Adiós, Germán

Hay muertos que sí hacen ruido. Que nos duelen aunque sean soberanos desconocidos y figuras públicas a la vez (desconocidos para nosotros en la vida personal). Aunque nunca hayamos cruzado palabra con ellos, ni nos hayamos acercado siquiera a su ideología más profunda. Pero que nos descentra su muerte porque la sentimos como una pérdida, que ya es mucho decir en estos tiempos en que la vida parece valer tan poco.
Pero es que hay personas que con su congruencia nos dan una bocanada de aire fresco, que nos guiñan el ojo a través de sus palabras, que nos hacen sonreír y creer en algo, en cualquier cosa.
Se murió Germán Dehesa, y nos condolemos de ello. Porque se atrevió, como pocos lo hacen, a utilizar un espacio editorial para abordar temas, amén de los políticos, que tienen que ver con la vida cotidiana, y con la madurez o inmadurez emocional.
La exhibición de la vida privada, pero sobre todo, la asunción de que se tiene una vida privada, que tenemos pareja, o marido o mujer, que tenemos hijos y los llevamos a la escuela, que nos acaecen toda suerte de anécdotas chuscas y ridículas y absurdas, que nos pegan en casa (es metafórico, claro), suelen ser temas no considerados dignos de un espacio editorial, en el que en teoría tendrán que abordarse siempre, con inteligencia impar, con solemnidad y compromiso ideológico extremos, los temas que atañen al presente y porvenir de la patria, so pena de ser exiliados del maravilloso mundo de los intelectuales.
Pero la verdad es que la vida prosaica que todos poseemos, ocupa la mayor parte de las horas que respiraremos, y hablar de ella no es, por tanto, deleznable.
Otro asunto, es la capacidad, siempre escasa, de poder reírse de uno mismo, y además, frente a los demás. Supongo que algún psicoanalista diría prontamente que exhibir las miserias propias es curarse en salud y que por lo tanto, representa más un mecanismo de defensa que de salud mental. Está bien, no importa lo que signifique, si es que significa algo (todo significa una y mil cosas al fin y al cabo). El caso es que reírse de sí mismo ante una desconocida pero interesada concurrencia, a Dehesa se le daba de manera natural.
Y nosotros, los simples mortales, nos pudimos reír gracias a sus despliegues pirotécnicos de trivialidades y minucias existenciales, como si viéramos el capítulo cualquiera de una telenovela cualquiera, o sea, sin salir raspados. Y además, le entendíamos a lo que decía siempre, en vez de tener que descifrar códigos para iniciados en el arte de la grilla y la política de rancho.
A mí nunca me ha dado escozor disentir con nadie, pues al contrario, eso estimula el que uno se mantenga en una idea, la argumente, la defienda o la deje morir de inanición o porque era equivocada. El discurso público, como el de los espacios editoriales, da para eso y mucho más. GD lo dignificó con algunas otras cualidades maravillosas, como la constancia y la congruencia en el tono de su discurso.
El sentido del humor, la ironía, la complicidad propuestas por GD, pueden haber acarreado muchos más lectores hacia su columna, que la diatriba de algún iluminado, o el discurso moralino de algunas almas escandalizadas, y de eso se trata cuando se escribe en un periódico.
Yo quiero que haya más columnas editoriales en los periódicos, en los que se aborden los temas de la inteligencia emocional y no sólo los de la política y lo político. Donde aprendamos a pensar, a socavarnos ideas anticuadas, a reír y a disfrutar de que la vida también contenga personajes que son nuestros héroes particulares. Digo yo, usted en su casa, ¿a poco no tiene a sus personajes perfectamente definidos, con los que capotea a diario en nombre del afecto?
A mí me gustan las biografías porque narran la vida de las personas. Y me gustan las personas, porque a través de ellas puedo aprender a vivir, a modificar o mantener mis ideas sobre la existencia, sobre el afecto, sobre el viajar, sobre mi estar en el mundo, sobre lo que pienso de mí misma, y todo eso.
Por eso, GD me gustaba, aunque a veces no estuviera de acuerdo con tanto desparpajo. Quizá eso ocurría cuando amanecía con una nubecita negra sobre la cabeza. Pero en general, le agradezco su desparpajo, su inteligencia, y sus ganas de vivir. Por eso duele que haya muerto, pero así es la vida, que de tanto gastarla, mata.