Cuando fueron rescatados, Tarzán y Loti no eran más que dos famélicos y desnutridos esqueletos desprovistos de vigor en su pelo y en su ánimo. Su mirada mustia y sumisa disparaba un pasado cargado de tormentos y violencia

Fue hace nueve años. Eran los dos chimpancés más jóvenes de un grupo de seis que cumplía condena en ajados carromatos de un circo abandonado de Valencia.

Los únicos que aún podían trabajar antes de que sus hormonas, su naturaleza salvaje, los hiciera inservibles para la industria del entretenimiento humano.

Con ellos estaban Sammy -el macho alfa- y Chita, la madre de Tarzán y Loti. Al primero todavía se le ven las heridas de la tortura en los huecos de su dentadura arrancada como castigo. Chita es una chimpancé de avanzada edad, pero su pequeño tamaño denuncia los pésimos cuidados que ha tenido en su vida de feriante de circo. Lo único que dejan claro sus papeles es que no proviene de la cría en cautividad, que fue capturada ilegalmente en algún lugar de África y traída a España para hacer sonreír a la gente con su desgracia.

Pero esta historia es la de Tarzán y Loti. Dos hermanos tan traumatizados por no se sabe bien qué barbaridades que han permanecido nueve años ocultos en su dormitorio del Centro de Rescate de Primates Rainfer en Madrid. Una agorafobia provocada por alguna experiencia estresante les ha impedido durante casi una década salir a cielo abierto con el resto de los miembros de su grupo.

«Cuando llegaron tenían una mirada sumisa y su comportamiento indicaba muestras de miedo», asegura Marta Bustelo, subdirectora de Rainfer, mientras recorre las instalaciones. «Los traumas de Loti y Tarzán debieron ser fuertes, pero no sabemos qué pasó... también puede ser que fuesen más sensibles que otros animales», cuenta la responsable del centro.

Tarzán y Loti junto a su madre, Chita, cuando fueron rescatados. 

Nada parecía indicar que ambos animales superarían su trastorno de conducta tras tanto tiempo, de hecho, apenas hay precedentes. Pero lo han hecho. El duro trabajo -fines de semana incluidos- del equipo de veterinarios y cuidadores de Rainfer ha logrado que superen sus traumas y salgan a cielo abierto. Un hito en el campo de la psicología animal, según los expertos. «Sólo el hecho de que salieran al túnel fue ya un proceso muy costoso», dice Bustelo.

Después de llegar al centro, Tarzán y Loti tardaron cuatro años simplemente en abandonar el dormitorio y salir al túnel que conduce al recinto abierto donde pasa el día el resto del grupo. Fueron necesarios otros dos años más para que ambos hermanos recorrieran todo el túnel, que apenas tiene 20 metros. Pero el último paso quizá fue el más duro. 

El equipo de veterinarios y cuidadores jugaba con ellos y los motivaba con premios -cacahuetes- situados cerca de la puerta para que se acercaran y para tratar de que saliesen completamente del túnel. Pero no fue nada fácil. La veterinaria de Rainfer, Amalia Troyano, tardó ocho meses más en lograr que Tarzán, el mayor de los dos -tiene ahora 19 años, mientras que Loti tiene 18-, pusiese un pie en la tierra del recinto a cielo abierto el pasado 15 de febrero después de que el personal del centro quitase el césped delos primeros metros porque no eran capaces de tocarlo. Su hermano Loti lo logró el día siguiente. «La primera vez que salieron incluso se abrazaban entre ellos, se felicitaban, estaban excitadísimos, como locos de contentos», recuerda Marta Bustelo. 

El equipo de Rainfer lleva años formándose y consultando con expertos en este tipo de trastornos en humanos para tratar de aplicarlos en los chimpancés. Algunas cosas han funcionado, pero otras, como la medicación psiquiátrica, no lo han hecho. «Les dejaba muy apagados y les impedía desarrollarse», cuenta Bustelo. En humanos, la agorafobia se puede producir por experiencias traumáticas como episodios de pánico continuado, abusos sexuales durante la infancia o situaciones de estrés mantenidas en el tiempo. «En nosotros la mejor terapia es el tratamiento cognitivo conductual, pero con chimpancés no puedes hablar sobre lo que les atormenta. El apoyo tiene que ser la complicidad con el personal», explica la responsable de Rainfer.

«Lo más importante y lo más difícil de mi trabajo fue que se fiasen de mí», reconoce la veterinaria Amalia Troyano, que estuvo al frente de la recuperación de ambos chimpancés. «Cogían rabietas, se ponían a llorar... ha habido momentos duros», dice Amalia, que recuerda como aquel 15 de febrero pasó el día entero llorando de alegría y emoción. 

Tarzán antes de superar su agorafobia. 

El director del Centro para el Estudio y Conservación de Grandes Simios del Zoo de Lincoln Park de Chicago, Steve Ross, dirigió en 2014 una investigación precisamente sobre la importancia de estar al aire libre para los chimpancés. «Cuando estos animales viven en ambientes limitados es muy difícil para ellos cambiar sus patrones de comportamiento, incluso cuando se les dan espacios que son mejores», explica Ross a este diario.

«Esos comportamientos son tallados por sus experiencias pasadas, por eso en este caso es magnífico ver que Loti y Tarzán han sido capaces de vencer sus miedos. Y sospecho que los cuidados que han tenido en el centro Rainfer han tenido mucho que ver con ello», opina el experto del Zoo de Chicago.

«Es cierto que algunos animales logran superar el trauma, pero claramente no todos lo hacen», explica a este diario el conocido etólogo Marc Bekoff, profesor emérito de la Universidad de Colorado en Boulder (California). 

"Una investigación de la doctora Hope Ferdowsian y sus colegas ha mostrado claramente que los chimpancés cautivos muestran patrones de comportamiento similares a los del trastorno de estrés post-traumático y a la depresión», cuenta Bekoff. Según este experto, los animales salvajes sufren de hecho estrés post-traumático y otros trastornos psicológicos. "A medida que pasen los años iremos aprendiendo más sobre el alcance de estas enfermedades", Bekoff.

«No hay ninguna evidencia científica de animales salvajes ejerciendo torturas o tormentos físicos y psicológicos a otros animales como las hay de seres humanos hacia otros seres humanos y hacia individuos de otras especies», asegura Bekoff.

«El caso de Tarzán y Loti es fascinante y muy triste al mismo tiempo», dice Bekoff.

Un centro al borde del abismo

El Centro de Rescate de Primates Rainfer tiene el agua al cuello. Como muestra el caso de éxito de Tarzán y Loti, su trabajo durante 20 años ha sido excelente en el cuidado de primates procedentes del tráfico ilegal y de los malos cuidados de circos y particulares que no supieron ver que un animal salvaje no es una mascota que puedas tener en el salón de tu casa. Sin embargo, atraviesa serias dificultades económicas. Cada mes gastan 12.000 euros sólo en frutas y verduras, la comida básica, y otros 4.000 en la calefacción durante el invierno. Pero, aunque recogen los animales incautados por la Guardia Civil y la Policía, sólo reciben 20.000 euros anuales del Estado. El equivalente a la comida de un mes. Las donaciones han disminuido en los últimos años y las cuentas apenas dan para alimentar a los 17 grandes simios y los casi 120 monos de los que cuidan.