Red de Literatura y Cine
Andrea Camilleri ( Sicilia, 1925) tiene ochenta y cinco años y fuma como un carretero. A lo largo de la hora de conversación que mantuvimos, se ventiló cerca de diez cigarros.
Por el olor que me llevé puesto, como un traje hecho a medida, al salir de su casa romana, debe ser tabaco negro, negrísimo, al igual que las novelas de su serie sobre el comisario Montalbano, que le han hecho famoso en medio mundo y merecedor, a sus ochenta y cinco años, de un club de fans que para sí quisieran los ídolos adolescentes, y no digamos otros escritores de sesudo fuste literario, hasta el propio Camilleri cuando se pone serio y se convierte en ese otro autor que se trae entre manos, de culto entre el culteranismo italiano, o siciliano.
Busquen su página web y empiecen a leer comentarios de este tipo: «Ayer, sniff, me leí lo último que me quedaba de Montalbano. Espero que no tarde en publicar algo nuevo, y lo siento porque es como despedirte de un viejo amigo. He disfrutado mucho de sus libros, que seguro no son lo mejor del género, pero lo cierto es que te enganchan sus historias y personajes» o «Para los incondicionales, como yo, de Montalbano, en marzo sale a la venta la última novela traducida,El campo del alfarero. Estoy deseando ir a comprala» o, cercano a la desesperación, «Un amigo que trabaja en una librería me comentó ayer que no hay noticias de la última de Camilleri, tiene entendido que sale en junio ¡¡¡No puedo/quiero esperar!!!». No esperéis más, que ya está aquí. El crimen según Camilleri y Montalbano, su álter ego en las cuestiones policiacas.
La novela negra o policiaca goza de los parabienes del público, vive un eterno «boom», pero sus grandes protagonistas se retiran, para disgusto de sus miles de seguidores. El sueco Henning Mankell ha jubilado por enfermedad al archifamoso Wallander. ¿A su Montalbano le llegará también la hora de la despedida?
No, no creo que haya un deseo de anunciar un final. Hay más bien cierto cansancio del personaje. Cansancio que él atribuye a la edad, aunque en realidad no es consecuente. Nació en 1950, con lo que hoy tendría 61 años. Si estuviéramos en el siglo XIX sería un hombre muy anciano, pero en nuestra época sigue siendo un hombre inteligente, válido. Está cansado de su trabajo, de la estupidez de los delitos, de la estupidez dominante.
¿Al cabo, una tendencia inevitable hacia el escepticismo, el único y último refugio?
Yo he intentado hacer un personaje que no permanezca inmutable en el tiempo, que madure con los años. Ahora bien, Montalbano padece ciertas particularidades. Por ejemplo, el mal tiempo le pone de mal humor. Es misógino. No le gusta la compañía de los demás. Si él acumula todos estos elementos asociales y le añade el tener que tratar a diario con una materia que esencialmente le repugna, el homicidio, está claro que lo único que puede hacer es defenderse con cierto falso cinismo o con fingida ironía. Pero, luego, se resiente, no permanece indiferente frente al horror, al homicidio, a la falta de piedad.
Hablando de clásicos de las novelas policiacas europeas, ¿se parece Montalbano a otros comisarios e inspectores, pongamos el ejemplo de Maigret?
Sí que es deudor de Maigret, de Simenon. En Italia un detective privado no tendría la libertad de maniobra que tiene un comisario de policía, así que, cuando decidí escribir la primera novela policiaca, pensé enseguida en un comisario, y no en un detective. Los comisarios de policía en Italia son gente muy corriente, buenos burgueses, y enseguida se hace una comparación con Maigret, pero hay que intentar diferenciarlos. Maigret está casado, y Montalbano, no.
Maigret es eterno, a su alrededor ocurre de todo: los alemanes conquistan Francia, y luego Francia es liberada. A Maigret nada le importa lo que ocurre en el mundo que tiene a su alrededor, en cambio a mi personaje le interesa el mundo que le rodea. En común tienen el gusto por la buena cocina: a Maigret, la brasserie o lo que le prepara la señora Maigret; digamos que la novia de Montalbano ni siquiera sabe cocinar. Por lo que respecta al método de investigación de Simenon, nada le debe. El método de investigación de Maigret consiste en ponerse de parte del muerto, estudiar el ambiente; el método de Montalbano es mucho más racional.
