Red de Literatura y Cine
“…Tras aquella curva me voy a detener. No aguanto más… ¡Malditos champiñones¡”. Con el coche en marcha extrae de la guantera un rollo de papel higiénico. Se detiene frente a una sombra aún más oscura que la propia noche sin luna; probablemente un espeso bosque de pinos.
“No me tardo”.
“Ten cuidado en no enredarte con los alambres de la cerca”.
Risas…
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Inmóvil, frente al espejo del lavabo se encuentra apabullado, vencido, con la desesperación oprimiéndole la garganta y un escalofrío que le corre por la espalda como una cuña de cristal astillado. Las sienes pulsan los tiempos apresurados del corazón.
El adhesivo plástico de protección que lleva sujeto al caballete nasal agrega a su aspecto maltrecho la desfigura del horror deliberado. Algo desdeñosamente imbécil.
“Tendría que afeitarme; ¡Carajo¡ mira eso…
Los ojos surcados de arroyuelos rojos, las pupilas contraídas como almejas y las profundas sombras pardas que le cubren las cuencas reflejan ostensiblemente la vigilia de varios días sin dormir.
Uno de los párpados se agita en un tic descontrolado.
Se lleva a la boca dos comprimidos de una sola vez echándose a la cara el agua acumulada en el cuenco de las manos. Respira con dificultad; más bien resuellan emociones profundas.
Se friega la nuca y el cuello con una toalla húmeda pero el sudor vuelve a humedecer la piel enrojecida. Lo somete la compulsión de orinar. Con los brazos apoyados en la pared de mosaicos observa el goteo discontinuo del orín sobre la losa del retrete. Un chorrete de saliva babea los labios hasta adquirir la consistencia necesaria para desplomarse alargado, compacto y pegajoso como la huella de una babosa.
“Debo tomar una decisión.”
Sale del baño arrastrando los pies tal como si un moribundo se lo propusiese en un rapto de enajenamiento, despojándose de la máscara de oxígeno que lo mantiene vivo y las torturantes agujas hendidas en la carne.
Desde la baranda del segundo tramo de escaleras Eva lo mira compasivamente; eleva brevemente un brazo en ademán de saludo sin aguardar respuesta. A su lado, echada sobre el alfombrado, “Marcia” reposa el hocico con gesto ausente olfateando la desgracia.
Se acerca al inmenso recibidor ajustándose nerviosamente el nudo de la corbata.
Advierte la presencia de su esposa sentada en cuclillas, apoyada sobre un enorme almohadón de lamé azul con borlas del mismo color. Sin levantar la vista de la revista le reconviene:
- Te lo has pasado encerrado y se ha hecho tarde. Te recuerdo que le prometiste a las niñas un paseo por el parque y una buena barrigonada de hamburguesas. Deberíamos pedir un taxi de inmediato…
Dejó la revista sobre una pequeña mesa y se ajustó la pollera.
“Beatriz…quisiera decirte que te amo desesperadamente”, pensó, súbitamente agobiado.
- Si, si…por supuesto. Llamaré a Eva para que lo haga y de paso me baje un gabán abrigado.
En la chimenea ardía el fuego discreto de los finales del invierno.
En tanto se aboca a la tarea, irrumpen las dos niñas golpeando con fuerza inusitada una de las dos grandes puertas que dan a la biblioteca.
- Bien papi…estamos prontas.
- Es raro que nos llamen desde esta zona…todos aquí tienen dos o tres coches y bueno… Disculpe la demora: Me costó un poco ubicar la dirección ¿A dónde quiere ir?
- No, no es nada. Diríjase al Parque de la Alegría. Miró hacia atrás y Elenita movió la cabeza asintiendo. Jazmín no hizo gesto alguno preocupada en ajustarse la cola del pelo.
- Es un buen lugar para descansar, salvo de noche, claro. “Zona roja”, usted me entiende. Suelo llevar a mis nietos ahí. Les doy unos pesos para que se despabilen por unas horas y entretanto me duermo una buena siesta en mi coche particular. Mi mujer se aburre en esos lugares. Le “pega “a los “tragamonedas” del Shopping, ocho o nueve horas por día. Por mí que haga lo que quiera: Cuánto menos me joda mejor…
- Claro, claro…
- Papi, primero vamos a las hamacas y después a la Rueda Gigante. Él padre agitó la cabeza.
- Oye, oye: Yo sin ir al “Buque Pirata” no me vuelvo, dijo Jazmín
“Seguramente”.
Observó a Beatriz por el retrovisor.
