A Alicia Rea Corzo

Trece ángeles protegen la inocencia

de aquel ser que ha nacido para el bien

y, aunque la corrupción lo haga rehén,

al fin, obtiene de ellos la indulgencia.

Del acero, tienen la resistencia

la pureza y el honor y, aunque estén

rodeados de escarnio y de desdén,

puede, viva, mantenerse su esencia.

Niño o viejo, al bueno, tiernos, defienden

trece ángeles con su albo resplandor

de todos los agravios…

El cuerpo humano ha sido concebido
para la vida y el placer y no,
para la servidumbre y la humillación,
es el templo de la Humanidad,
la cima de la belleza y la pureza,
no merece que hagamos en él
la bajeza del escarnio.

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Se avergüenzan de sus emociones

las personas corrientes,

les parece demasiado obvio

hablar de soledad

o de una llaga de amor,

para aceptarnos como seres humanos,

nos exigen que no lo aparentemos,

que seamos complicados y retorcidos,

que finjamos que no escuchamos

la voz de nuestro instinto

pero tú eres sencilla

como un arroyo de agua clara

y yo, veraz y desenvuelto

y, cuando estoy a tu lado,

vierto en ti mis sentimientos…

Niña, tú y yo

vamos a nacionalizarnos

en un país de solo dos habitantes,

cerraremos nuestras fronteras

a cal y canto,

haremos lengua oficial

una que no se hable

en ninguna otra parte,

expulsaremos a los embajadores

por espías y metomentodos,

seremos orgullosamente xenófobos,

romperemos relaciones

con el resto del mundo,

no importaremos

más que los bombones de chocolate,

castigaremos el contrabando

con un besito…

¿Habrá un placer más delicioso

que tomarte tu antebrazo,

delicado y blanco,

y deslizar mis dedos por él

desde tu codo hasta tu muñeca

y cubrirlo de besos

conmovido por su ternura?

¿O que llevarme a los labios

la palma de tu mano,

que es el valle de la sencillez?

¿O que rozar tus mejillas

suavemente con mis pulgares

mientras me miras callada,

muy quietos tus labios de miel?

¿O que estrecharte en mis brazos

sintiendo…

A Conchi Lorente

Mi orgullo es no hacer jamás
reverencia a la opinión,
las apariencias no son
una presencia a mi ras,
lo que me preocupa más
es la verdad de la vida
sinceramente sentida
y no, la hipócrita fama
que, a los cuatro vientos, clama
su mentira desmedida.

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Tu pelo es tierna caricia,
noche y tiniebla que refugia,
suave cascada de dulzura,
tus ojos le ponen centellas
y sal, tus labios de mar.

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¿Qué siento ahora mismo?

No se puede componer un poema

sin escuchar al corazón,

¿qué anhelo, qué amargura,

qué regocijo turba mi pecho?

Mi voz ha de ser sincera,

no dejarse llevar

por la seducción de la vanagloria

o el brillo de los intereses

porque solo un pecho honesto

conquista la felicidad,

¿qué siento, qué leo en mis entrañas?

¿Acaso no hay nada?

¿En el espíritu de un hombre,

solo hay espacio para los números

y…

No hay bien, ni amor,
ni felicidad, ni paz,
ni esperanza, ni tierra bajo nuestros pies
sin la magia de la fe.

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No hay un mundo

para la felicidad que, en este, nos faltó,

el corazón no puede esperar

a los golpes de suerte,

lo que, para siempre, se pierde

no nos reclama dolor

pues también nosotros nos iremos,

lo único que importa

es la fe de nuestro pecho,

la lealtad a nuestros sueños,

afanes de nuestro instinto,

nada nos puede despojar

de la luz de un sentimiento,

cuanto más clara es

más brilla nuestra ventura, …

Mi mar era

un mar para los sueños que no encontraba

orillas en el mundo,

mi soledad, mi frío,

mi escarnio, mi terrible dolor

se hicieron rencor en mi pecho,

me revolví agriamente contra los otros,

los he creído

culpables de mi frustración,

los he acusado

de mi desmedido sufrimiento

porque no hallé su comprensión

pero hoy entiendo al fin

que fui la víctima de mí mismo,

nadie me odió tanto,

nadie me despreció tanto…

De nuestro paraíso extremado,

ningún contratiempo nos expulsará,

¿qué podría desterrarnos de él?

El hábito no podrá

pues, por más que me embeba de tu apariencia,

el misterio de tu esencia única

seguirá asombrándome

y cautivando mi corazón,

la sensualidad también será incapaz

pues tu cuerpo es mi templo

y, en él, no buscaré mi placer

sino tu dicha y tu equilibrio,

que son mis más altos afanes,

no podrán tampoco nuestros hijos…

¡Qué frágil es un ser humano,
con qué patética facilidad se acaba,
cómo se rompe, cómo sufre, cómo se deforma,
qué digno es de compasión
y qué hondamente nos estremece el alma
su triste desvalimiento!

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Tan humilde es el amor
que te hace detestar
todos los fastos de este mundo.

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Yo pensaba que era perfecto

y que, para ti, era el mejor partido,

yo creía que equivocarme

era una enorme desgracia

y que, si lo hacía,

dejarías de quererme

pero hoy he estado mirando

a las otras personas

y he reflexionado sobre ellas,

la mayoría son feas,

no son como tú,

son vulgares, convencionales,

no parecen muy capaces

ni de resolver un crucigrama

y, sin embargo, ¿quién dice

que, pese a su pobre apariencia,…

Nunca acabé de ganar
la indulgencia de su corazón de piedra
porque no quería mi bondad
sino mi servidumbre.

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El ser que nos ama nos alimenta
y se funde con lo que somos,
el ser que nos usa chupa de nosotros
y cuelga de nuestro costado.

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A Susana Escarabajal Magaña

Prima, para el prepotente,

nada importa la bondad;

el corazón de los otros

y su sana dignidad

daña cruel y fríamente,

como bestia sin piedad,

piensa que solo son dignos

los que pueden ostentar,

solo las formas le importan

y muy poco la verdad,

contemplándose al espejo,

una máscara verá,

amasada en vanagloria

y en bajeza y zafiedad,

no tiene pizca de orgullo

y les cede a los…

A los oídos de Lluvia Rojo

El desprecio ha golpeado

mi dignidad con frecuencia,

lo merecí por castigo

y también por indulgencia,

me lo daba el enemigo

y el que muy amigo era,

lo tenía de mayores

y de personas pequeñas,

despreciaban mi idiotez

y mi gran inteligencia,

cuando erraba me agraviaban

y aun superando la prueba,

apremiado me sentía

incluso en la Nochebuena

porque dudaban de mí

si alegre estaba…

A María Farres Cio 

     Federico bebía los fines de semana. Los viernes por la noche se emborrachaba en el bar del Langostino, los sábados, en el mesón Casimiro y el domingo, en el hostal Ravioli. Era de profesión enterrador pero los clientes del Langostino sabían bien que su vocación frustrada era la de partero. Tenía una familia numerosa y los asiduos del Casimiro conocían de sobra su enloquecida fijación por la soledad y el silencio. Cojeaba de una pierna aunque los que…