Una nueva biografía de Hammett escrita por Nathan Ward, Un detective llamado Dashiell Hammett, propone la hipótesis de que la literatura americana debe en parte el hallazgo de su voz característica en el siglo XX a la agencia de detectives Pinkerton.
En particular, a las normas que debían seguir sus operadores cuando redactaban informes de manera que éstos fueran útiles para el cliente por comprensibles, además de por cargados de información y de personajes del hampa casi siempre vinculados a su apodo.
Hammett no sólo aprendió en lo formal a escribir gracias a los informes de Pinkerton mientras fue detective de la agencia hasta 1922, cuando la tuberculosis contraída en el campamento militar de Camp Meade durante la epidemia de gripe de 1918 le impidió continuar con ningún trabajo que exigiera un rendimiento físico.
También de allí sacó sus historias, del contacto profesional con los bajos fondos, con los delincuentes, con los huelguistas, con los contrabandistas portuarios, con las mujeres fatales a las que prestaba la apariencia de sus amantes, como la pelirroja Peggy O'Toole.
Hammett participó también en investigaciones de casos tan escandalosos en la época como el juicio al cómico Fatty Arbuckle por la muerte de una starlette durante una orgía organizada por él en el hotel Plaza de San Francisco.
Todo ello le permitió transformar para siempre el concepto de novela policiaca que, hasta entonces, era un pasatiempo sofisticado de tramas que tenían lugar en casas de campo inglesas donde una apacible ancianita sospechaba del mayordomo mientras podaba un rosal. O de detectives a lo Sherlock, portentos intelectuales que resolvían crímenes en batín y tocando el violín mediante deducciones de las que se mofaban los detectives reales, los de las suelas gastadas durante horas dedicadas a hacer seguimientos.
La sucia gente de la sucia calle entró torrencialmente en esas páginas porque la metió Hammett. Al hacerlo, creó un registro literario que ayudó a Raymond Chandler a encontrarse a sí mismo y que todavía hoy es frecuentado por los novelistas del noir que arrojan a las aceras a sus propios investigadores, descendientes todos del Sam Spade de la Continental cuyo despacho ubicó Hammett en un lugar idéntico al edificio Flood de Market St. donde Pinkerton tenía su sucursal de San Francisco.
El paso de Hammett por Pinkerton es, en realidad, tan misterioso que en los años 70 tuvo que investigarlo otro detective, David Fechheimer, que aporta mucha información a este libro de Ward.
El resultado es controvertido porque descubre detalles existenciales de Dashiell Hammett muy oscuros para el exitoso y delgadísimo dandi de pelo cano que paseaba por Manhattan como una celebridad. Y, sobre todo, para el símbolo de la conciencia de izquierdas americana que Hammett también fue.
Pinkerton ganó una reputación de agencia dura, violenta y tenaz durante la época del Salvaje Oeste, cuando reprimió las bandas de asaltadores de trenes y llegó a seguir el rastro de Butch Cassidy hasta Patagonia. Aparte del rutinario de un detective, y en el que era muy competente, uno de los trabajos que Hammett hizo para Pinkerton fue el de reventador de huelgas.
El gran mentiroso que fue, y que gustaba de epatar con historias truculentas a los intelectuales exquisitos que lo frecuentaron durante el apogeo, permitió que corrieran rumores acerca de si había aceptado o no contratos de asesinato de sindicalistas.
Ni siquiera se molestó en desmentir su muy improbable participación en el linchamiento de Frank Little durante las huelgas mineras contra la empresa Anaconda de Butte (Montana), el pueblo en el que se inspira el de Cosecha roja.
Little fue secuestrado en su habitación, atado al parachoques trasero de un coche y arrastrado, y por fin ahorcado en un puente. Fueran o no miembros de Pinkerton, los asesinos estaban a sueldo de la empresa minera.
Así eran el mundo y el oficio de aquel Hammett joven en el que aún no había eclosionado el novelista que comenzó a asomar a través de los relatos publicados en Black Mask.
Otra cuestión que aborda Nathan Ward es por qué Hammett dejó de escribir -o al menos de publicar- prematuramente y en pleno éxito. Mediados los años 30, no volvió a entregar una novela. Ward alude a dos motivos. Que, después de haber sufrido pobreza, Hammett se entregó al disfrute del dinero obtenido gracias a las adaptaciones cinematográficas.
Y que en realidad estaba extenuado porque, al haber estado convencido siempre de que la tuberculosis lo mataría a una edad temprana, se vació escribiendo febrilmente, con apenas meses de diferencia, obras tan importantes como Cosecha roja, La llave de cristal y El halcón maltés
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