La vida en el castro era tranquila y todo lo confortable que sus gentes habían logrado que fuera. Buenas casas, bien construidas y aisladas de las inclemencias de la alta montaña. Buenos enseres, que la artesanía propia les proporcionaba. Y buenos rebaños, que con los abundantes pastos de la zona, se criaban solos. Tanto ovejas como vacas, pacían por doquier al socaire de la sierra sobre la garganta de Alardos. Ni que decir tiene que todo esto fue posible gracias a ese maravilloso enclave en el que estaba situado el castro. Desde su atalaya se podía dominar la llanura fértil del Valle de la Vera con su increíble panorámica. Al oeste, la garganta con sus saltos de agua y sus senderos perdiéndose hacia las crestas nevadas de los montes, y tras el promontorio norteño del asentamiento primitivo, el pico Almanzor, que en el siglo II a. de C., quizá le llamaron "El hogar de los dioses" por su inaccesible y majestuoso porte.

Por la vertiente oriental el castro había comenzado a expandir sus construcciones para las nuevas familias que llegaban del otro lado de la sierra. Una de ellas, compuesta por el padre, la madre y tres hijas trillizas de gran belleza y semejanza, había aparecido con su voluminosa carreta junto con otras dos familias que conocían el poblado. Todos sus enseres iban con ellos pues habían tenido que huir de sus hogares por culpa del invasor romano que construía un camino de losas de piedra para atravesar la sierra. Los soldados les habían arrebatado su ganado para alimentarse y aunque recibieron algunas monedas a cambio, no les permitía mantenerse por mucho tiempo solos, necesitaban la protección del grupo y a eso vinieron al castro.

El padre habló con el jefe y enseguida se dispusieron a buscarles acomodo hasta construir su nuevo hogar.

Las gentes se arremolinaron en torno a los recién llegados para escuchar sus peripecias, y los jóvenes, para ver de cerca a las trillizas que eran como tres gotas de agua y, por si fuera poco, iban vestidas igual.

-¡Quince años tienen mis hijas! - dijo el padre a quien se lo preguntó -. ¡Y las tres están solteras! - añadió ruborizándolas y provocando las risas de los demás.

Las tres aparentaban ser fuertes y saludables por el color de sus mejillas y por sus abultados senos que desbordaban sus corpiños infantiles. Largas trenzas rubias atadas con pequeños lacitos no conseguían sino acentuar más su atractivo femenino a pesar de los esfuerzos de su madre que las peinaba y les hacía la ropa como si aun fueran niñas.

Cuando el padre comenzó a construir la base de lo que iba a ser su casa, una retahíla de muchachos se agruparon a su alrededor para ofrecer su ayuda. No la despreció, al contrario, estaba muy complacido ya que él solo tardaría mucho y no quería ser gravoso para la familia que les había acogido.

Los muchachos querían ganarse la simpatía del padre para poder llegar más fácilmente a las hijas. Él lo sabía y se aprovechaba de ello. Así pues, pronto la casa fue levantada con las mejores piedras del lugar, los mejores adobes y la mejor techumbre de paja trenzada.

Uno de ellos, en la fragua de su padre, le hizo los hierros para la cocina (la pieza más importante de la casa). Otro, que era carpintero, las puertas y ventanas e incluso un banco corrido en torno a la lumbre donde se come y se duerme. Hubo quien le torneó los cacharros de barro y le hizo artesas para el queso y la mantequilla.

Cuando la casa estuvo terminada acudió todo el castro para visitarla. Efectivamente, se había convertido en la mejor edificación, la más grande  y la mejor equipada. Él, agradecido, les quiso corresponder por su ayuda y, con las monedas que le dieron los romanos, compró todo lo necesario. Invitó a todo el castro y se divirtieron bailando con las trillizas que eran la gran atracción, sabían danzas nuevas y su alegría contagiosa provocó el desasosiego de todos los solteros y de algún que otro casado. El baile se prolongó hasta el amanecer en que, exhaustos, se fueron retirando a sus casas.

