Red de Literatura y Cine
¡QUÉ BIEN TE SIENTAN LOS NOVENTA AÑOS ENRIQUE!
MANUEL SALINAS
Asegura Álvaro Delgado-Gal que esta crisis se llevará por delante la cultura.
El argumento es simple: la cultura depende en dosis masivas del dinero público. Las subvenciones a la cultura integran, ciertamente, una porción muy modesta del Presupuesto. Pero como la cultura no importa a nadie, quitando a los que viven de ella, lo esperable, es más, lo natural, es que la Administración meta por ahí el bisturí con mayor desparpajo que en otras partidas del gasto.
Ahora bien, tenemos que recordar que hoy día conviven dos clases de escritores, aquéllos que vienen del modernismo y la bohemia para los que la literatura y la vida son una y la misma cosa sagrada, y ésos otros, para los que la cultura es una externalidad de la acción de los partidos políticos, sus compañeros de viaje. Y como lo que quieren los partidos es ganar las elecciones, no ilustrar a la Humanidad, la cultura no inane, esto es, la independiente, la libre, la de los otros, la que es lenta e incierta, reúne por consiguiente todos los números de la lotería para quedarse bailando con la más fea después de esta crisis.
Sin duda Enrique Alot Montes pertenece a esos escritores herederos del modernismo, a esos que sólo les interesa la literatura, el ser escritor, la obra.
Mucho me temo, por tanto, que Enrique lleva todas las de perder. Y que tanto a él, como a mí mismo, o a Juan Miguel González, como él dice:
“Ni el oro ni el terciopelo,/
ni el bordado ni el encaje/
ni el título ni el linaje/
hará que nos brote el pelo.
En principio, y para entendernos, en la poesía de Enrique Alot Montes suceden más cosas por fuera que por dentro. O para decirlo con precisión: lo que sucede por fuera modifica o determina lo que sucede por dentro.
Lo que quiero decir es que la vida real, material, social, la que ocurre por fuera, es la que va construyendo la conciencia en el interior de EAM, y es esa conciencia, su arte, su poesía, como él mismo nos lo indica en estos endecasílabos:
“Porque suele ocurrir lo que me ocurre:
que busco fuera mucho y poco dentro”
En este sentido, su poesía responde a esa línea que abrió uno de los pocos autores de la generación del 27 que no ha envejecido: Luis Cernuda, quién en el “Soliloquio del Farero” se preguntaba:
“Cómo qué llenarte, soledad, sino contigo misma”
o como escribe Enrique en este verso: “ a desgana conmigo converso”, que recuerda a aquel de Antonio Machado que decía …“quien habla / solo espera hablar con Dios un día”.
Mas, a pesar de todo, “LA OBRA” poética de Alot Montes, el soliloquio de este otro farero, gira en torno a tres preocupaciones básicas, preocupaciones en las que podemos dividir sus poemas:
1º - los poemas que pertenecen a una serie ética: poemas que elaboran motivos del universo religioso y de una filosofía moral
2º - la serie amorosa.
3º- los poemas satíricos y burlescos.
Y, aunque podamos encontrar estos tres apartados a lo largo de su obra, su poesía es moral y satírica fundamentalmente. Por lo que, las diferencias se dan en el estilo adoptado según las convenciones de estos subgéneros:
-la poesía moral corresponde un estilo más grave, un tono alejado de matices cómicos. Poemas que reflexionan sobre el sentido de la existencia humana, la presencia de la muerte, la fugacidad o fragilidad de la vida, el rechazo de lo contingente.
-Y el discurso satírico en donde hallamos un estilo humilde y un léxico coloquial.
De su poesía ha escrito Juan Miguel González:
“Enrique Alot Montes, sintió la revelación de la poesía cuando contaba cincuenta y cinco años de edad. En mi opinión, su musa es más aritmética que lírica, más manual que musical “…
…Ha construido con ella ( con “ese sueño que ante mí no se desploma”) plegarias hermosas etc…
No me extraña, -continúa Juan Miguel en el hermosísimo prólogo,- que nuestro poeta eligiera el soneto como medio de expresión, por lo que éste tiene de ingeniería, de arquitectura rotunda y arriesgada, de reloj espiritual con el que Dios parece que marca el sueño exacto de la eternidad.
