Visillos en crochet, sepias de un recuerdo…

Solo tenía  diez años, ( como hoy una  niña de cuatro), a esa edad creo que éramos más ingenuas e inocentes.

Vivamos en una finca en el campo y nuestra vida se desarrollaba al margen de  los mayores .Sin embargo esa misteriosa distancia del mundo de los  adultos, abría una constante curiosidad en la imaginación de los más osados y yo estaba famélica de nutrirme de los secretos que supuestamente había en la casa.

Nuestros padres se trataban de “usted” y a penas cruzaban algunas que otras miradas, las de mi padre severas y hasta me parecían demandantes, ella, agachaba la cabeza y sonrojaba,  consintiendo ese sometimiento.

 En el verano, a la hora de la siesta nos sentaban bajo un frondoso ombú que teníamos en el patio y devorábamos sandías frescas, que mamá enterraba  para refrescarlas.

Ellos estaban ausentes siempre en esta escena y nos prohibían entrar a las galerías techadas donde daban las puertas de  las habitaciones .

 Mamá era una mujer menuda, alta con sus cabellos siempre recogidos en un rodete perfecto  sobre su nuca

.Jamás pude darme cuenta de sus curvas porque su vestimenta era sobria y holgada .Tenía los ojos grandes y se  me atojaban  muy tristes. Sus manos pequeñas a pesar del rudo trabajo del campo , se las veían delicadas y finas.

El era un hombre  de gestos duros, mas alto que ella y mucho mayor que mamá, pero con una fuerte vitalidad .De voz grave como el trueno, intimidaba al hablar.

Corría el año mil novecientos cuarenta y cinco, en una siesta soleada de aquel verano, en la vieja finca donde residíamos en el norte de santa fe .Sentadas al pie del ombú mi hermana María del Rosario y Julián el menor, hincábamos los dientes peleándonos por el pedazo mas grande de sandía .Teníamos el rostro pegajoso

del jugo  que vertía y en nuestra boca el deseo de ser poseedores de la mejor tajada.

Papá sintió los gritos y vino amenazante con su látigo , después acompañando la siesta, reino el silencio.

Sobre la hierba, mis dos hermanos habían quedado dormidos.

Despacito casi en puntas de pie (previo a quitarme las zapatillas)para no hacer tanto ruido, fui hasta la puerta de la habitación de mis padres, pegué mi nariz pequeña sobre el vidrio Un postigo estaba semiabierto Y las cortinas tejidas me deban la libertad de involucrarme en la intimidad de la habitación.

Ella, tenía el cabello suelto hasta la cintura, azabache y su torso  al aire.

 El,  sobre la cama matrimonial se acomodaba, y estaba completamente desnudo, los ojos semicerrados mientras ella danzaba tarareando una melodía, sus muslos blancos, bellos sus senos que alimentaron nuestra infancia, estaba como poseída..

El la atrajo hacia su cuerpo , y en un momento cerré los  ojos imaginando lo peor, de ese rudo hombre .Cuando los  abrí, el lamia con su lengua,  la carne blanca de mi madre, ella con los labios abiertos gemía y sonreía , sonreía con placer, como nunca antes la había visto sonreír.

Después el la acomodo debajo de su cuerpo y cabalgó sobre ella

Como un potro desbocado hasta quedar exhausto.

Tuve miedo y el corazón latía desordenadamente.

 Salí de allí  confusa , no se bien porque, debajo del frondoso ombú y  de cara al cielo, llore.

Jamás hablé con nadie de esto, lo llevé conmigo siempre, en el silencio de aquella siesta estival como un secreto.

Cuando mamá salió de la habitación tenía sus mejillas rojas como una manzana deliciosa, me pareció mas bella que nunca,

Aunque solo me animé a mirarla entre mis dedos pegasos y sucios, de mis manos pequeñas.