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Boulevard de Veracruz

SINCRONICIDAD I

Quede claro que no me confundo (ni quiero confundirl@s) con otro concepto, por demás interesante y esencial, cual es la Sincronía.

 Démosle un vistazo a esa moderna fuente de sabiduría, sepulturera de la Enciclopedia Británuca, que es la Wikipedia y encontremos lo que define de cada concepto:

SINCRONICIDAD:

Sincronicidad (sin-, del griego συν-, unión, y χρόνος, tiempo) es el término elegido por Carl Gustav Jung para aludir a «la simultaneidad de dos sucesos vinculados por el sentido pero de manera acausal». «Así pues, emplearé el concepto general de sincronicidad en el sentido especial de una coincidencia temporal de dos o más sucesos relacionados entre sí de una manera no causal, cuyo contenido significativo sea igual o similar». Para evitarse malentendidos «lo diferenciaré del término sincronismo, que constituye la mera simultaneidad de dos sucesos».

SINCRONÍA:

La voz Sincronía proviene de la etimología griega syn, "con, juntamente, a la vez", y de la mitología griega, Chronos o Khronos (en griego Χρόνος), "tiempo". En latín Chronus. Se entiende como un término que se refiere a coincidencia en el tiempo o simultaneidad de hechos o fenómenos.

(Lo que me parece un tanto ambiguo, así que veamos qué más agrega):

Es, sobre todo, una manifestación de orden en el Universo conocido (realidad) y se refiere especialmente al tiempo. Un orden considerado como la excepción más que como la regla en un universo caótico, observado por la astronomía.

Precisiones aparte, yo lo que quiero compartir, porque me parecen interesantes, son algunos eventos que personalmente he tenido de fenómenos propios de la Sincronicidad. Quiero pensar que al propio Jung le parecerían sorprendentes.

Hace algunos años, no importa cuántos, vivía con mi esposa e hijas en el puerto de Veracruz. Llegó el 10 de Mayo, fecha que mi esposa y yo celebramos no por ser el “Día de la Madre” en México, sino por ser una fecha significativa en nuestra vida de pareja.

De nuestra casa, en el centro del Puerto, nos dirigimos a la zona costera, justo a la avenida que se ubica a la par de las playas, conocida como el Boulevard. En alguna esquina había uno de esos centros de renta de películas y entramos a seleccionar una. Salimos, era mediodía, y decidimos realizar nuestro evento celebratorio en un restaurante de comida costeña ubicado ya no digamos frente al mar, sino prácticamente encima de él, gracias a una cimentación de pilotes. Era nuestro favorito.

Abordamos un taxi y le solicitamos al conductor que nos llevara a dicho sitio. Llegamos y… oh, ingrata sorpresa, aún no iniciaban sus labores gastronómicas. ¡Qué hacer? Pues nada, irnos a otro restaurante. Recordamos que relativamente cerca estaba ubicado un centro donde se encuentra el Acuario de Veracruz y, además, algún local de comestibles y bebestibles propio para la ocasión.

Definitivamente, ese era “nuestro día” pero también… no era nuestro día. Al igual que en elanterior, aquel lugar apenas se disponía a iniciar actividades. Nos dijeron que podríamos esperar una media hora. Pero como podíamos pero no queríamos, ahí nos tienen ordenando al taxista (de lo más amable, por cierto) que nos condujera a un tercer restaurante, un tanto lejano, pero sobre el mismo boulevard del Puerto. Nunca habíamos degustado la comida de ahí, sólo lo conocíamos “por afuerita”, lucía bien y fue que así optamos por él. Esta vez sí tuvimos fortuna, ya estaban atendiendo a la clientela. Claro, había pasado ya como una hora en nuestro peregrinaje previo. Le dijimos al taxista que ahí nos quedábamos, le pagamos y nos despedimos del amable señor.

Mas no es nuestra comestible celebración, -si bien deliciosa por los manjares y grata por el momento-, lo que realmente importa, sino lo que quiero compartirles a través de estos deshilvanados renglones.

Transcurrió un año. Exactamente un año. Llegó otro diez de Mayo. Y otra vez quisimos celebrar la fecha en un restaurante junto al mar veracruzano. Ahora, aprendida la lección del año anterior, salimos más tarde en pos de nuestro restaurante favorito. Y para hacer un poquito de más tiempo, acudimos de nuevo a rentar una película al mismo sitio de la vez anterior. Y otra vez salimos a tomar un taxi que nos llevara al susodicho restaurante.

No tardó mucho en pasar. Lo abordamos, nos acomodamos en el asiento, y le solicitamos al taxista que nos llevara al lugar elegido.

Y entonces sucedió.

El taxista volvió su rostro hacia nosotros y, con una simpática sonrisa, nos dijo:

“¿Y qué tal les fue en el restaurante donde los dejé hace un año?”

Pues sí, era el mismo taxista que nos había traído de uno a otro lado hacía exactamente un año y por la misma circunstancia.

Obviamente nosotros no lo reconocimos, vaya, ni lo recordábamos. Ciertamente él sí. ¡Admirable!

Mas lo esencial no es lo admirable de la memoria del señor taxista, sino el evento de la más pura Sincronicidad.

Lástima que no se lo pueda contar a Jung.

Pero se lo cuento a ustedes, que son más importantes.

J. A. C.

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J.A.C.
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