"¡No podíamos haber encajado mejor!" -Pensó el padre. Y efectivamente, a todos les habían caído muy bien. "Ahora tenemos que colaborar con nuestro trabajo para que nos sigan queriendo y respetando". Estaba inmerso en estos pensamientos y se le ocurrió una gran idea. Despertó a sus hijas y a su mujer y les dijo:

-Mañana sin falta anunciaré que una de vosotras, hijas mías, elegirá un marido de entre los solteros del castro.

-¿Podremos elegir? -preguntaron las tres muy contentas.

-Sí -les contestó con un guiño malicioso, y continuó-. Pero sólo elegirá la que yo diga y habrá unos meses de noviazgo. ¿De acuerdo?

Ellas no estaban muy de acuerdo hasta que pasó un buen rato y hablaron entre sí. Como eran idénticas no importaba mucho la que su padre eligiera. No era la primera vez que le engañaban y ésta sería una buena ocasión para volverlo a hacer. Además, sería divertido repartirse el novio, pensaron con frivolidad.

El padre habló a solas con la madre para hacer la selección de la hija pues suponía que ella tendría mejor forma de identificarlas.

-¿Alguna marca de nacimiento o cicatriz tendrán que las identifique? - preguntó.

-No, esposo mío, son idénticas en todo.

Pero no era cierto. La madre no quería comprometer a ninguna y no soltó prenda.

-Está bien, pues habrá que ponerles una marca y echar a suertes su elección.

La marca fue muy ingenua y sencilla, consistió en ponerles un torque al cuello con sus nombres grabados. De esa forma, la identificación era segura para él.

Las hijas recibieron el regalo con gran regocijo y el padre les dijo que se lo pusieran siempre que salieran de casa. Cada una cogió el que estaba grabado con su nombre y se lo puso muy feliz entre risas y miradas pícaras.

-Nula, Adia y Lila. Estas somos nosotras - le dijeron al padre mientras le hacían carantoñas- Ya no te equivocarás - siguieron diciéndole sin dejar de reír.

Entonces, el padre les dijo:

-Cuando esta tarde nos reunamos junto al altar de Vaélico, todos los mozos solteros estarán reunidos y, la que yo señale, podrá elegir a uno. Luego, yo hablaré con su familia y si está libre y lo desea, seréis novios una temporada antes de la boda.

Esta fórmula no se había empleado nunca en esta sociedad, pero él la necesitaba para sus planes.

Mediante un sorteo, fue Nula la elegida, y ella, a su vez. eligió a Tamsé. Bien es verdad que este zagal ya estaba elegido por las tres desde que ayudó a su padre en la construcción de la casa. Él también lo esperaba por las miradas de las chicas y la sorpresa no fue tan grande como era de esperar.

-Nula es la que saldrá con Tamsé durante seis meses y, si es digno de ella, se casarán -dijo el padre a todos los vecinos.

-¿Y qué deberá hacer para demostrarlo? - le preguntaron.

-Deberá hacer algo importante para la comunidad. Un camino de piedra para nuestras carretas al estilo romano -contestó el padre.

-¡Pero el pobre chico no podrá hacerlo solo! -le gritaron algunos.

-Pero tengo dos hijas más, no lo olvidéis -contestó el padre.

Entonces todos se pusieron en danza, todos, menos los casados y no por falta de ganas.

El jefe del poblado felicitó a este ingenioso padre por tan feliz idea pues de esa forma mataba dos pájaros con la misma honda; por un lado, tendría ocupados a los jóvenes que, fuera del trabajo, eran una pesadilla por sus juergas, y por el otro, ¡al fin tendrían un camino que no se destruyera en el invierno con las lluvias!

El trabajo fue inmenso, pero pronto comenzó a dar sus frutos. Nunca habían trabajado tanto y tan organizadamente, ni siquiera las legiones romanas lo harían mejor. Cinco kilómetros de distancia, desde el castro hasta la llanura, quedaron unidos por un enlosado de dos metros y medio de ancho con bordillos a los lados para impedir que las ruedas de los carros se salieran de la calzada.