Juan Miguel González ha clavado el asunto de una forma bellísima al llamar a su poesía:
“reloj espiritual con el que Dios parece que marca el sueño exacto de la eternidad.”
Y es que la poesía de Enrique Alot Montes se inscribe dentro de la tradición moderna de la que el poeta inglés Eliot llamó “Il Milior Fabro”. Esto es, del poeta artesano, y su poesía está dentro de la idea de artefacto, de soneto que podemos encontrar desde los sonetos vivos de Carlos Edmundo de Ory o de Miguel Hernández o Blas de Otero, frente a esa otra tradición moderna de río lírico, de torrente de imágenes, que se halla en Pere Gimferrer o en el jovencísimo José Luis Rey.
Pero estas piezas de relojería, no sólo están hechas con manos de artesano, sino que una música celeste las recorre y las convierte en poema, en percusión, en “tan tan”, en canto:
Tan florida y tan fiel la primavera.
Tan bella y tan hermosa la mujer
Tan chulo es ponerlo por poner.
Tan lírico el tan…tan que se reitera.
Tan vieja y tan gentil la regadera.
Tan vano y peligroso el bien comer.
Tan útil, tan sabroso el conocer.
Tan sabia y parlante la portera.
Y el tantán de la gota al fregadero.
Y el tantán del nervioso con bastón.
Y el tantán del que cuida un relojero.
Y el tantán de la aldaba en el portón.
Y el tantán de la selva, mensajero.
Y el tantán con que avisa el corazón.
Por esto, su obra se compone de magníficos, algunos muy bien premiados, sonetos y sonetillos, bien medidos, bien hechos con una voz fuerte y una rima que algunas veces recuerda al mejor Miguel Hernández, porque como escribe Enrique “la tristeza siempre enluta”. Oigamos este sonetillo octosilábico:
Cuesta arriba o cuesta abajo
sin comprender lo que intentas.
Ni me ayudas ni alimentas
ni valoras mi trabajo.
En mi faena a destajo
no me cuadraron las cuentas.
Ni tuve las herramientas
cuando ya estaba en el tajo.
Por confiar en lo cierto
por prolongar mi letargo
por falta de un buen injerto
o por mal hecho el encargo
sembré un frutal en mi huerto
y el fruto me salió amargo.
Pero reparemos un momento en los versos del segundo terceto:
Sembré un frutal en mi huerto
Y el fruto me salió amargo
Es la forma que tiene Enrique Alot Montes de referirse al mundo que refleja su poesía, ese“ fruto amargo”. Y lo expresa magistralmente en este oxímoron:
Y noto la vida hermosa
estando en lo mismo hundido,
envuelto en las mismas cosas.
Son la soledad, la incomprensión, el dolor, la sinrazón,... temas neorrománticos con una música modernista; en fin, son los temas de los que trata la poesía moral de Enrique Alot Montes :
Porque nadie le entendía
un hombre a la luna hablaba
y aunque a veces preguntaba
la luna no respondía.
Lo hizo de noche, de día,
porque siempre la encontraba.
Y hasta la luna lloraba
cuando aquel hombre sufría.
Y esta poesía moral y satírica, en la que “el recuerdo y el olvido son palos del mismo signo”, la recorre y la invade una misma sensación, un mismo clima, una misma atmósfera, esa que se desprende de aquel diálogo de Dickens en el que un hijo le pregunta a su madre si tenía dolores y ésta le contestaba que había un dolor en la habitación pero que no sabía si era ella quien lo tenía.
Recordemos, también, en este sentido, ese sentimiento que abren, como a una dalia, estos versos: “ Todas las tardes en Granada,/todas las tardes se muere un niño” del Diván de Tamarit de Federico García Lorca. Ya que es el mismo sentir el que emerge de ellos.
