Red de Literatura y Cine
A PROPÓSITO DEL LIBRO DE ENSAYOS: “EN EL CASTILLO DE BARBA AZUL”, DE
GEORGE STEINER.
I
En uno de sus ensayos de 1991: “En el castillo de barba Azul”, George Steiner trata de la dualidad de lo que denomina “las dos culturas”: la ciencia y las humanidades, dos orientaciones en el pensamiento y la sensibilidad del hombre, sobre todo en el siglo de los grandes avances científicos.
No puede prescindirse de la ciencia en ninguna actividad especulativa o intelectual. La literatura clásica y la filosofía solamente pueden formularse válidamente mediante el conocimiento de las ciencias física o la astronomía. El Renacimiento tuvo su cosmología, dice Steiner. El espíritu se expone y complementa con las ideas de Linneo o Buffon. Recuerda a Lucrecio y su obra De rerum natura (Sobre la naturaleza de las cosas), acaso la mayor obra de la poesía de Roma. En este poema se divulgan la filosofía y la física atomistas que había tomado Epicuro de Demócrito.
Galileo no podría comprender la tecnología de hoy. El avance científico no busca luz en el repertorio de los antiguos descubrimientos científicos, porque la curva del tiempo es en el hombre de ciencia una línea positiva hacia el futuro.
La fragmentación de la cultura no nos permite pensar que la ciencia sea una disciplina totalmente aislada del quehacer humano. El objetivo de toda ciencia es y debe ser el hombre visto como entidad de conjunto; y es su función colectiva lo que la hace diferente de las llamadas humanidades, creaciones hominis en las que prevalece el talento individual.
Y también la perspectiva temporal en cada una de tales disciplinas es distinta: La ciencia tiende hacia el futuro y el progreso de sus logros comprobados, mientras que en la actividad humanista es la aprehensión del pasado, la aceptación de la tradición. En 1905, el crítico francés Maurice Denis, en la primera manifestación pública de los fauvistas, dijo: “Que Matisse me perdone si no comprendo nada, ¿o es que usted hace dialéctica? Usted parte de lo individual y de lo múltiple, y por definición, como decían los neo-platónicos, obra por la abstracción y la generalización, y llega a ideas, a ‘noúmenos’ de salón… Hay que hacerse antes a la sensibilidad, al instinto, y aceptar sin muchos escrúpulos la experiencia del pasado. El recurso a la tradición es la mejor salvaguarda contra los vértigos del raciocinio y contra los excesos teóricos”. La tradición contra la teoría, el instinto contra la idea.
Aunque parezca que haya una evolución repetida en forma perdurable e idéntica en las épocas de la humanidad, cada época y cada cultura tiene su propia personalidad y produce su propio género de arte, mientras transcurren llevándose todo su bagaje espiritual, rescatado de la tradición. Hay energía en las artes, pero no debe hablarse de progreso. Octavio Paz se preguntaba de qué manera la escultura egipcia es inferior a la de Henry Moore, o si Kafka es superior a Cervantes. La idea de progreso que ha dominado desde la era industrial pero que está presente desde mucho tiempo antes, nos dibuja un continuo hacia algo mejor cada vez, una línea recta en ascenso persistente; pero esa linealidad ininterrumpida no tiene más realidad que la de un dogma acatado por algunos. La historia del arte, en oposición a esta idea, nos ha mostrado la existencia de géneros artísticos o, como se los ha llamado: Estilos históricos, definidos en los diversos momentos del curso de la humanidad, lo que no implica estancamiento, pero tampoco evolución o progreso en sentido lineal y ascendente.
La ciencia, en su andar sin pausa, va abriendo puertas, las del castillo de Barba Azul, persiguiendo una verdad que cada vez pretende ser la única válida. Cada tranco descubre posibilidades antes desconocidas. Es en este punto donde Steiner coloca el acento: Es una necesidad del hombre abrir todas las puertas mediante el pensamiento y la experimentación científicas, para develar nuevos espacios. Así lo dicta el movimiento natural de indagación intelectual en la búsqueda de verdades no resueltas: cada una de las puertas del castillo nos conduce a la otra, por la intensificación propia del espíritu humano. Arribar a esos mundos que parecen inaccesibles al intelecto nos enfrentaría a realidades ontológicas cuyas consecuencias morales y sicológicas no podemos comprender ni dominar, pero es inevitable que continúe el impulso creativo. En Bergson, “el impulso de vida consiste en una exigencia de creación.”
