié de todo corazón, mi nombre es Clara".

Asombrada me acerqué a aquella muñequita de carne y hueso hasta quedar a su altura y tomando uno de los regalos lo desenvolví llevándome la, sorpresa de constatar que efectivamente en el reverso del papel estaba escrito su nombre,  Clara, como ella misma dijo y nadie desmintió. Continuó explicando:

-“Dejadme que los abra yo, y así os será más fácil comprenderme" .

Con hábiles dedos abrió el primero. Era una cajita y dentro  doblado había un papel, me lo entregó para que lo leyera. En él estaba escrito:“Os regalo mi voz”.

Los otros dos eran iguales. No entendía nada, ella notando mi perplejidad, sonriendo me abrazó diciendo:

- “A una Señora tan generosa y dulce como sois Vos con todo su servicio, solo le falta la voz para poder hablar conmigo”.

Sonreí involuntariamente atrayendo a la pequeña hacia mí. Con una voz rota y fea, después de años de silencio, le pregunté;

-“Pero ¿por qué deseas tanto que hable contigo?”

La niña empezó a saltar y reír girándose hacia las sirvientas diciendo:

-“Ves mamá como si era posible. ¡Ya habla!”.

Con una gran sonrisa  explicó:

-“Nací ciega. Todos dicen que vivimos en un lugar maravilloso, nadie mejor que Vos para explicarme cómo es, así que pensé que si yo os daba algo mío a lo mejor desearíais compartir algo vuestro conmigo, haciendo así una entre las dos”.

 La abracé asegurándole que así sería. Más mis antiguos recelos  me asaltaron de nuevo obligándome a preguntar: “¿Cómo si no ves has podido escribir?” riendo contestó: “No fui yo, fue  la estrella que me guía, mi mamá, vuestra doncella”.

Gracias a ella he vuelto a la vida,  amando las palabras, leyéndole libros o explicando amaneceres a Clara, abandonado al fin mi absurdo y silente estado.

 Clara Salvatierra Castellanos será mi única y querida heredera.

Dannu