Red de Literatura y Cine
EL PRESENTE EJERCICIO NARRATIVO FUE REALIZADO POR JAVIER AVIÑA CORONADO Y JULIÁN OSANTE Y LÓPEZ..
México, D.F. / Toluca, Edo. de Méx. / Octubre de 2012
SINCRONÍA
En el Taller de Creación Literaria de la Universidad de la Tercera Edad en la Ciudad de México, el trabajo escolar encargado para aquel día, cuya fecha no importa recordar, consistió en llevar un objeto personal cualquiera y, obviamente, haber escrito un texto sobre el porqué de su selección, el significado de ello para el alumno o alumna participante.
El alumno Javier Aviña llegó puntualmente a la clase. Bueno, casi. No tanto como su amigo Julián Osante, quien siendo mexicano por nacimiento y español por nacionalización, poseía la exquisita virtud de la puntualidad, propia de un inglés.
Extraordinarios amigos como eran, Julián y Javier solían compartir la clase sentados uno junto al otro. Julián a la derecha de Javier, Javier a la izquierda de Julián; cuestión de enfoque. Aquel día, como era casi costumbre, Julián ya había llegado y tenía reservado el asiento de su amigo.
Habrá que aclarar que el mobiliario del salón estaba dispuesto en forma circular, así que el “objeto” podía ir pasando fácilmente de mano en mano entre el alumnado. Previo acuerdo, quien estuviera en turno de leer su trabajo, -que la maestra elegía aleatoriamente- iniciaba la entrega por su izquierda.
Se inició la clase. Un par de damas alumnas y un par de caballeros dieron a conocer sus objetos personales seleccionados y leyeron sus textos. Cada quien fue objeto de una breve evaluación de su trabajo por parte de otros alumnos del grupo. Flores e incienso por dos o tres, invariable cicuta por alguien más.
El turno le llegó a Javier. Entregó su objeto a la venerable dama que estaba a su izquierda y comenzó a leer:
“El 2 de agosto de 1998 cumplí 60 años. Yo laboraba por aquel entonces en el Seguro Social en el puerto de Veracruz y era mi último año como trabajador activo. Cumplido el requisito de llegar a esa edad, podía optar por pedir mi pensión y retirarme. Así que, debidamente planeadas, solicité mis últimas vacaciones. Concluida la quincena, dejaría de pertenecer a las “fuerzas productivas” del país. Lo de “debidamente planeadas” vale por haber previsto estar ese 2 de agosto en compañía de mi familia que, por razones que no viene al caso precisar, vivía en el D.F. en tanto que yo laboraba en el puerto.
“Ese era mi maravilloso plan, festejar mi arribo a la calidad de sexagenario totalmente con mi familia, constituida por mi esposa, nuestro hijo y tres hijas, además entonces un primer nieto. Nadie más, y nadie menos.
“No fue exactamente así.
“Había llegado al D.F. unos cuantos días antes de mi cumpleaños y menuda sorpresa me dio mi hija Tania, que entonces estudiaba la carrera de psicología educativa en la Universidad Pedagógica Nacional. Pues nada, que un grupo de maestros y alumnos de la UPN, hombres y mujeres, habían organizado un viaje a comunidades zapatistas del EZLN en Chiapas, precisamente con inicio el primer día de agosto. Habituada como estaba a la democracia familiar, que yo siempre procuré existiera, Tania no se sintió obligada a consultarme previamente nada para decidir –como lo hizo- integrarse a ese viaje y vivir tan especial experiencia. Por mi parte, no sólo desestimé el hecho de su ausencia en el día de mi cumpleaños núm. 60, sino que festejé con entusiasmo su decisión.
“El sábado 1 de agosto yo mismo acompañé a Tania al Zócalo, lugar donde se habrían de concentrar los autobuses que llevarían a los grupos de la capital a las comunidades del EZLN en Chiapas. Anécdota al calce, recuerdo que, entre las personas sumadas a la comitiva, reconocí a René Villanueva, el fundador del grupo Los Folkloristas. Me presenté con él, entablamos una charla a la que se sumó Tania, y René Villanueva me dijo amablemente que me despreocupara de mi hija pues él la iba a cuidar. En realidad no fue así; dada la organización previa, a ambos les tocaron diferentes autobuses, llegaron a distintas comunidades también, y no tuvieron oportunidad de compartir momento alguno.
“No los abrumaré, ni es el caso, relatando las incidencias celebrativas de mi sexagésimo cumpleaños que, ciertamente, disfruté enormemente. Sí es el caso aclarar en este relato, cumpliendo con lo pactado para este trabajo escolar, lo siguiente:
“Mi hija Tania regresó el siguiente fin de semana. De su experiencia, que seguramente recordará siempre, trajo como presente para mí, y que a su vez le había obsequiado a ella una indígena tzotzil de una comunidad zapatista de Chenalhó, éste burdo muñeco de manta que está circulando en vuestras manos, y que representa a un guerrillero del EZLN.
“Desde entonces lo tengo como parte de los objetos más conspicuos que rodean mi cotidiana existencia. Colocado en un mueble de mi estudio, es de las cosas que observo en diversos momentos de cada día.
“Recuerdo así por igual dos eventos significativamente personales: Una fecha relevante de mi vida, y un histórico suceso que compartí con una hija a la que quiero entrañablemente.”
Javier Aviña concluyó su lectura. Unos segundos antes el muñeco zapatista había llegado a manos de Julián. Él lo seguía observando atentamente cuando Javier ya había terminado de leer. No dijo ninguna palabra, volvió su rostro hacia su amigo, esbozó una sonrisa cargada de emoción, le regresó aquel objeto, extendió su mano, y estrechó afectuosamente la de Javier.
Julián Osante esperó su turno.
