Red de Literatura y Cine
Del viejo barrio donde nací y transcurrió mi infancia recuerdo gratamente, y no sin una especial nostalgia, la calle enfrente de mi casa. Tiempos eran de un Veracruz de los años ´50, en que apenas si transitaba de vez en cuando algún vehículo, amén de que eso de la inseguridad es fenómeno actual, entonces no se concebía ni como pesadilla.
La calle era, pues, grato recinto para practicar libremente una “cascarita” de fútbol, realizar carreras en patines, o simplemente desarrollar nuestros juegos callejeros, algunos ya en extinción como el trompo o las canicas. Además, habitat de un sinnúmero de eventos singulares, prácticamente todos extinguidos también.
Ocasionalmente se aparecían personajes que se me han quedado indeleblemente en el recuerdo. Trivialidades que por algún misterio del funcionamiento neuronal ahí se estancaron. La memoria tiene sus caprichos.
Recuerdo que, alguna vez, llegaron unos ciclistas a hacer gala de su espectáculo, consistente en la demostración de sus habilidades a bordo de la “bírula”. Realizaban sus acrobacias y, terminado el show, pasaban la charola para hacer acopio de algunas monedas. Naturalmente, los titulares de la palomilla infantil éramos sus principales espectadores. Y una vez, como gran final del espectáculo, solicitaron, de entre la chamacada, algunos voluntarios para contribuir a un gran final del show.
La aportación infantil consistía en acostarse sobre el suelo, uno junto a otro, algo así como media docena de voluntarios. El acto espectacular, a su vez, consistía en que uno de los artistas bicicleteros, tripulando su vehículo, después de hacerlo correr un buen tramo para tomar impulso, saltaba por encima del voluntariado infantil para aterrizar en el extremo de la pista humana. Ciertamente arrojado el acto… para los chamacos bobos que se prestaban a ello.
Pero debo confesar que una vez yo fui uno de esos bobos. Peculiar evento por el que pude experimentar la poco grata sensación de que una bicicleta tripulada pasara cual bólido unos centímetros encima de mi humanidad. Habrá que acreditar que el espectacular acto fue salvado impecablemente por el bicicletero.
Pero como las noticias vuelan, fue del conocimiento de mi señora madre que me puso como dicen que Dios puso al perico. Lo menos que me dijo fue que si yo carecía de sesos y de sentido común, que mi actitud fue “el colmo de la insensatez, la tontería y la irresponsabilidad”, y etcéteras que mejor omito. Materna indignación provista, desde luego, de sensatez, responsabilidad y sentido común.
Sobradas razones las de mamá, para la regañada.
...y eso que no se enteró que, encima de participar en el acto, hasta aporté alguna moneda a los acróbatas bicicleteros.
J. A. C.
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Son cosas que ya uno no repite...
muy bien. Los relatos se nutren de esos recuerdos, y la nostalgía se encarga de adornarlos.
Pastor Aguiar dijo:
Qué bueno, amigo, y cómo me hace recordar cosas propias, porque la niñez es algo universal en sus sueños, sus juegos. Te imagino acostado a través para ser sobrevolado por el biciaviador, espero que te hayas puesto entre los dos primeros, para el caso de que el salto no fuera lo suficientemente largo y los últimos de la empalizada humana fueran hechos puré de papas, ja ja... bonitas hazañas, amigo. Un gran abrazo.
Tus recuerdos están vivos como los míos. En aquellos tiempos de los 50 yo andaba siempre buscando en cada pueblo al que llegaba una bicicleta para alquilar pues, ¿quién tenía una en aquel entonces en España? Solamente los ricos y yo no lo era. Las bicis que se alquilaban eran de muy mala calidad y casi siempre tenían algún fallo peligroso para el que osaba montar en ellas, pero la candidez, las ansias o la inconsciencia, hacía que no me importara, con tal de que se mantuviera en pie la media hora o la hora que duraba el dinero invertido, me bastaba. Una vez, recuerdo que bajando a toda pastilla una calle muy empinada, cuando quise frenar, los frenos estaban rotos y los muchachos que presenciaban esta alocada carrera, cuando estaba a punto de estrellarme con una fachada, a una chica se le ocurrió la feliz idea de doblarme el manillar y, claro, frené en seco volando por los aires hasta dar con mi cabeza en el adoquinado. Fue tan severo el golpe que mi frente se hinchó y yo empecé a gritar como un poseso: "Mi nuca, mi nuca". Claro, todos se rieron de mi, y yo, avergonzado ante unos desconocidos, cuando recuperé la consciencia regresé con mis padres...
Feliz idea, amigo Javier, recordar estas historias del pasado que ya no volverá.
Abundamos en cosas que no se repiten. Unas porque no se debe, otras porque no se puede, otras porque no el viento, sino el tiempo, se llevó.
Ismael Lorenzo dijo:
Son cosas que ya uno no repite...
Gracias por el comentario, Oscar. Sé que esto no es cuento ni nada literario. Sólo me permito hacer una remembranza... ese asidero de lo que ya se fue.