¿Qué hay de Camilleri en la personalidad de Montalbano?
Nada. Absolutamente nada. Es un personaje imaginario. Bueno, en realidad, no es tan imaginario, pero desde luego, nada mío hay. Después de la cuarta novela de Montalbano mi mujer me dijo: «¿Te das cuenta de que con Montalbano estás haciendo un largo retrato de tu padre?». Yo reflexioné y terminé por darle la razón, así que lo único mío que hay en Montalbano es que yo no soy el padre de Montalbano; si acaso, le he dado a Montalbano los rasgos de mi padre.
La mafia está en el origen de los crímenes que se suceden en sus novelas. Pero, lo mismo que Montalbano ha cambiado con el paso de los años, la mafia de ahora no es la misma que la de antes o, al menos, así parece darlo a entender. ¿Cualquier tiempo pasado, incluso para el crimen, fue mejor?
El pasado de la mafia nunca ha sido bueno, pero hay una diferencia entre la vieja mafia y la nueva mafia. En efecto, Montalbano, cuando tiene relaciones con la mafia, las tiene con mafiosos muy ancianos, sus interlocutores han sido los ancianos jefes y, desde luego, no los jóvenes jefes de la mafia de hoy. Los antiguos jefes tenían un código, que a nosotros puede parecernos una locura, pero que era respetado por ellos mismos. No obstante, la mafia que surgió luego es la mafia de las masacres, la de Totò Riina, Bernardo Provenzano, Leoluca Pagliarella. Una mafia de matanzas, que no mira a la cara. La nueva mafia no conoce las reglas y no tiene códigos. Esta es la diferencia fundamental. En los dos casos se trata de asesinos, pero a mí un viejo mafioso me dijo: «Cada vez que nosotros nos veíamos obligados a matar a alguien, lo hacíamos por necesidad, y lo considerábamos una derrota, porque no habíamos conseguido persuadirlo de otra forma». La vieja mafia sentía un enorme respeto por los representantes de la ley que eran íntegros. Me inclino casi a pensar que la mafia verdadera, la de antes, no hubiera matado a Falcone o Borsellino, o, si lo hubiera hecho, el jefe de la mafia en persona habría apretado el gatillo, de hombre a hombre, no confiándoselo a unos sicarios.
Montalbano es un comisario que usa los libros y sus lecturas para resolver los casos. Un hombre culto. En el último título editado en España, «El campo del alfarero», recurre a una obra suya, del propio Camilleri, para llegar al final de la trama. ¿Necesitaba hacerse un autohomenaje? ¿No le basta con todo lo que le quiere el público?
[Con ironía:] De un autor que se llama Camilleri... Es un autohomenaje, sí. Como muchos lectores me escriben: «Yo nunca había leído un libro, pero empecé a leer a Montalbano y me apasionó. Ahora que he terminado con Montalbano, ¿qué libros leo?». Entonces yo les escribo: «Lean los libros que lee Montalbano, porque da buenos consejos de lectura».
Pienso que sus novelas, más que policiacas, son costumbristas.
Exactamente. Es un intento de pasar de contrabando un cuadro de la sociedad italiana de hoy a través de novelas policiacas. La importancia de la novela policiaca mediterránea es precisamente esta. Los autores de hoy –Lucarelli y yo en Italia, otros en Francia o en España– pretendemos contar la sociedad de hoy atrapando a los lectores con el anzuelo de la novela policiaca.
Camilleri no solo es Montalbano y su larga serie de novelas por él protagonizadas, también es un escritor de culto y cultista. ¿Cómo concilia ambas caras?, ¿se miran frente a frente o de reojo?
Se concilian en mí desde el momento que escribo lo uno y lo otro. Si para los lectores se da el caso de que no se concilian, me reconozco más en las obras que no son de Montalbano. Por ejemplo: el lenguaje de una novela como Il re di Girgentio de otros trabajos históricos, es más complicado, más difícil de afrontar para alguien que no sea siciliano. En las novelas policiacas he preferido simplificar bastante mi lenguaje.
En una conversación con el fallecido Vázquez Montalbán, de cuyo nombre viene el de Montalbano, señala: «A veces siento que me he convertido en una moda de cretinos». ¿Sigue pensando lo mismo?