-¡Una gran obra! -dijo el jefe en su inauguración mientras todos los miembros de la comunidad saltaban de alegría.

Durante este tiempo, el noviazgo de Nula con Tamsé no fue posible y las tres hermanas se disputaban la primacía de Tamsé sin aceptar la designación de su padre. La madre, viendo que la situación empeoraba por momentos, les dijo:

-Tenéis que terminar de una vez con este juego, de lo contrario, os destruirá. Vuestro padre jamás os ha engañado y no se merece lo que estáis haciendo. Yo se quien es cual y no me obliguéis a decírselo. Pensad que hay más chicos y conformaos con lo que la suerte os brinda y, ya que podéis escoger, no escojáis al mismo ¡caramba!

La madre hizo ésta y muchas más reflexiones para que entraran en razón. Cuando llegó la hora de elegir a la segunda, le tocó a Lila y, aunque le costó mucho decidirse, al fin lo hizo por un chico del agrado de sus hermanas. Quedaba pues, sólo Adia y al padre se le ocurrió que había que completar las obras con una muralla que cortara el camino pues ahora la vulnerabilidad había aumentado. Y eso fue lo que propuso para el novio de sus tercera hija.

Los pretendientes construyeron una muralla de piedra de tres metros de anchura con una puerta de acceso al recinto que lo hacía inaccesible Todo fue terminado antes de lo que se esperaba y al no tener nada que objetar, el padre autorizó a su tercera hija a que escogiera pareja. Y así lo hizo, pero con la aprobación de las otras. Entonces su madre volvió a reunirlas y les dijo:

-Muy bien, hijas mías. Habéis sabido actuar. ¿Os dais cuenta de que más vale tener, que desear? Ahora ya podéis disfrutar del don de la semejanza siempre que vuestros maridos no descubran vuestra pequeña diferencia.

Todos vivían felices y nadie más que su madre sospechaba que esa felicidad se renovaba cada vez que ellas se intercambiaban los nombres.

Un día sucedió lo inevitable. Las tres se quedaron embarazadas y el temor les asaltó.

-¿De quien será nuestro hijo? ¿Qué vamos a hacer ahora?

La madre, saliéndoles al paso, les aconsejó:

-Ya os habéis divertido bastante y es hora de sentar la cabeza.

-Sí madre, ¿pero como sabremos quien es el padre de nuestro hijo?

-Pues muy sencillo -dijo ella- cuando llegue el momento del parto os encerráis en la misma habitación, y yo, conforme nazcan los niños, los voy separando y cuando entren sus padres, que elijan.

-¡Vaya idea! -gritaron las tres-. Aunque no sepamos quién es el padre, si sabemos quien es la madre y no queremos que nos los mezcles.

Entonces la madre con gran seriedad, les dijo:

-¿Os dais cuenta como se cambia de forma de pensar? Ahora tendréis que aceptar lo que os envíen los dioses y nada de lamentos si no queréis que vuestros maridos sospechen. La mejor forma es la que os he propuesto y si no os gusta, siempre podréis recuperar al que consideréis vuestro hijo cambiando  vuestros nombres, pero ya, definitivamente.

La providencia quiso que cada niño se pareciera a un padre distinto con lo cual se solucionó el problema, pero sirvió de escarmiento a aquellas "juguetonas" trillizas que, desde entonces, fueron las más responsables esposas del lugar y tuvieron muchos más hijos para el regocijo de los habitantes del poblado que veían una disminución alarmante de los nacimientos.

Pasaron los años y el padre fue elegido como nuevo jefe reemplazando al ya cansado anciano que le cedió el puesto agradecido por las mejoras que había logrado y por las futuras que prometía, ahora pensando en sus nietas. Y pasó a la historia como un gran personaje que, como tantos otros, se aprovechó de los demás para triunfar sin esfuerzo.

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