Oscar Martínez Molina dijo:
muy bien. Los relatos se nutren de esos recuerdos, y la nostalgía se encarga de adornarlos.
Gracias, Pastor. Pues ya ni me acuerdo mi lugar entre la acostadera de bobos, tal vez hasta fui de los mentecatos del extremo. Abrazos.
Pastor Aguiar dijo:
Qué bueno, amigo, y cómo me hace recordar cosas propias, porque la niñez es algo universal en sus sueños, sus juegos. Te imagino acostado a través para ser sobrevolado por el biciaviador, espero que te hayas puesto entre los dos primeros, para el caso de que el salto no fuera lo suficientemente largo y los últimos de la empalizada humana fueran hechos puré de papas, ja ja... bonitas hazañas, amigo. Un gran abrazo.
Me siento un descarado que abusa de su participación en el blog. Este texto, colgado en un grupo llamado Cuentos de Hoy resulta que no es cuento. Si acaso una anécdota del recordatorio infantil. Hasta debía pagar por hacerlo, en cambio, recibo la gratificación como el tuyo y los otros amigos. Pero me hace sentir bien que, en vez de irme a un parque público a sentarme a leer el periódico, aporree la computadora y salga un textito que supone un mínimo ejercicio del seso.
Yo no tuve bicicleta hasta casi la adolescencia, mamá me la compró y ya usada. De más chico, ahorraba unos centavos e iba a un lugar donde las alquilaban por hora.
Francisco Sanz Navarro dijo:
Tus recuerdos están vivos como los míos. En aquellos tiempos de los 50 yo andaba siempre buscando en cada pueblo al que llegaba una bicicleta para alquilar pues, ¿quién tenía una en aquel entonces en España? Solamente los ricos y yo no lo era. Las bicis que se alquilaban eran de muy mala calidad y casi siempre tenían algún fallo peligroso para el que osaba montar en ellas, pero la candidez, las ansias o la inconsciencia, hacía que no me importara, con tal de que se mantuviera en pie la media hora o la hora que duraba el dinero invertido, me bastaba. Una vez, recuerdo que bajando a toda pastilla una calle muy empinada, cuando quise frenar, los frenos estaban rotos y los muchachos que presenciaban esta alocada carrera, cuando estaba a punto de estrellarme con una fachada, a una chica se le ocurrió la feliz idea de doblarme el manillar y, claro, frené en seco volando por los aires hasta dar con mi cabeza en el adoquinado. Fue tan severo el golpe que mi frente se hinchó y yo empecé a gritar como un poseso: "Mi nuca, mi nuca". Claro, todos se rieron de mi, y yo, avergonzado ante unos desconocidos, cuando recuperé la consciencia regresé con mis padres...
Feliz idea, amigo Javier, recordar estas historias del pasado que ya no volverá.
Javier Aviña Coronado dijo:
Me siento un descarado que abusa de su participación en el blog. Este texto, colgado en un grupo llamado Cuentos de Hoy resulta que no es cuento. Si acaso una anécdota del recordatorio infantil. Hasta debía pagar por hacerlo, en cambio, recibo la gratificación como el tuyo y los otros amigos. Pero me hace sentir bien que, en vez de irme a un parque público a sentarme a leer el periódico, aporree la computadora y salga un textito que supone un mínimo ejercicio del seso.
Yo no tuve bicicleta hasta casi la adolescencia, mamá me la compró y ya usada. De más chico, ahorraba unos centavos e iba a un lugar donde las alquilaban por hora.
Francisco Sanz Navarro dijo:Tus recuerdos están vivos como los míos. En aquellos tiempos de los 50 yo andaba siempre buscando en cada pueblo al que llegaba una bicicleta para alquilar pues, ¿quién tenía una en aquel entonces en España? Solamente los ricos y yo no lo era. Las bicis que se alquilaban eran de muy mala calidad y casi siempre tenían algún fallo peligroso para el que osaba montar en ellas, pero la candidez, las ansias o la inconsciencia, hacía que no me importara, con tal de que se mantuviera en pie la media hora o la hora que duraba el dinero invertido, me bastaba. Una vez, recuerdo que bajando a toda pastilla una calle muy empinada, cuando quise frenar, los frenos estaban rotos y los muchachos que presenciaban esta alocada carrera, cuando estaba a punto de estrellarme con una fachada, a una chica se le ocurrió la feliz idea de doblarme el manillar y, claro, frené en seco volando por los aires hasta dar con mi cabeza en el adoquinado. Fue tan severo el golpe que mi frente se hinchó y yo empecé a gritar como un poseso: "Mi nuca, mi nuca". Claro, todos se rieron de mi, y yo, avergonzado ante unos desconocidos, cuando recuperé la consciencia regresé con mis padres...
Feliz idea, amigo Javier, recordar estas historias del pasado que ya no volverá.
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La novela basada en hechos reales relatados por Josefina, tía abuela de Renée y añadiendo un poco de ficción para atraparnos en historias dentro de historia
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