Hubo de aguardar algunos minutos, mismos que consumieron dos compañeras leyendo sus propias tareas.
Gaby, la maestra, tomó el siguiente trabajo y leyó para todo el grupo: “El Colegio Madrid y los niños del exilio, Julián”.
Julián Osante, antes de empezar a leer, puso en manos del compañero más cercano una vieja fotografía, en blanco y negro, que inició así su recorrido a través del salón, en tanto él empezaba su lectura:
“El Colegio Madrid y los niños del exilio. La fotografía que están ustedes observando fue tomada algún día del año de 1947 en uno de los muy amplios espacios que ocupó el Colegio Madrid, institución a la que asistí durante los años correspondientes a la educación primaria y secundaria, desde 1945 hasta 1953: Nueve años, durante los cuales conviví con esos muchachos que aparecen en la foto, siendo este servidor el chiquillo que está al inicio de la tercera fila.
“Contando yo con escasos ocho años de edad, era el más pequeño del grupo. Y aunque algunos tendrían nueve años, otros llegarían a diez, y no faltaban los que rebasaban esta cifra, si bien, casi todos, habían nacido entre 1936 y 1939, en España, en plena guerra civil. Me estoy refiriendo, entonces, a los niños del exilio español, aquéllos que debieron abandonar la patria, luego de que sus padres –republicanos- fueron derrotados por el ejército golpista al mando del general Francisco Franco.
“El Colegio Madrid (que debe su nombre a que fue la ciudad de Madrid donde acontecieron las últimas batallas en defensa de la República) se creó a cargo del gobierno mexicano, a partir de 1941, para dar educación escolar a esos niños exiliados.
“Estos chicos de la fotografía, cuyos nombres recuerdo casi todos, se distinguían de sus contemporáneos españoles –los que allá abrigó el régimen golpista- por muchas y muy variadas razones. Por ejemplo: En tanto en nuestro colegio, los días lunes, cantábamos el Himno Mexicano y el Himno de Riego, en España comenzaban la mañana con el acto de izar la “enseña de la Patria” y, brazo en alto e impasible el ademán, con el canto simultáneo de alguna de las versiones autorizadas del himno nacional; canto que era seguido de otros igualmente patrioteros y militaristas, como el “Cara al Sol” o el “Montañas Nevadas”.
“Y ya metidos en el aula, mientras aquí se iniciaba una jornada acorde con los lineamientos de la SEP, pero respetando la filosofía de la Institución Libre de Enseñanza, a través de la cual se habían revolucionado los programas educativos en España, precisamente, allá, en esos mismos tiempos, al entrar en clase saludaban con el “Ave María”, entonaban cánticos religiosos y al medio día rezaban el “Ángelus”. Recibían sus lecciones presididos por un crucifijo y el severo retrato de Franco, con métodos y contenidos nacionalcatólicos.
“En mi colegio, a pesar de los orígenes, la vida escolar era alegre y divertida. Si no que lo diga Santiago Rico, El Chivo, el niño que aparece en sexto lugar, en mi misma fila. El Chivo era, lo que se dice, “el vaciado”, el gracioso del salón, aquél que, en el momento menos esperado, pero el más oportuno, soltaba la frase ingeniosa que arrancaba la carcajada de todos. El desorden que provocaba sólo merecía un regaño del maestro, quien, por lo regular, había participado del regocijo general. Tal vez en alguna ocasión extrema o por aquello de ‘la disciplina’, El Chivo habría sido invitado a salir del salón. Pero nada que ver -volviendo a la España franquista- con lo que allá hubiera provocado un hecho similar. Sin la menor duda, el gracioso, ya con la cara caliente, por efecto del tortazo, hubo de pasar de rodillas, de espaldas al grupo, durante el resto de la clase y todo el recreo (tercera y última cita, tomadas del libro español, actual, “El Florido Pensil, memoria de la escuela nacionalcatólica”).
“Además, los chicos de la foto, no sólo se libraron de la (des) educación de varias generaciones de españoles de la posguerra, sino que fueron encontrando nuevas formas de convivencia, como aquéllas en las que aprendieron a ‘echar relajo’ en vez de ‘armar jaleo’; a cumplir con ‘las tareas’ en vez de ‘los deberes’; a ‘hacer el payaso’ y no ‘hacer el mono’; a repartir ‘fregadazos’ en vez de ´hostias’… Y cantar, desde el Cielito Lindo, hasta el Corrido de Juan Charrasqueado.
“Y después de estudiar hasta la preparatoria en el Madrid, al abandonar aquel colegio que los albergó por largos once años, casi todos ingresaron a la UNAM, precisamente, a la recién creada Ciudad Universitaria, institución que fue definitiva para su integración al México que habría de convertirse en su nueva patria, y que sigue siéndolo hasta ahora, si bien la España actual, en buena parte, les ha restañado sus heridas”.
Julián terminó su lectura, acompañado del silencio del grupo (tal vez un silencio reflexivo). En tanto, la fotografía llegaba con Javier Aviña, quien la observó brevemente y la colocó en una carpeta, seguramente para comentarla con su amigo, una vez finalizada la clase.
La mano de Javier se tendió en busca de la de Julián y se repitió el emotivo momento que ambos, minutos antes, habían experimentado.
Pero esta vez, no sólo dos excelentes amigos estrechaban sus manos, lo hacían también dos ideales de justicia y libertad.
Y también, por qué no decirlo, dos causas perdidas.
FIN
Nota Aclaratoria:
Javier Aviña Coronado escribió el inicio del presente trabajo concluyendo en la frase Julián Osante esperó su turno.
Julián Osante y López retomó el texto iniciando con Hubo de aguardar unos minutos… siguiendo la narración hasta la última línea.
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