Desde que nacemos nos enseñan
a cubrir nuestras vergüenzas,
las físicas y las etéreas,
y desarrollamos con los años
todo tipo de cáscaras
que superponemos en capas.
Tenemos la costra de la sociedad,
la corteza de la educación,
la concha de la cultura,
la cubierta de la religión,
el caparazón de los sentimientos,
la envoltura de la edad,
el cascarón del sexo
y el recubrimiento de las apariencias.
El cuerpo es la cáscara última
que nos arropa como la piel a la fruta,
y bajo la carne
por fin se oculta
la persona,
el alma pura,
desconocida desnuda.
Nos da miedo
mostrarnos al mundo
al natural
y que la verdad
nos encuentre indefensos
como cachorros.
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