SINCRONICIDAD II

Justo en el lapso de los años 76 -88 fui jefe de un departamento correspondiente al Instituto Mexicano del Seguro Social. Eso fue en mi natal Veracruz, adónde había emigrado de la Ciudad de México, con mi esposa e hijas, después del susto que nos dejó el terremoto que sacudió a nuestra ciudad capital. En alguno de esos años, no recuerdo cuál, salí de mi oficina y me dirigí a algún lugar del puerto en misión de trabajo. Para regresar a mi oficina abordé un taxi.
Próxima a la hora laboral de salida hurgué en mis bolsillos para localizar mi llavero. No lo encontré. Medio frenético me puse, con la gentil ayuda de mis subordinados, a buscar las malditas llaves por muebles y rincones de la tal oficina, a decir verdad nada grande, pero el resultado fue infructuoso.

 Y como el quedarme ahí no haría el milagro de que apareciera el mugre llavero, pues partí hacia mi casa. Ya me abriría mi esposa, ya mandaría hacer duplicado de las llaves.
Es esencial que les diga que, entre mis empleados había un psicólogo de nombre Jesús, nombre asentado en su acta de nacimiento. Nadie (yo creo que ni su mujer), le nombraba así, para todos era… Chucho.

 El tal Chucho me lo habían comisionado a mi oficina desde Xalapa, la capital del estado (provincia) de Veracruz. En realidad, en Xalapa se asentaba la jefatura de la dependencia a la que yo pertenecía. Así pues, mi popular amigo, compañero y empleado Chucho, laboraba conmigo de lunes a viernes y el fin de semana se regresaba a Xalapa (ciudad realmente cercana al puerto) para estar con su familia. Cada lunes madrugaba y hacía el viajecito a ejercer su chamba conmigo.

Para su estancia en Veracruz, Chucho rentó un cuarto en algún lugar de la ciudad. Para ingerir los sagrados alimentos diarios, lo hacía en cualquier restaurancito. “adonde lo llevaban sus pasos” decía él.

 El ingrato “día del llavero”, Chucho decidió acudir a comer al centro de la ciudad. No era muy usual que lo hiciera, ese día simplemente “se le ocurrió”.

 Y ¡oh sorpresa!, que se va encontrando con una dama que era su prima. Creo que ni ella sabía que Chucho estaba trabajando en el puerto, ni Chucho sabía que la tal prima vivía en la ciudad. Así que, para festejar el inusitado encuentro, la prima invitó a Chucho a visitar su casa y comer ahí.

Lo hicieron, la platicadora sobremesa.se extendió hasta la tarde-noche, hora en que llegó a casa el esposo de la susodicha prima del Chucho. Para más señas…un taxista.
En realidad había regresado de su trabajo desde un par de horas atrás, pero había salido a alguna diligencia.

Siguió entonces la charla, ahora con la participación del señor esposo de la Chuchesca prima; y en eso que se apareció el hijo del matrimonio. Lo que no tendría importancia alguna, de no ser que se apareció jugando… con un llavero.

Ni tardo ni perezoso mi amigo Chucho pidió observar el llavero que a guisa de juguete manipulaba el niño. Tal como algún teórico lector de este relato puede suponer, ¡reconoció mi llavero!

La explicación del esposo de la prima del Chucho fue que “a un cliente se le olvidó en el asiento de atrás”.

Es harto probable que dijera que a un cliente tarado, despistado o torpe, si es que no una expresión más “veracruzana”, pero el señor taxista o el Chucho fue así que gentilmente emitieron la versión.

En la noche había de tener al famoso Chucho tocando la puerta de mi casa, la que yo mismo abrí para ver una sonrisa de oreja a oreja de él y, en sus mano, como un trofeo olímpico, mi ya dado por perdido llavero.

Y antaño como hogaño me hice, me hago, las mismas preguntas y reflexiones:

¿Cómo es que Chucho, que no era frecuente que acudiera a comer al centro de la ciudad (por el rumbo de la oficina abundaban los comederos) justo se día decidió hacerlo?

¿Y el inusitado encuentro con una prima que no veía en mucho tiempo atrás?

¿Y el de no quedar en la clásica, usual plática cordial y despedirse, sino ser invitado a la casa de la mujer?

¿Ý la aparición del niño durante la visita jugando con el llavero?

En cuanto a mí, obviamente traía el mentado llavero muy a boca del bolsillo y se me salió sin yo advertirlo. Por lo demás yo viajé en el asiento posterior, el taxista a saber cuántos viajes más hizo y encontró el llavero hasta el final de la jornada.

Que por cierto, el taxista igual podría haberse deshecho del multimencionado llavero, no le servía para nada, pero se le ocurrió quedárselo y darlo a su hijo.

Y de ahí, todo lo demás.

Que a fe mía, es el más puro fenómeno de Sincronicidad.

*
Ciertamente, este Grupo se llama El Cuento de Hoy. Esta vez resultó ser una Realidad de Ayer.

No negarán que se trata de una realidad bastante especial.

J. A. C.