Así, junto a este difuso sentimiento va apareciendo en la obra de Enrique su tema fundamental, el de lo humano, “ cómo aguanto, no me explico”, escribirá el poeta:
Por culpa de la artrosis que galopa
estoy plantado aquí como una mata.
Debido a otro defecto que no mata
me encuentro condenado a caldo y sopa.
O, en este terceto:
Mi artrosis de cadera y de rodilla,
Y atendiendo del médico el mandato,
Cada seis horas tomo una pastilla.
O:
La pena se estaciona en el poeta.
Su numen poco aguanta ese trago…
Y mi cuerpo que vela su muleta
Por causa de la artrosis y el lumbago.
Dolor que no sólo es físico, sino que es también es el que más duele:
Noté que se agotaba de repente
mi venero repleto de ilusiones.
Y así este día luminoso y riente en el jardín de la vida se fue convirtiendo en noche oscura:
Si la noche oscura…
….., derrama en tu boca
su cáliz de pena que te sabe a poca,
Apagón, noche oscura sobre la que vuelve una y otra vez nuestro poeta:
Volveré a mi ronda
en la eterna noche,
desolada y fría.
En fin, para leer la poesía de Enrique Alot hay que relajarse y dejarla fluir como un rumor o como una melodía. Es ahí donde aparecen las respuestas. Ésta es la mejor manera de acercarse al autor, y de abordar su obra, que poco a poco, nos va atrapando en sus manos como una auténtica bomba de relojería espiritual. Porque no hay códigos concretos para descifrarla, sólo los sentimientos como guía, sólo el ritmo de sus versos, sólo pequeñas señales abriendo ventanas que conducen a sendas profundas y a ese completo sinsentido que es algunas veces el sentido de la vida vivida.
De lo que recelaba desconfío.
A lo que me aterraba no hago frente.
A lo que rechazaba no hinco el diente.
Y a lo que me enredaba no deslío.
Con lo que antes me helaba siento frío.
Con lo que me quemaba estoy caliente.
Con lo que yo aguantaba soy paciente.
Y con lo que lloraba no me río.
Lo que no me encajaba no me rima.
Lo que antaño era malo está fatal
Y lo que estaba lejos no se arrima.
Mi hacienda sigue escasa, menos mal.
Aquello que cargaba llevo encima.
Y mi estómago enfermo sigue igual.
“Lo que antaño era malo está fatal”, re-escribe Enrique Alot aquella ley de Murphy en este endecasílabo.
Pero el poeta va más allá al señalar el fracaso, la desilusión, el dolor como experiencia moral y estética y él mismo reconocerá que escribe, “para hacer armonioso un sufrimiento”.
Esto es, para convertir lo humano en arte, para trascender. Porque es lo adverso, el deseo, lo que nos hace más hombres, mientras que la realidad siempre va por otro sitio:
El incordio que suelta mi verso
y se aleja prendido a la brisa,
sólo lleva mi amago de risa
y el fracaso marcado al reverso.
A desgana conmigo converso
animando a la mente imprecisa,
y la mente me engaña, me sisa
y me deja plantado en lo adverso.
Frente al mar y en su orilla me huelo
que me falto a conciencia el respeto
cuando amaso a lo incierto y al ripio.
Que mi llanto no tiene consuelo
pues termino con este soneto
y me encuentro peor que al principio.
Mas la alegría se halla, no sólo en la experiencia acumulada a lo largo de la vida, sino como un “saber vivir” (savoir vivre) y lo escribe en tono moral, desengañado, más cerca del consejo clásico del que huye del mundanal ruido de Fray Luis que de ese árbol apenas sensitivo del poema de Rubén Darío:
“Dichoso el que de alegre se reviste.
El dolor agradece al que lo abona.”
Alegría, dicha que llegará a ser más profunda y alcanzará su verdadero cenit en los poemas de tema religioso.