Lucía bonita como siempre y ahora, con esa mirada de deliberada seriedad que subrayaba su estilo, mucho más; ligeramente abstraída en el intenso tráfico de la avenida y la riada de gente apurada y viejos andrajosos pidiendo limosna a la puerta de los lujosos comercios. Incontaminada. Un mundo esquizofrénico que no desconocía ni le era ajeno.
- ¿Se golpeo fiero?…tal parece.
- Este…sí: Un accidente…Repentinamente sintió deseos de vomitar.
- Entiendo, no me dé explicaciones. Ojalá mejore pronto, son cosas que pasan. Alégrese por no tener que experimentar en carne propia algunas cosas que yo escucho acá arriba. La vida es un inmenso océano de inmundicias. Créame.
- Miró nuevamente hacia atrás. Las niñas estaban despatarradas y somnolientas. Beatriz le hizo un guiño y frunció los labios picarescamente.
- Pare por ahí… al lado del monumento a la Maestra. Está bien. Quédese con el vuelto.
- Muchas gracias señor. Que tenga una buena tarde y cuide la evolución de esa nariz. No hay que aflojar ¿eh? Buena suerte.
- Gracias y saludos a su esposa.
- A esa “timbera”…ni me la nombre. Se ajustó la gorra y arrancó.
Las niñas salieron como despedidas en dirección a las hamacas. Beatriz les recomendó tuvieran cuidado. Ni respondieron, perdiéndose detrás de la enramada del área protegida en la que se revolcarían a gusto.
Tomó cariñosamente el brazo de su esposo y apoyó la cabeza en su hombro.
Éste, con las manos en los bolsillos del gabán se mostraba ausente, espoleado por una angustia eslabonada de precipicios y fantasmagorías asfixiantes. El mar lejano, una mancha azul y alargada le proponía dislates.
- Tienes que recomponer el ánimo. Insiste con la siquiatra y la sicóloga especialmente, pues lo tuyo se cura seguramente con algo más que remedios.
El sentimiento de culpa es devastador y te comprendo. Una fatalidad: No prendiste las intermitentes… la noche sin luna, la curva y ese borracho como bólido. Qué hemos de hacerle. El destino es una inverosímil sucesión de causas entreveradas. Misteriosas magnificaciones y diversidades, pero tienes que hacerte cargo de la realidad; ya no hay remedio para lo que pasó. Por otra parte fue una tontería de tu parte que te echaran en medio de los hierros retorcidos, pudiste matarte inútilmente. La sacaste bien barata. Ten confianza en el tiempo, tu carácter te será muy útil para sortear esta enorme amargura.
- Beatriz, vida mía…no puedo vivir. No puedo más: Es una carga demasiado pesada para mí.
Una violenta contracción del músculo hizo que la quijada saltase hacia adelante como picada por una araña. Le acercó lo labios. Él intentó abrazarla pero los brazos se negaron. Bajó la cabeza y sollozó desconsoladamente.
- Ven acerquémonos a ese asiento y esperemos que las niñas se aburran. Luego nos iremos todos juntos hacia donde ellas dispongan.
Se encaminan hacia un largo banco de madera, cribado de corazones y zafadurías. Algunos gorriones pican nerviosamente en las migas y semillas en derredor. Avisados de algún peligro inminente elevan raudo vuelo. En el gran lago rodeado de sauces se desplazan con estúpida elegancia, cisnes de cuello negro y pequeñas embarcaciones accionadas a pedal, casi todas tripuladas por jóvenes haciéndose arrumacos o compartiendo animadas conversaciones. Un niño deja correr la mano por la superficie del agua.
Ella cruza una pierna y se aprieta junto a él que ya no llora pero se toma la cabeza entre las manos.
- Te acuerdas de aquella noche en que aquí mismo me hiciste mujer ¿Te acuerdas?
- No sé dónde estoy…perdóname Beatriz. No quiero vivir más esta vida. No puedo más…
Se acerca un hombre de espesa barba y mediana edad desplazándose lentamente en una silla de ruedas. Sorprendido, se detiene:
- ¡Doctor Avellaneda¡ ¡Qué casualidad¡…¿Usted por aquí? Lamentablemente no estaba en el país cuando ocurrió su desgracia de la que me informé tardíamente y no pude pasar a saludarlo. En fin, visto que está solo ¿lo puedo acompañar querido amigo? Acercó la silla y no sin esfuerzo se sentó junto a él sin esperar respuesta.
- Me da lo mismo.
LUIS ALBERTO GONTADE
Octubre de 2012
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