Ha cerrado la librería —y editorial— Universal, en Miami. Leo las reseñas sobre esta “pérdida” y no puedo dejar de pensar en cómo los cubanos tenemos una tendencia casi natural a la exageración y los falsos prestigios. Nadie que tenga una relación medianamente normal con la cultura puede alegrarse del cierre de una librería. Mucho menos tratándose de una de las pocas de Miami con un surtido de libros en español. Pero en el caso de la Universal, la palinodia colectiva debería venir acompañada de ciertas notas al pie. Corriendo el riesgo de ser la voz discordante, recordemos algunas cosas.
La librería que ahora quiebra siempre fue la caricatura de una verdadera librería de libros cubanos que nunca ha existido en la llamada “capital del exilio”. A pesar de los esfuerzos que hizo Juan Carlos Castillón durante la época en la que trabajó allí como librero, Salvat nunca ha tenido mucha idea de libros ni de qué es una librería como institución cultural. Se trata, para decirlo rápido, del raro caso de una editorial mantenida por un editor semianalfabeto, listo para publicar a cualquiera que tuviera la chequera pronta.
Varios de los libros académicos que aparecen en su catálogo no son malos, y algunos de sus autores (los menos) han sido importantes. Pero incluso a los buenos les hizo pagar —en vez de pagarles. La Universal era como la famosa posada española de la que habla Dumas en uno de sus cuadernos de viaje, en la que podías comer de todo… lo que tú mismo llevases. Si el autor era un buen vendedor, vendía. Si sabía de corrección de galeradas o conocía a alguien que supiera corregir tenías un texto sin erratas. Si podía pagar una buena portada conseguía una buena portada; si no, era tristona y fea. Universal era una editorial sin editor y sin oficio, donde los errores eran habituales. Una buena antología de la literatura negra en América Latina se estropeó porque el editor no se molestó en corregir la portada y el subtítulo en vez de decir “Una antología de autores hispanos de origen africano” decía “Una antología de autores hispanos de origen hispano”. En su edición de un libro de Orestes Ferrara la foto de contraportada presentaba a éste, vestido de mambí, con el absurdo pie: “En Tampa a su llegada a Cuba”. La novela de Benigno Nieta, Los paraísos artificiales, en el lomo decía Los paraísos articiales. Uno de sus primeros libros salió con el título Los pobresitos pobres. Debió haber sido, por supuesto, “Los pobrecitos pobres” pero el editor tuvo la ocurrencia de solucionar la errata en portada con una banda superpuesta que decía “SON TAN POBRES QUE NO TIENEN NI ORTOGRAFÍA”. Tacañería con sentido del humor.
Salvat continuó en el exilio la triste tradición cubana de la vanity press: casi nunca publicó a nadie que no pagase —excepto a Lydia Cabrera, creo. Sacó una gran historia de la arquitectura colonial, bien editada hasta donde llegaba la responsabilidad de los autores, que revisaron a fondo fotos y textos. Desgraciadamente, dejaron en manos del editor, los pies de foto, gracias a lo cual podemos ver fotos de la casa de los “marquezes” de Jaruco, más castizos de lo normal. Su edición de los poemas póstumos de Sarduy, Epitafios, con portada de Ramón Alejandro, ve saltar su numeración de forma inexplicable y siendo un libro de menos de 70 páginas la paginación llega hasta la 132.
Son apenas algunos de los ejemplos que recuerdo. Cosas que le pasan a cualquiera, dirán quienes no saben mucho del arte de editar y ahora parecen dispuestos a convertir a Salvat en “víctima de las nuevas tecnologías que han provocado que descienda la lectura de los libros impresos” y a la Universal en un “bastión cultural”. Pero la verdad es que las Ediciones Universal son un compendio de chapucería, donde todo se hacía mal para abaratar costos y ganar hasta en lo mínimo. Lo dice alguien que se gastó bastante dinero en sus libros, y se tomaba el trabajo de leerlos. Creo que fue Juan Abreu quien lo retrató (en clave) en una de sus noveletas, donde lo llama “El Flaco” y alude a las condiciones leoninas de sus contratos (con cláusula para editar en Cuba “después de la liberación”).
Ahora que la Universal se retira, a lo mejor Miami encuentra finalmente el espacio necesario para que aparezca una buena editorial cubana en el exilio, esa que los lectores de la comunidad se merecen.
Ernesto Hernández Busto
Barcelona