La aspiración de llegar a las verdades abstractas en las ciencias pudiera causar la crisis de la cultura y hasta la destrucción del hombre. El culto a la verdad de los hechos supera el mundo del pensamiento humanista.
El mundo acepta los descubrimientos de la ciencia, admite el significado de la aplicación de la energía nuclear en la medicina y otras disciplinas, y no obstante no sabe cómo controlar esa fuerza y dejarla sin más a los hombres que la han desatado.
Cita Steiner a Piraseni, artista italiano del grabado, y su obra “Carceri” (Prisiones). Dice que las verdades positivas de la ciencia son prisiones, en lugar de servir a fines humanos: cárceles para aprisionar el futuro.
Piranesi tuvo la visión clara de un universo de prisioneros. Ensombrecidos por siglos de aventura humana en ese mundo limitado y sin embargo infinito, reconocemos el impulso del intelecto científico hacia lo positivo, lo que implica un asedio a la cultura libre del arte y la poesía. No podemos dejar de pensar en teorías y sistemas, en nuestras magníficas y vanas construcciones mentales, en cuyos laberintos se oculta un prisionero. Si esas Prisiones relativamente despreciadas durante mucho tiempo llaman ahora la atención, es sobre todo porque ese mundo ficticio y no obstante siniestramente real, claustrofóbico y megalómano, no deja de recordarnos aquel otro en el que la humanidad moderna se encierra más cada día, y del que empezamos a reconocer los mortales peligros. La genética o la neuroquímica pudieran demostrarnos que el odio étnico o las guerras son impulsos naturales heredados, que evolucionarán alimentados por nuevas energías.
Más allá de la última puerta del castillo de barba Azul quizás hallaremos realidades que estarán fuera de nuestra comprensión, pero con la certidumbre de haber topado con un destino anunciado por Piraseni en sus “Carceri”.
La presencia de la música en la vida contemporánea y como elemento cultural de un nuevo concepto de las humanidades es uno de los aportes del ensayo. De una ópera de Bela Bartork toma el autor el título de su obra. Judith, uno de los personajes, pide que se abra la última puerta que da a la noche, mientras un movimiento tentativo de arcos ascendentes y descendentes de la orquesta acompaña sus palabras. Con esta figura musical, “… nos encontramos en el punto en que está la Judith de Bartok cuando pide que se abra la última puerta que da a la noche…” O al horror.
Ante la visión pesimista acerca de la vida, especialmente la vida espiritual, Nietzsche adoptó la Gaya Ciencia y se internó con ligereza en los pantanos de la religión o la ciencia, para darles un significado luminoso que arrincona la tragedia y nos lleva al pensamiento de Zaratustra. Nos lo anuncia en el aforismo de aquella obra cuando contempla la esfera del sol solitario de Parménides y percibe la “bien redonda verdad”: esfera y sol que entona en el canto inicial de Así habló Zaratustra: “¡Oh, tú, Gran Astro! / ¿Qué sería de tu dicha si te faltasen aquellos a quienes alumbras?.. / Yo quisiera hacer regalos, distribuir mercedes, hasta que los sabios entre los hombres se alegrasen otra vez de su locura y los pobres se holgasen de nuevo con su riqueza”.
II
Los aspectos de la obra de Steiner que comentamos tienen estrecha relación con la nausea o tedio que envuelve a nuestra civilización de avanzada ciencia y técnica. Es lo que ha titulado “El gran ennui”, para resaltar la ausencia del impulso humano que inspiró civilizaciones en la antigüedad: Las imágenes del pasado actúan en la sensibilidad del presente, pero no logran mantener vivos los ecos edificantes de cultura y gloria que habían dejado. Siempre la historia arrastra el deseo de hallar el paraíso perdido, al contemplar las ruinas del tiempo presente.
Quizás la utopía de un mundo de paz proviene de la comparación de la situación del hombre en sociedad después del torbellino napoleónico y hasta el inicio de la Gran Guerra, con el estado paradisiaco del mito de la “cultura liberal” del siglo XIX. Todo lo esperado ha sido una ilusión causada por las artes renovadoras de la Belle Époque, y en las letras que exponían el logro de la vida feliz después de sufrir penuria, como lo hizo Dickens. El jardín de civilización tenía profundas fisuras inocultables, impuestas por los hábitos de la burguesía, en la que el medio cotidiano y social se convierte en el mundo de los personajes, de los roles, de las estatuas, de los paradigmas y hasta del uso del lenguaje de un modo uniforme. El burgués crea un mundo de artificio basado en hábitos inamovibles que no lo distinguen individualmente en la sociedad, y por ello constituyen grupos en donde la relación humana se hace rutina sin sentido.
