El hombre entra por la puerta del cuarto, tan pequeño que parecía una  cabina,

su “cabina-habitación”/

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Mirando alrededor se sienta en un destartalado sillón. Incómodo trata de encontrar una postura mejor en aquel viejo trasto recogido de la calle.

Mira el trozo de espuma rota y carcomida que le sirve de colchón, la extraña  repisa que parece una abolladura de la pared de la que como pudo logró  colgar tres perchas. Dos están vacías, de la tercera  cuelgan unos calzoncillos. Son de marca pero no recuerda cuál.  Empiezan a preocuparle sus pérdidas de memoria momentánea.

Tienes sólo una camisa, por lo que cada noche con un trapo, mucho cuidado y algo de jabón limpia las manchas acumuladas durante el día. Sólo  puede lavarla el viernes , sobre todo en invierno, porque con tanta humedad no se  seca nada dentro del cuartucho..Un traje, gris, muy oscuro, de invierno por lo que está profundamente agradecido, no tiene abrigo. Ignora que hará en verano. Zapatos negros lustrados diariamente con un trozo de papel, dos pares de calcetines, otros calzoncillos y una corbata negra.

Le pica la cabeza, mierda, toca volver a "ducharse". No es tarea fácil. Hay un solo grifo a unos 40 cm. del suelo. Se lava como pueda, estirado y con agua helada. Para secarse usa una vieja toalla de playa. Los dientes los limpia con un dedo impregnado de jabón, una  pastilla grande y fea comprada en el mercadillo.

 
Tiene hambre. Del bolsillo de la americana saca una bolsita pequeña de plástico. Su cena, un sándwich de atún , que su secretaria apenas ha mordisqueado  tirándolo después. Un manjar.

Se desnuda.  Primero los pantalones, repasa la raya con las uñas, pernera por pernera, sacude la camisa seca y ya sin manchas colgándolo todo. Recoge  los calzoncillos secos, para poder colgar la americana. Lava los que llevaba puestos, escurriéndolos con fuerza para evitar la incomodidad de sentir el culo frío todo el día y sin poder sentarse, en prevención  de posibles e inexplicables manchas.

Desenrosca la bombilla del bajo techo y con la escasa luz de un único y pequeño ventanuco se estira, tapándose con una alfombra vieja, enfundado en un chándal raído y descolorido. Busca el despertado. Lo adelanta  a las cinco de la mañana. Los dos último día del mes le toca ir andando.

Se duerme casi en el acto. Despierta, no sabe cuándo, empapado en sudor y temblando.

No lo había soñado, aquélla era su realidad. Dos años después sigue sin entender que mala ventolera le dio cuando cumplió los cincuenta, y se lanzó  a vivir la vida libremente. Creyendo llegado su momento debía aprovecharlo. Dos de sus amigos lo hacían y eran felices, no parando de incitarlo a seguirles.

Así lo hizo y un año de esa vida intensa, le proporcionó un  escandaloso divorcio, con sentencia favorable a Nuria, su mujer, sin custodia compartida, y  con orden de alejamiento. El Letrado alegó que su  irresponsabilidad podía perjudicar la educación y crecimiento de sus hijos  (no estaba de acuerdo pero dado su comportamiento casi lo encontró justo)  más una pensión de dos mil euros mensuales.

Joder!, si es que lo  tenía todo, una casa preciosa, una mujer estupenda, culta, guapa, cariñosa. Unos hijos encantadores. Un trabajo que le gustaba y muy bien pagado que, misteriosamente, aún conservaba. Sospechaba que algo tenía que ver que la empresa perteneciera a un familiar de su ex..

Impidiéndole dormir una pregunta le obsesiona; “¿Qué coño pretendía con un cambio de vida como el que hizo? ¿Era idiota?

Suena el despertador, son las cinco. Se levanta dispuesto a empezar de nuevo otro día igual.