No, como si fuesen cretinos, no. No llego a tanto, pero me agrada que una de mis criaturas, una de mis novelas, tenga tanto éxito en todo el mundo, no solo en Italia. Aunque hay veces que no lo entiendo. Por ejemplo, me han llegado ocho contratos coreanos para publicar allí a Montalbano. No obstante, que me perdonen: ¿pero qué le ven los coreanos? Luego está el hecho de que los fans de Montalbano son también sus más severos críticos. Un lector ha llegado a escribirme: «Tú no puedes prestar tus ideas políticas a Montalbano, porque Montalbano ya no te pertenece. Ahora Montalbano es nuestro».
En definitiva, le niegan la palabra y sus opiniones. No obstante, en estos momentos de la sociedad italiana, ¿qué papel pueden jugar los intelectuales y los escritores?
No hay una norma, cada uno hace lo que le parece. Yo creo que el papel del intelectual es interesarse también, y sobre todo, por la sociedad en la que vive, y en los momentos históricos que se cruzan en su vida. No creo que la función de los intelectuales o los escritores sea permanecer ausentes o lejanos. Si alguno quiere permanecer encerrado en su habitación mirándose el ombligo y nos ofrece una obra maestra de la literatura, tampoco pasa nada. No hay ninguna obligación, depende de la conciencia de cada cual.
Supongo que estará aburrido de que le pregunten por Berlusconi, pero tal y como está el patio en Italia, no tengo más remedio.
No estoy aburrido, porque está bien que todos sepan quién es Berlusconi. Hay libertad para expresarlo. Los escritores e intelectuales no estamos bajo una dictadura, estamos bajo una deformación del régimen democrático. Yo puedo hablar mal de Berlusconi sin acabar en la cárcel, cosa que no sucedería si en lugar de Berlusconi estuviera Mussolini, o Franco en España. De modo que no estamos en ese nivel, nos encontramos en lo más insidioso de la corrupción de la democracia, y mientras podamos hablar, hablamos.
Pues explíqueme el surrealismo en el que vive inmersa Italia.
Berlusconi ha sido elegido con mayoría, ayudado por una ley electoral difícil de explicar que permitía que si tenías un voto más, te correspondían 50 diputados más. Y esto es una degeneración de la democracia. Poco a poco, se ha ido desvelando el verdadero rostro de Berlusconi, pero se ha desvelado cuando ya los italianos se estaban desilusionando de él. Desde hace un par de años, los italianos han empezado a comprender que el Gobierno solo ha hecho leyes a su favor, para evitar enfrentarse al juicio de los tribunales. Ahora en Italia se ha producido una fuerte reacción contra él: ha habido manifestaciones espontáneas, con millones de personas. Pero hay una auténtica fractura entre la Cámara, es decir, los diputados elegidos hace dos años, y la realidad actual del país. La realidad actual no refleja la de los diputados elegidos en la Cámara. El Parlamento sigue funcionando como si nada hubiera cambiado desde hace dos años, pero ha cambiado mucho. Si hoy se celebraran elecciones, Berlusconi correría un gran riesgo de no ser elegido. Hemos llegado al absurdo. La pregunta que yo plantearía a los italianos es esta: ¿a un señor acusado cuatro veces de ser un pederasta y en espera de juicio, le ofrecerías la posibilidad de hacer una nueva reforma de la ley sobre la pederastia?
España tampoco está para dar muchas lecciones, pero la imagen que se ofrece de su país a veces roza una comedia al estilo de Dino Risi.
La realidad italiana es difícil de comprender, entiendo perfectamente que se pueda tomar por una comedia, solo que es una tragicomedia, porque la deuda pública sube a niveles aterradores; el paro lo mismo, tres de cada cuatro jóvenes están desocupados; la renta de las familias baja cada día; dos de cada tres familias no llegan a fin de mes. Berlusconi dice que es culpa de la crisis mundial. Desde luego, la crisis mundial ha influido, pero la pasividad total de nuestro Gobierno ha hecho que hoy seamos un país al borde de un abismo, desde el punto de vista del empleo, de las fuerzas de trabajo, de la calidad de la producción, de las exportaciones, desde el punto de vista de la calidad de vida que perdemos. Este señor promete continuamente esperanzas y ha hurtado cualquier futuro a los italianos. El problema ya no es Berlusconi, sino cómo se recuperará Italia de este tsunami representado por Berlusconi cuando se descubra el estado en que está Italia, y cómo se puede dar una moral cuando se ha perdido cualquier sentido de la moral.
