CAFÉ DE OLLA

Era una mujer como las hay tantas, ataviada con el infaltable rebozo de bolitas, luciendo sus trenzas bien acomodadas y portando un pequeño tambache, más o menos bien cargado en su espalda, con el cual se presentaba, siempre de llegar a vender sus hierbitas al mercado.

La pobre siempre que podía, salía con algo de lo que llamaba su mercancía, para ir a vender donde la gente, acostumbra llegar para comprar. Sólo no se ocultaba pues sabía no debía poner, donde el endino policía cada vez que la veía, la correteaba y a veces ni tiempo daba, para recoger su mercancía.

Ella vivía de lo que sacaba con las hierbitas que en el monte colectaba. Siempre comía una comida vegetariana, más a fuerzas que de ganas, dado lo poco que ganaba vendiendo lo que llevaba, que apenas si alcanzaba para comprar un poco de café, de ese que dicen dizque es de olla, pero que mienten, porque a él hay que agregarle mucha azúcar, pues a ella le gustaba estuviera tan endulzado, dado era el único lujo que probaba.

Y la mujercita ahí iba a diario, lo cual es un decir, porque el mercadito se ponía sólo dos veces por semana, sin que faltara ella. Y el policía que esto sabía, siempre la espiaba, para en cuanto la veía llegar, amenazarla a que entregara lo que llevaba, si no a fuerza de macanazos, la iba dejar para llorar los golpes en la cama, por al menos unos ocho días.

Cansada de tanto atropello, la buena mujer pensó en ello.

- El valiente,- se dijo,- perdura hasta que el cobarde quiere…

Yo ya me cansé de ser su proveedora y éste no tiene medida, no se llena con nada de lo qui traigo y pos ya ´stuvo bueno, ahora mi las paga, o mi corto las trenzas con el cuchilllo que m ´incontré en la carnicería…

Luego para reforzar su dicho, también se dijo a sí misma…

- Este fulano, di plano ya me vio lo india en la cabeza… Pos´… ¿qué no se cansará de andarme pirsiguiendo? Y ni modos, pos´ si ya se cansó como él dice… a ver…, ¿porqué no me deja de una buena vez tilica? No que ahí mi anda haciéndole al enzarapado. De plano ya ni la friega, a mí ya me colmó hasta la coronilla. ¿pues qué buscará, con quitarme mis hierbitas…?

Fue cuando se dijo debería espiarlo. Pronto vio, que el fulano aquél, en cuanto terminaba el turno, se llevaba el atadillo y al llegar a su cabaña, arrojaba todo el contenido en el corral, donde las gallinas que ni qué, daban buena cuenta de ellas. Eran sus hierbitas, las que con tanto trabajo le costaba andar juntando, que iban a parar en el buche de las pollas, que corrían presurosas para ver qué pepenaban, en cuanto el hombre abría el itacate y las echaba repartiendo en todos lados sin ton ni son, para con ellas alimentar a quien luego él se comería en un sabroso caldo.

Ya bien sabida qué pasaba, se dijo la mujer,

            Perdóname San Francisquito bendito por lo qui pienso.

Tú ni mi li hagas caso…, a ver…, voltéate pa´llá´…, pa´l otra parte…, que a este le voy a dar una probada de su propio chocolate, faltaba más sobraba menos, que no pueda quitarle lo malora…

Luego volteó su oración hacia otro lado… Tú bien lo sabes mi´Siñor, que no es justo lo que mi hace…, y lo pior, es que no tiene llenadera

Y si mi lo hace, pos, ora sí, que yo también, ´ora mismo si lo regreso, pues que si soy india, mi pirdona, pero no soy una tarada, ya verá que mi voy a defender. Güeno…, si Tú mi ayudas…

Al otro día que volvió donde colocaba el puesto, sólo de llegar, pudo ver que el policía ya la estaba esperando, se arrimó en cuanto sólo llegara, para hacer que el bulto pasara a sus manos. Ni siquiera se fijó que por primera vez ella no opuso resistencia. Ah, porque la india sabía bien su cuento. Bien sabía que le había agregado otras hierbas que como buena conocedora, bien sabía enfermarían a más de alguna, si no es que a todas las gallinas en el gallinero ajeno, que ella había mantenido por buen tiempo, sin recoger siquiera un huevito.

Y lo que sea de cada quién, tuvo razón. Varias de aquellas pollas que probaron la rancia medicina , se murieron, y eso al no tener explicación, hizo al policía poner muy perplejo, suponiendo que aquello fuera un castigo divino, enviado contra suya, por alguien que cuidaría a la idiota, como calificó a quien él despojaba de su carga, que era a quien ya había convertido en su taruga de planta…

¿Creerán desde entonces, ya no la molesta?

Dicen que la india taimada se regocija a decir basta, llega y en cuanto mira se acerca el infrascrito, se ríe para sus adentros, eso sí, sin demostrarlo, pues sabe bien que si se quisiera llevar de nuevo las hierbitas, bastaría que ella sólo añadiera algunas más de las otras que trae prendidas y escondidas en una de las cinco faldas con que viste, las cuales sabe bien, como le enseñara el Tata, que servirían para que al menos por un tiempo más, éste pelandrufe majadero, la deje vender sus mercancías, para con ello comprar su azuquitar, que tanto bien le hace al endulzar su delicioso café de olla…

Y se dice muy oronda por haber acabado lo que le ocurría…

¿Apoco las probes debemos soportar por siempre, el alimentar gallinas zánganas ajenas, que pertenecen a un bofo comodín, que mejor carga, pero nunca recolecta nada? Porque deja el trabajo para mí, aunque luego sea él quien se las almuerce…?

A mí, que me deje comprar mi café de olla, lo demás, ni m´ importa ni míncumbe… eso pa´qué digo que no…?   Es cosa suya…