El escritor cubano Oscar F. Ortiz, cuyo afán de renovar la llamada «novela negra» (roman noir según los franceses, al referirse a la antigua novela gótica) se hizo evidente en su serie de relatos policiales Archivo Delta, que consta ya con nueve intensas entregas: La cuadrilla, La cola del alacrán, La sombrilla del Caribe, etcétera, nos ofrece una propuesta del género no menos sorprendente con sus más reciente trabajo, los casos que involucran a El primer detective del exilio cubano.

No creo necesario extenderme en eruditas disgresiones acerca de los orígenes de la «novela negra» por dos motivos básicos: no aportaría datos referenciales que no hayan sido atinadamente comentados en los respectivos prólogos que aparecen en las obras previamente mencionadas y, porque esta interesante alternativa de Ortiz, dada su originalidad, no lo requiere. Si en tales obras el escritor se acerca a la «novela negra» bajo las premisas de los innegables maestros contemporáneos de la misma, Dashiell Hammett, Raymond Chandler, Mickey Spillane (y sus respectivas criaturas novelísticas: Sam Spade, Philip Marlowe, Mike Hammer), fusionados al género del espionaje de Ian Fleming y su célebre agente 007, James Bond, lo hacía de forma personalísima e idónea, es decir con estilo directo, preciso y brutal, del modo en que se ha perdido con referencia a los patrones ortodoxos, clásicos, ya que en la actualidad lo que se escribe en el terreno del noir se halla repleto de innecesarias, absurdas y sofisticadas derivaciones, más afines con otras escuelas literarias y, por ende, carente del vigor que el instinto narrativo de Ortiz le ofrece en sus tramas, sin innecesarios regodeos de estilo. They don’t make them like that any more!

Y es que Oscar F. Ortiz, escritor intuitivo y visceral, no olvida en su prosa contagiosamente fluida, que los patrones de la «novela negra» se aplican de modo fulminante a su hijo directo, el film noir («cine negro») y es precisamente tal el novedoso concepto en que se desarrollan las bizarras aventuras de Pablo Sanpedro «primer detective del exilio cubano», explosiva mezcla del investigador duro, o hard-boiled como se dice en inglés, y un «jodedor» tropical. Emergiendo del melting pot que caracteriza la cultura norteamericana, y a través del inevitable «espanglish» a que es sometido todo exiliado e inmigrante hispanoamericano, Pablo Sanpedro es un superviviente y también un solitario, aunque su idiosincrasia cubana y su inevitable desparpajo caribeño lo mantienen a flote en la justa medida de las circunstancias en las que se desenvuelve. Sanpedro es también un Bogart de la «sagüesera» que salta de un restaurante a otro remolcado por su fiel e inseparable coupé: un Volks Wagen Jetta de color rojo bermellón.

A la usanza de sus héroes, Sanpedro se enfrenta con eficacia a dos elementos tan dispares como complementarios del género: la perenne amenaza de los delincuentes y la peligrosa ambigüedad emocional de la hembra. A los matones los neutraliza a tiros, a las mujeres con su filosa desvergüenza… En estas entregas, que en realidad componen una novela fraccionada en capítulos aparentemente autónomos, se percibe una fresca opción a lo ya visto en torno a personajes anquilosados y es que el autor ha sabido, con cinismo a la par que con inocencia, plasmar en los acontecimientos en que sumerge a su alter ego Sanpedro, una simbiosis redentora con respecto a un género literario y a su equivalente cinematográfico con perfecto balance de clases sin traicionar la esencia de ambos, pero a través de un enfoque muy particular que merece acreditarle lo que él (Oscar F. Ortiz) se ha propuesto y está consiguiendo a su manera: el incansable «revival» del noir.

Remontémonos por un momento a los comienzos del género. Sabemos que el «cine negro» fue originado en 1941, cuando John Huston, en su debut como realizador, filmó la definitiva versión cinematográfica de El halcón maltés, de Dashiell Hammett, con Humphrey Bogart, quien devendría en su actor favorito y fetiche del «cine negro» interpretando el papel de Spade. En 1946 Bogart personificaría a Marlowe en la adaptación al cine de El sueño eterno (en inglés The Big Sleep), de Howard Hawks, sobre la más popular novela de Raymond Chandler. Bogart, actor que capitalizó el concepto del investigador privado como ningún otro, mediante su cinismo existencial y su muy personal código de comportamiento ético, definió todo un arquetipo de proyección sociológica al insertar su infalible personalidad en el violento mundo en que se desplaza su personaje, diseccionado cual axiomática fórmula que marcaría inexorables pautas, además de a futuros actores, a disconformes generaciones en busca de un mundo por revalorizar. El film noir—gracias a los críticos de cine franceses—también conocido como «serie negra», definió su estilo visual como una combinación entre el viejo cine impresionista alemán de la etapa silente y el melodrama francés de los años ‘30, mediante una fotografía sombría, enfáticamente nocturna, en la que se contrastaban el blanco y el negro de los implementos iluminativos y escenográficos con las sutilezas sicológicas de personajes en los que se borran las estereotipadas fronteras de «buenos» y «malos» para describir tipos humanos complejos y de urdidumbre pesimista y solitaria… ¡Enhorabuena, Oscar F. Ortiz, alias Pablo Sanpedro!

Jesús I. Callejas