Pasemos página. ¿Sigue escribiendo todos los días?
Sí, estoy escribiendo otro libro. Escribo todos los días. Me levanto a las seis de la mañana y trabajo durante cuatro horas maravillosas, antes de que empiecen las llamadas. Soy un empleado de la escritura.
La mafia está en el origen de los crímenes que se suceden en sus novelas. Pero, lo mismo que Montalbano ha cambiado con el paso de los años, la mafia de ahora no es la misma que la de antes o, al menos, así parece darlo a entender. ¿Cualquier tiempo pasado, incluso para el crimen, fue mejor?
El pasado de la mafia nunca ha sido bueno, pero hay una diferencia entre la vieja mafia y la nueva mafia. En efecto, Montalbano, cuando tiene relaciones con la mafia, las tiene con mafiosos muy ancianos, sus interlocutores han sido los ancianos jefes y, desde luego, no los jóvenes jefes de la mafia de hoy. Los antiguos jefes tenían un código, que a nosotros puede parecernos una locura, pero que era respetado por ellos mismos. No obstante, la mafia que surgió luego es la mafia de las masacres, la de Totò Riina, Bernardo Provenzano, Leoluca Pagliarella. Una mafia de matanzas, que no mira a la cara. La nueva mafia no conoce las reglas y no tiene códigos. Esta es la diferencia fundamental. En los dos casos se trata de asesinos, pero a mí un viejo mafioso me dijo: «Cada vez que nosotros nos veíamos obligados a matar a alguien, lo hacíamos por necesidad, y lo considerábamos una derrota, porque no habíamos conseguido persuadirlo de otra forma». La vieja mafia sentía un enorme respeto por los representantes de la ley que eran íntegros. Me inclino casi a pensar que la mafia verdadera, la de antes, no hubiera matado a Falcone o Borsellino, o, si lo hubiera hecho, el jefe de la mafia en persona habría apretado el gatillo, de hombre a hombre, no confiándoselo a unos sicarios.
Montalbano es un comisario que usa los libros y sus lecturas para resolver los casos. Un hombre culto. En el último título editado en España, «El campo del alfarero», recurre a una obra suya, del propio Camilleri, para llegar al final de la trama. ¿Necesitaba hacerse un autohomenaje? ¿No le basta con todo lo que le quiere el público?
[Con ironía:] De un autor que se llama Camilleri... Es un autohomenaje, sí. Como muchos lectores me escriben: «Yo nunca había leído un libro, pero empecé a leer a Montalbano y me apasionó. Ahora que he terminado con Montalbano, ¿qué libros leo?». Entonces yo les escribo: «Lean los libros que lee Montalbano, porque da buenos consejos de lectura».
Pienso que sus novelas, más que policiacas, son costumbristas.
Exactamente. Es un intento de pasar de contrabando un cuadro de la sociedad italiana de hoy a través de novelas policiacas. La importancia de la novela policiaca mediterránea es precisamente esta. Los autores de hoy –Lucarelli y yo en Italia, otros en Francia o en España– pretendemos contar la sociedad de hoy atrapando a los lectores con el anzuelo de la novela policiaca.
Camilleri no solo es Montalbano y su larga serie de novelas por él protagonizadas, también es un escritor de culto y cultista. ¿Cómo concilia ambas caras?, ¿se miran frente a frente o de reojo?
Se concilian en mí desde el momento que escribo lo uno y lo otro. Si para los lectores se da el caso de que no se concilian, me reconozco más en las obras que no son de Montalbano. Por ejemplo: el lenguaje de una novela como Il re di Girgentio de otros trabajos históricos, es más complicado, más difícil de afrontar para alguien que no sea siciliano. En las novelas policiacas he preferido simplificar bastante mi lenguaje.
En una conversación con el fallecido Vázquez Montalbán, de cuyo nombre viene el de Montalbano, señala: «A veces siento que me he convertido en una moda de cretinos». ¿Sigue pensando lo mismo?
