—Esos animales me están volviendo loco, Ignacio. Dame lo que tengas, pero efectivo. para hacerles estirar la pata definitivamente. Lo que sea, cobrame lo que sea, pero dame una cantidad que los mate a ellos y de paso a tres o cuatro generaciones posteriores.

—Yo le vendo este veneno que se usa en las chacras, de la zona de donde vengo. Pero tenga cuidado. Tiene un efecto poderoso y rápido, no sin antes hacerlos retorcer de dolor, a los pobres. Aléjelo del alcance de los chicos.

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—Ese señor, el de edad, ¿ compró algo?

—Sí, jefe. El veneno para cuices, comadrejas y afines.

—Gracias. No deje de detallarme cada paso de este hombre, que es de cuidado —Mientras habla, llama rápidamente por el teléfono—. Hola, ¿Robustiana?-Tu marido anduvo por aquí.

—(...)

—Justamente. Unas cápsulas azules...

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—No te olvidés la medicina para antes de las comidas, Gume. Vos que tenés el vientre flojo...

—Suerte que ma avisaste, Robus. —Rápidamente, Gumersindo se acerca a un mueble, del que abre un cajón y extrae un paquetito—. De paso: me recomendaron una medicina nueva, buena para la digestión —Con mirada orgullosa y desafiante abre el paquetito, toma unas cápsulas y las ingiere, mirando a su mujer—. Y ahora adiós, mujer, hola muerte, por fin nos encontramos, lllevame ya, adonde sea pero sólo. Hervime para puchero, emparrillame, serán caricias para mí.

—Robustiana, lentamente, se sienta a la mesa, sobre la que coloca un vaso con agua y un pequeño frasquito, que coloca al lado del vaso.

Gumersindo se acerca a la cama y se acuesta boca arriba, derecho, con las manos en el pecho.

—Ahora no molestes, Robus. Aceptá tu derrota. Y déjame morir en paz —Gugersindo cierra los ojos y se queda inmóvil.

. Luego de un largo rato Gumersindo abre un ojo, son cambiar de posición. Robustiana está echando unas gotas en el agua del vaso. Luego de otro rato Gumersindo se incorpora en la cama.

—No, Robustiana. Así no puede ser.¿Es que uno no puede morir en paz?¿qué estás haciendo con ese vaso?

—Shhh. Silencio que estás muriendo.

—¡No me muero nada!¿Qué estás haciendo con ese vaso, para quién es?

—Es para vos, para tu colitis.

¡Que colitis ni que ocho cuartos¡ ¡Ya me despedí, Robus! No te voy a ver más, adiós, ad... ¡Ugh!¡Ayyyyyy!¡Ro... Ughhhhhhh! —Gumersindo, retorciendose en la cama hace gestos desesperados.

—¿Querías verme. Gume?¿Necesitás algo, de mí? —Le muestra el vaso, sin dárselo—.¿Te acordás que cuando estuvimos de novios, me exigiste que te jurara serte fiel. para siempre? ¿Y vos me prometiste no dejarme, nunca? —Le acerca el vaso.

—Pero, Robus... —Gumersindo argumenta, sin mucho ánimo—, el cura dijo “hasta que la muerte los separe”.

—Y quién le pidió eso, al cura—¿Pensás que él te dio permiso para dejarme sola? Jamás es jamás, Gume.

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---Tiempo después:

Esta mujer está loca. Tengo que escaparme, desaparecer, para siempre. Sé que me toca el horno, hice puntos como para eso, allí no me va a encontrar. No aguanta los calores.,Este veneno es lo que buscaba. “En cápsulas, para efecto retardado”, dice. Lo tomo y me escondo, hasta que haga efecto.

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—¿Hola, es por acá la entrada al Infierno? Creo que me esperan.

—¿Vos sos Gumersindo Parolas? Un momento. —El diablo guardián oprime el botón del intercomunicador —Ya llegó —, informa.

Por la puerta asoma Robustiana.

• —Dejaste el frasco. Dice “en cápsulas, para efecto retardado”. Vacié las cápsulas en el vaso me lo tomé todo. Hace horas que estoy acá.

• Gumersindo mira al diablo.

—Sí. Esta es la entrada a tu infierno.

      © Carlos Adalberto Fernández