Magnífico este soneto donde resume, a mi entender, magistralmente, toda la trayectoria íntima de la que venimos hablando:
Tú fuiste de mis noches las mañanas,
el soplo que aventó turbias neblinas,
la luz de mi aposento ¿Te imaginas
lo que es un cuarto oscuro y sin ventanas?
Y luego, desterrando a mis desganas,
me enseñaste que hay rosas sin espinas
y montañas a más de haber colinas
y vuelos de palomas y campanas.
Me encanta tu mirar cuando me apunta.
Me has hecho concebir un mundo nuevo
donde mi antigua pena está difunta.
Me gusta cualquier parte si te llevo.
Quizás esto conteste a tu pregunta
y puedas comprender lo que te debo.
Mas, permítanme también recordar ahora el soneto de la página 147, que comienza así:
Buscando claridad topé lo espeso
Y buscándote, Dios, la desventura.
o éste otro de Enrique:
Te he sentido abrazar y te he soñado
regando con Tu Amor mi campo verde.
Te he sentido llorar si al otro muerde
el frío, la ansiedad de lo apagado.
Te he sentido animar si me he cansado,
te he visto dar la mano al que se pierde.
Perdona que al final ya ni recuerde
la estela que al pasar siempre has dejado.
Si te quiero imitar nunca te imito.
Si te quiero escribir confundo el tema.
Si te quiero llamar no sale el grito.
Y siempre acabará triste el poema
si junto a tu calor no me derrito
si el fuego que te abrasa no me quema.
Mas como recordaba antes, la poesía de Enrique Alot se podía dividir en Moral-Amorosa y Satírica. Y, como de muestra bien vale un botón, les recordaré dentro de su poesía amorosa ese poema que es un delicadísimo apunte lírico, ese dibujito de trazo rápido que es este soneto, lleno de gracia y con alguna incorrección gramatical, como la de el verbo “ver” que no rige la preposición “de”:
Hoy te ví recorrer la calle estrecha
y te ví revistar como dudando.
Hoy te ví penetrar contoneando
y te ví de a la barra irte derecha.
Hoy te ví la hermosura tan bien hecha
y te ví que a la carta ibas mirando.
Hoy te ví que en el bolso ibas buscando
y te ví de un dragón prender la mecha.
Hoy te ví de fumarte un puro entero,
Hoy te ví de apurar de carne un plato
y te ví de rascarte el trasero.
Hoy te ví trasegar de vino un chato,
Hoy te vi de abonarle al camarero
y te vi de marcharte al poco rato.
Mas también escribí, al principio de mi presentación, que en la poesía de Enrique existe también la línea satírico - burlesca, y como quiero terminar con esa sonrisa de la que habla su poesía, acabaré leyendo alguno de sus versos:
Primavera, calor, otoño y frío,
tapizan mi contorno en su andadura.
Se combinan lo agreste y la hermosura
sobre un globo de inmenso poderío.
Al planeta de todos, también mío,
que se distingue azul desde la altura,
los hombres retocaron su estructura
y alguien dijo: la vida es como un río.
Cada vez que lo pienso me parece
muy caprichoso el río con su lecho
que al mismo tiempo achica y engrandece.
Un traje en sus medidas tan mal hecho
que al más acaudalado favorece
y que siempre al más pobre queda estrecho.
Ironía y sentido del buen humor al que no es nada ajeno su obra y que encontramos por aquí y por allá en este libro, ya cuando le hace exclamar:
¡No sé cómo lo soporto
Sólo me falta un canuto
o en este cuarteto:
Me barrunto un mal cariz
si te está saliendo un cuerno,
porque se me antoja a mí
que no es cosa del infierno.
En fin, ya sólo me queda decir que a poeta malagueño Enrique Alot Montes le sientan muy bien sus 90 años. Y que su obra es una buena lección de saber convertir lo que su larga vida le ofreció como abrupto en sutileza.
Málaga, agosto.
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