Desde sus primeras páginas, resulta atractiva la lectura de ¡Yo soy el Che!, del experimentado y genial periodista cubano Luis Ortega, por los muchos datos que aporta. Fue Ediciones Espuela de Plata, de Sevilla, la que se ocupó de esta segunda edición revisada del libro, del 2009, y que cuenta con una Introducción de Lino Novás Calvo. Se trata de una edición bien cuidada desde todo punto de vista. El autor fue acopiando datos de distintas fuentes además de que vio crecer "bien de cerca, el mito de Guevara", como dice Novás Calvo.

Ortega comienza el relato de la vida de Ernesto Guevara de la Serna con su infancia, cuando "zozobraba en el silencio abrumador del cuarto", asediado por la angustia de su asma. Y lo termina con su muerte en La Higuera.
Al adentrarse en su angustia de asmático, quizás busca el autor una razón para explicarse por qué este hombre llegó a desarrollar una personalidad tan controvertida y cuyo retrato psicológico queda tan bien plasmado en cada página de este libro. Es la imagen de un hombre cuyo fondo de pensamiento define acertadamente como turbio, confuso, caótico, patológico, un hombre con un odio frenético al ser inmediato.

La narración nos adentra en la vida política de Guevara, que comienza cuando conoce a Ñico López en Guatemala, en 1954, con quien entabla amistad. El golpe de estado de Guatemala lanza a ambos hacia México, ``con el entusiasmo de los vagabundos''. A Guevara sólo le interesa ir a Cuba para reunir algún dinero y viajar a París. El Che pasa años redondeando ``una magnífica opinión sobre sí mismo'' y una necesidad imperiosa de destacarse en algo. Es un médico fracasado: sus exámenes en la Facultad de Medicina fueron pobres; su amor por la poesía es grande, pero sabe que sólo logra copiar a otros...

¿Qué le queda? La política. Es durante su estancia en México, donde, a través de Ñico López, conoce primero a Raúl Castro y luego a su hermano. La fiereza de Fidel Castro lo domina y siente un impulso de entrega "casi femenino". Hasta le escribe un poema que le vale que Castro diga: "Te necesitamos de verdad". Ya está trazado el camino: Guevara será el cronista de la lucha. Castro necesitaba a alguien que contara sus "hazañas".

También llama la atención en el libro la etapa de Guevara como jefe militar de la Fortaleza de La Cabaña. Es un hombre que escucha poesía, pero que "se apresura a marchar a su pequeño salón desde donde puede contemplar los fusilamientos". Un hombre que acostumbra a invitar a sus huéspedes a ese salón para regodearse y disfrutar del espectáculo.

"Su tarea como organizador del paredón –acota el autor– es tal vez la única fructífera en su vida... Mientras Castro habla y viaja... el Che realiza metódicamente su tarea de exterminio. No puede decirse en rigor que actuara a espaldas de Castro. Parece obvio que este último prefiere que el argentino cargue con el baño de sangre''.

Ortega también pone de manifiesto la verdadera relación de Castro con Guevara: “el cubano utilizó al argentino de principio a fin”.
En marzo de 1965, Guevara regresa a Cuba de un viaje a Nueva York y a China. Y ya se plantea el conflicto final de poder Guevara-Castro: uno de los dos sobra. No hay alternativa para el argentino: tiene que emprender su propia guerra.
Los viajes internacionales lo han convertido en una especie de "agente viajero de la revolución cubana. Las declaraciones sobre los problemas internacionales y la economía son breves y evasivas, pero empieza a “concederse a sí mismo una estatura internacional”.

Como dice Novás Calvo en su excelente Introducción: este es "un libro revelador''. El periodista fue "sopesando opiniones, contrastando falacias con realidades'' para poner ante nuestros ojos, a través de documentos vivos, la verdadera historia, y dejar que el lector saque sus propias conclusiones. El hilo de la narrativa es claro, cronológico. No quedan dudas de ninguna índole: “El lector será llevado por la furia de los acontecimientos, pero ese impulso es ordenado y disciplinado por una técnica narrativa perfectamente estudiada”.

Al final, cada una de las fases de la guerrilla en Bolivia está explicada con detenimiento, desde la organización, la marcha hacia hacia el norte, la retirada hacia La Higuera, los inevitables encuentros con las fuerzas del ejército. Guevara no había contado con que las condiciones de la lucha guerrillera eran por completo diferentes a las de Cuba.
La disciplina de sus hombres está en su punto más bajo. Y todo esto lo lleva al fracaso definitivo. Ha llegado el momento de su cita con la muerte, en una choza de La Higuera, en un último gesto de rendición que nada tiene que ver con la valentía ni con la imagen de "guerrillero heroico'' que se forjó a su alrededor. Por eso, en el momento de su captura, grita: “Yo soy el Che. Para ustedes valgo más vivo que muerto”.


Condensado de 'Elena Martí, El Nuevo Herald'