De lo intangible al mundo sólo basta una tormenta tropical, para que te olvides de los azares existenciales, las dudas filosóficas, los delirios ideológicos que te atormentan, y lo insondable del libre arbitrio.

Basta que natura suelte sus amarras, y se deshaga el cielo en llantos miles, para que tu orfandad humana, y tus preocupaciones reales salgan, literalmente, a flote. Basta que la mala planeación, las malas construcciones, los malos funcionarios y constructores se hayan puesto de acuerdo, para que natura pueda más y tire puentes, deshaga arterias viales, desquicie una ciudad o un estado, y amontone escombros que pueden incluir casas lindas y tejabanes, vehículos, estructuras metálicas, lonas, fayuca, instalaciones antes deportivas, mucha basura, árboles arrancados de cuajo, vírgenes tiradas al arroyo, cuerpos humanos. Basta que te cerciores de que los puentes atirantados sirven para los suicidas pero no para seguir funcionando como vialidades cuando de veras llueve.

Basta que tus cerros amados se concilien con la lluvia y la conduzcan, afables, a la velocidad del rayo, por el Santa Catarina que nunca está preparado para ser real. Basta que resulte que la presa rompepicos, conjura de todos los males acuáticos que podían aquejar a tu hermosísima y contrastante bienamadaodiada ciudad no sea suficiente porque ésa nomás puede aminorar la velocidad y fuerza de un caudal pero no de otros (oh, noticia nueva, oh, nadie dijo nunca lo contrario).

Basta que en tu calle suba el nivel y amenace entrar a conversar contigo toda la lluvia del mundo en una sola hora, con que tus instalaciones pluviales no se den abasto y camines entre el agua, entre tus sillones, pero sin la capacidad de un santo para abrir el cauce y caminar con pies secos.

Basta que la televisión te mande la señal del fenómeno en módicos capítulos del desastre que significa nuestra propia negligencia cuando nos dicen: no salgan, y sales porque te urgen unas conchitas del super más cercano, ir por unas películas de renta o sacar la ropa de la tintorería, por supuesto ir a tomarte fotos con el río de lodo, o porque dices: yo sí paso, pues ni que estuviera tonto. Es poquita agua…

Basta que no recibas la señal de la televisión porque la energía eléctrica va y viene a su antojo y te quedas en tu casa gris, todo gris tú, aislado del mundo, insolado de pura tristeza, y remojado por tus excursiones a las ventanas y las puertas, como gato encerrado cuando no sabes estar encerrado, no involuntariamente.

Basta que veas la diversidad de la naturaleza humana en una mano que pide auxilio dentro de una cascada, desde el interior de un vehículo, y te conmueva la heroicidad de un equipo de personas dispuestas a arriesgar su vida por ir a salvar esa mano conectándola al cuerpo al que seguramente sigue perteneciendo mientras se agite con vigor, sin que importe por qué o cómo fue a dar a la cascada urbana ese vehículo y esa mano que se crispa y extiende por auxilio en medio del día que azotan las lluvias. Y la mano que pide auxilio entra en competencia con dos señores que, al borde del arroyo, afanan cargando una lavadora en vez de correr al albergue, porque la tripulante de la camioneta en la cascada y los hombres que cargan al borde del arroyo una lavadora, tienen diferentes afanes y eso es tan cierto como la siguiente tormenta, de la serie, que cae en este momento.

Basta que la lluvia te azote con su naturalidad para que recuerdes que sólo eres un animal indefenso frente a la naturaleza aunque siempre le cortes sus diques, cortes los vínculos y la interdependencia entre las especies y mandes al carajo los ecosistemas porque finalmente, quién sabe que es un ecosistema y a quién le puede importar más que un estadio o una cancha de golf o un negocio de go carts o media solución en vez de dos o tres o cuatro presas rompepicos, o menos áreas verdes en la ciudad y en el estado, o asentamientos irregulares que ya son regulares para cualquier autoridad establecida porque tienen lustros y décadas de existencia y de riesgo calculado, registrado y reseñado por los reporteros que se afanan cada generación para suplir a los diarios de sus notas en cada nueva contingencia.

Basta que no puedas salir a trabajar y te entre le ansiedad porque ya no sabes estar en casa porque luego se supone que estás obligado a convivir con los tuyos pero ya perdiste la sana costumbre.

Basta que duermas en la zozobra de si se inunda tu casa, te piquen los zancudos porque no hay luz ni abanicos ni clima ni aparatejo matazancudos, para retrotraerte a tu ínfima existencia, tan ligada siempre y tan dependiente de todo, menos de ti mismo y tus riquezas naturales.

Basta un gesto de la tierra, un zarpazo de disgusto por nuestra irresponsable conducta con natura, para que, por unas horas, largas horas, recuerdes que sólo eres un animal, pretencioso, eso sí, meditabundo, eso sí, pero sólo un Homo sapiens más, y remojado que, con dedos arrugados de tanta agua, urde unas líneas para conversar aquí.






Publicado el 2 de julio de 2010 en: http://www.milenio.com/blog/letiherrera