Mientras eso era así, las condiciones de la pobreza iban extendiéndose en Europa. En 1870 Prusia se impuso sobre Francia e inició la unificación de Alemania, sin notar que la miseria del pueblo que se creía vencedor iba multiplicando la miseria económica, en la crisis del progreso industrial que anticipó la guerra de 1914.
El tedio ha nacido de la prosperidad. La frustración, la energía convertida en rutina y la inactividad social conducen al letargo. Cita Steiner el poema de Baudelaire: Las Flores del mal, para mostrarnos la cara del vacío: “Nada es tan interminable como los cojos días / cuando por debajo de los pesados copos de los años nevosos / el tedio, fruto de la lúgubre apatía / toma las proporciones de la inmortalidad…”
Maurice Blanchot nos ha dicho que lo cotidiano es la oquedad que no se deja aprehender y se oculta en la actividad diaria de las personas: lo insignificante y repetido, sin ningún valor perdurable. Advertimos que lo cotidiano no tiene verdad propia, y que lo que sucede en el momento de la existencia de allí mismo no importa realmente a ninguno de los que participan en la acción.
Parecía como si estuviésemos de nuevo reviviendo el arte de describir lo cotidiano, como lo fue en Grecia antigua. Pero con la diferencia de que en la época de Pericles hasta los dioses tenían pasiones humanas y los artistas pretendían exponer lo que aparecía como verdadero. La realidad rutinaria que vive una sociedad solamente despierta ante un gran suceso. Kant nunca salió de su pueblo natal, Konigsberg, en la Prusia Oriental, y llevó una vida rutinaria dedicada al estudio. Hacía su paseo habitual a la misma hora, cosa conocida por los vecinos, que ponían su reloj en hora al velo pasar. Sólo una vez demoró su ronda matinal, cuando fue informado de la caída de La Bastille.
*
Al despertar del largo sueño del tedio, el hombre del siglo XX tomó las armas que le había proporcionado la ciencia, para buscar con pasión satisfacer la sed con la marea teñida de sangre que brotaba del jardín apacible.
III
El llamado modernismo, palabra tomada de los simbolistas y elegida por Darío para designar la fructífera tendencia de su poesía, representa la inquietud de una época: el final del siglo XIX, el cambio histórico que se refleja en el arte o la religión. Es el intento de regresar a la actitud irracional desde el inicio del siglo XX: una nueva expresión de cultura frente al mundo sistematizado y de ideas y conductas definidas y aceptadas por todos, sin ataduras religiosas, y también la negación del progreso racional y funcional.
La burguesía se había asentado en la economía y había estabilidad política desde la guerra Franco-Prusiana de 1870. Las colonias de Europa occidental daban una fingida bondad con el paternalismo que justificaba el aprovechamiento de las riquezas de los pueblos colonizados. Todo era una aparente calma.
Contra esa situación insurgió el modernismo, como rebelión frente al predominio artístico y filosófico nacido de la poderosa burguesía. Fue quizás el último intento de creación de nuevos modelos dotados de otros valores, como el surrealismo o el expresionismo.
Pero después de las dos guerras mundiales termina la paz de las monarquías europeas y debemos hacer el inventario, como nos dice Steiner en su ensayo: “En una poscultura”, del libro que motiva estas reflexiones.
Nos hallamos hoy día en una poscultura, que podemos nombrar posmodernismo y es una verdadera contracultura. Juan Nuño ha dicho: “Si el modernismo fue el intento de armonizar la idea de progreso con las formas culturales, el posmodernismo es el registro, la constatación, el acta de defunción de ese intento fracasado.” (Fin de siglo, ensayos. F.C.E. Tierra Firme. México, 1991)
El panorama es en apariencia satisfactorio, sobre todo en occidente: ciudades restauradas después de la destrucción, derroche de luz y aparente alegría colectiva: “El instinto de borrarlo todo y de renovarlo todo”, para desviar la atención sobre el pasado inmediato. Pero todo es un barniz que disfraza la carga dejada por el fuego, y las ciudades se nos presentan como escenarios construidos con la intención de recuperar lo irrecuperable.
¿Dónde quedó la civilización occidental después de las guerras?