No, como si fuesen cretinos, no. No llego a tanto, pero me agrada que una de mis criaturas, una de mis novelas, tenga tanto éxito en todo el mundo, no solo en Italia. Aunque hay veces que no lo entiendo. Por ejemplo, me han llegado ocho contratos coreanos para publicar allí a Montalbano. No obstante, que me perdonen: ¿pero qué le ven los coreanos? Luego está el hecho de que los fans de Montalbano son también sus más severos críticos. Un lector ha llegado a escribirme: «Tú no puedes prestar tus ideas políticas a Montalbano, porque Montalbano ya no te pertenece. Ahora Montalbano es nuestro».
En definitiva, le niegan la palabra y sus opiniones. No obstante, en estos momentos de la sociedad italiana, ¿qué papel pueden jugar los intelectuales y los escritores?
No hay una norma, cada uno hace lo que le parece. Yo creo que el papel del intelectual es interesarse también, y sobre todo, por la sociedad en la que vive, y en los momentos históricos que se cruzan en su vida. No creo que la función de los intelectuales o los escritores sea permanecer ausentes o lejanos. Si alguno quiere permanecer encerrado en su habitación mirándose el ombligo y nos ofrece una obra maestra de la literatura, tampoco pasa nada. No hay ninguna obligación, depende de la conciencia de cada cual.
Supongo que estará aburrido de que le pregunten por Berlusconi, pero tal y como está el patio en Italia, no tengo más remedio.
No estoy aburrido, porque está bien que todos sepan quién es Berlusconi. Hay libertad para expresarlo. Los escritores e intelectuales no estamos bajo una dictadura, estamos bajo una deformación del régimen democrático. Yo puedo hablar mal de Berlusconi sin acabar en la cárcel, cosa que no sucedería si en lugar de Berlusconi estuviera Mussolini, o Franco en España. De modo que no estamos en ese nivel, nos encontramos en lo más insidioso de la corrupción de la democracia, y mientras podamos hablar, hablamos.
Pues explíqueme el surrealismo en el que vive inmersa Italia.
Berlusconi ha sido elegido con mayoría, ayudado por una ley electoral difícil de explicar que permitía que si tenías un voto más, te correspondían 50 diputados más. Y esto es una degeneración de la democracia. Poco a poco, se ha ido desvelando el verdadero rostro de Berlusconi, pero se ha desvelado cuando ya los italianos se estaban desilusionando de él. Desde hace un par de años, los italianos han empezado a comprender que el Gobierno solo ha hecho leyes a su favor, para evitar enfrentarse al juicio de los tribunales. Ahora en Italia se ha producido una fuerte reacción contra él: ha habido manifestaciones espontáneas, con millones de personas. Pero hay una auténtica fractura entre la Cámara, es decir, los diputados elegidos hace dos años, y la realidad actual del país. La realidad actual no refleja la de los diputados elegidos en la Cámara. El Parlamento sigue funcionando como si nada hubiera cambiado desde hace dos años, pero ha cambiado mucho. Si hoy se celebraran elecciones, Berlusconi correría un gran riesgo de no ser elegido. Hemos llegado al absurdo. La pregunta que yo plantearía a los italianos es esta: ¿a un señor acusado cuatro veces de ser un pederasta y en espera de juicio, le ofrecerías la posibilidad de hacer una nueva reforma de la ley sobre la pederastia?
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La realidad italiana es difícil de comprender, entiendo perfectamente que se pueda tomar por una comedia, solo que es una tragicomedia, porque la deuda pública sube a niveles aterradores; el paro lo mismo, tres de cada cuatro jóvenes están desocupados; la renta de las familias baja cada día; dos de cada tres familias no llegan a fin de mes. Berlusconi dice que es culpa de la crisis mundial. Desde luego, la crisis mundial ha influido, pero la pasividad total de nuestro Gobierno ha hecho que hoy seamos un país al borde de un abismo, desde el punto de vista del empleo, de las fuerzas de trabajo, de la calidad de la producción, de las exportaciones, desde el punto de vista de la calidad de vida que perdemos. Este señor promete continuamente esperanzas y ha hurtado cualquier futuro a los italianos. El problema ya no es Berlusconi, sino cómo se recuperará Italia de este tsunami representado por Berlusconi cuando se descubra el estado en que está Italia, y cómo se puede dar una moral cuando se ha perdido cualquier sentido de la moral.
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