Cuando decimos civilización estamos postulando una técnica racional de existencia, y la que definimos como occidental, nacida de fuentes judeo helénicas, ha estado asentada en una geografía que ha favorecido su evolución y la actividad del hombre creativo. Dentro de un espacio uniforme, en lo racial y lo climático, surgió en los pueblos de occidente una sensación de preeminencia o superioridad respecto de otras culturas: por la historia, el arte, los avances científicos. Pero era una ilusión o un mito.
Lo de la supremacía europea no tiene tanto asidero, ni en lo racial ni en lo ambiental. Quizás sea otra la realidad: La UNESCO llegó a la conclusión de que “la raza es menos un fenómeno biológico que un mito social”. Así nos lo recuerda el historiador venezolano Guillemo Morón. Con ello quería destacarse que la especie humana tuvo origen en África, como escenario del surgimiento del hombre como especie sobre el planeta:
“África y Asia, situadas actualmente en la periferia del mundo técnicamente desarrollado, han ocupado la avanzadilla de la escena del progreso durante los primeros 15.000 siglos de la historia del mundo (…) África ha sido el escenario principal del surgimiento del hombre como especie real sobre el planeta, y del nacimiento de una sociedad política”
(Cita de Guillermo Morón en su libro: Los Imperios y el Imperio. El Nacional, Colección Huellas: Serie Historia. 2013)
El sentido de superioridad del hombre occidental se ha quebrantado, y las causas fueron la barbarie y el irracional poder de la guerra sobre casi toda Europa, sin olvidar el colonialismo que dio energía al predominio cultural de occidente.
Steiner habla de la “culpabilidad de la civilización”. De allí nace la penitencia de países dominantes frente a quienes esclavizaron en amplias regiones del mundo.
Los hechos irreparables señalados por Steiner pueden resumirse:
1.- Pérdida de la situación geográfica y sociológica.
2.- El abandono del axioma histórico de progreso, porque ya no existe la idea de proyección del modelo capitalista, cuya aplicación signifique progreso a difundirse desde el centro de la civilización hacia todo el mundo. Las nuevas tecnocracias pueden acarrear pobreza y abandono, en una trágica ambivalencia.
3.- El humanismo como lo entendemos hoy tiene todavía el esquema cultural del siglo XIX y es un referente ideal que debe reflejarse en la conducta de la sociedad. Pudiera ser el mismo humanismo basado en los postulados de la ilustración, con los cambios naturales del tiempo de adaptación, pero fundado en la educación liberal.
Estaba en la conciencia social la necesidad del cultivo de la excelencia, para trasladarla de la formación privada hacia la instrucción pública. La educación aseguraría el mejoramiento de la calidad de vida.
Nada de eso hemos logrado en la poscultura. La sociedad se planeaba como estructura de valores establecidos en forma horizontal: “La línea divisoria separaba lo superior de lo inferior, lo mayor de lo menor, (…), la instrucción de la ignorancia, la madurez de edad de la inmadurez, los hombres de las mujeres.”
En la poscultura los cortes horizontales se han extinguido, y ahora el orden es vertical. Todos somos iguales en todo, no hay subordinación, y presenciamos la extinción de aquellos cortes binarios que representaban el dominio cultural sobre el código natural. La ruptura se aprecia entre lo civilizado y lo que no lo es.
La cultura ha sido concebida como un modo o estilo de vida social de convivencia pacífica y ordenada, y ese modo de comunicación social también se ha modificado. La infiltración entre grupos sociales altera las relaciones humanas en todos los aspectos: entre personas maduras y jóvenes, entre obreros y patronos, o la división de los modos sexuales tradicionales, por ejemplo. En cita de Steiner, “hombres y mujeres están actuando no sólo en un terreno neutro de indistinción sino que intercambian papeles en cuanto a vestimenta, en cuanto a la psicología, tocante a las funciones económicas y eróticas que antes estaban claramente diferenciadas.” Ya no existen diferencias entre la educación y la ignorancia en el intercambio social, y se impone lo que Steiner designa como eclecticismo personal.
Vivimos en la nivelación que extingue el sentido del valor y del trabajo.
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No hemos perdido la capacidad de soñar. Después de pagar el precio siempre quedará la esperanza.
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REFERENCIA
Este breve ensayo tiene como fuente el libro de ensayos: “En el castillo de Barba Azul”. Aproximación a un nuevo concepto de cultura, de George Steiner. GEDISA editorial. España, 1971.
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