A mi amada

     La cena estaba casi lista y el hijo menor de cierto diputado del Congreso no había aparecido todavía.

     -La falta de método y disciplina distingue a los temperamentos menores, papá -dijo Manuel, el hijo mayor del diputado-. Es un viva la vida y así le va.

     -Santi parecía inteligente, demostraba tan buena disposición para los estudios como tú -dijo el diputado-. ¿Recuerdas? Y, sin embargo, al final ha resultado que es un fracasado. El hijo de un veterano e ilustre diputado de las Cortes, ceramista... -el diputado chasqueó la lengua y movió la cabeza para mostrar su consternación-. Si al menos hubiera sido pintor de verdad...

     -Papá, no todos pueden ser grandes, consuélate con que yo sí vaya tras tus pasos -dijo Manuel.

     -Eso sí me alegra, Manuel -dijo el diputado-. Ya eres temido en el partido, vas subiendo puestos con rapidez...

     -¡Bah! No tiene ningún mérito -dijo Manuel-, la inmensa mayoría son personas mediocres, acuérdate de la campana de Gauss.

     -Sí -dijo el diputado-, gente insignificante, como tu hermano...

     -¿Santi insignificante? -dijo con ira la mujer del diputado, que acababa de entrar en el comedor y había podido escuchar las últimas palabras-. ¡Cómo te atreves!

     El diputado empalideció y se apresuró a decir:

     -Estábamos bromeando, Mercedes, por supuesto que es un gran personaje.

     -¡Gran personaje! -gruñó Mercedes-. Tus expresiones me ponen de los nervios...

     El diputado no se atrevía a mirar a su mujer a la cara pero respondió:

     -No tiene la más mínima importancia, mujer, no hay maldad alguna en mis palabras, simplemente no se me ocurrían otras.

     De pronto sonó el timbre de la puerta y, al poco, apareció Santi, el hijo menor del diputado. Su madre lo abrazó y le habló tiernamente; él la besó y la volvió a abrazar.

     -Hacía tiempo que te esperábamos, Santi, casi empezamos sin ti -dijo el diputado.

     -De todas maneras, no voy a cenar -dijo Santi-. He quedado con unos amigos. Mañana estaré con vosotros, aún quedan muchas fiestas para estar juntos.

     -¿No es más importante tu familia que los amigos que prefieres cenar con ellos en Nochebuena? -dijo Manuel en tono circunspecto.

     -¿Tienes algún interés más en la vida aparte de la importancia, hermanito? -dijo Santi con sarcasmo.

     -¡Mejor eso que ser un pobre diablo! -exclamó Manuel mientras su padre extendía su mano intentando imponer calma y su madre entristecía su rostro y lo abatía sobre la mesa.

     -¿Por qué soy un pobre diablo? -dijo Santi-. ¿Por qué no traiciono mi dignidad fingiendo lo que no soy ante todos, siempre con el corazón encogido temiendo caer en desgracia ante cada uno de los que hacen posible que siga siendo alguien como os ocurre a vosotros dos?

     Manuel calló unos instantes pero luego respondió:

     -Es una actividad que demuestra la superioridad de nuestra inteligencia. Tú, en cambio, no eres más que un artesano con las uñas llenas de barro. ¡Ja!

     -Te equivocas -dijo Santi-. No soy un artesano, soy un ser humano que hace artesanía, que es la actividad que llevo en el corazón y me hace libre. Tú en cambio traicionas a tu corazón mil veces cada día y no sabes lo que es la libertad. A eso lo llamas inteligencia pero yo lo considero la necedad más vil en la que puede caer un ser humano.

     La empleada doméstica entró a preguntar si servía el consomé. Todos callaron pero Santi dijo de pronto:

     -Sírvelo, Marta, yo ya me voy.

     -¿No hablarás en serio al negar la dignidad que tiene un político de prestigio como papá por defender la tuya, que es la de un patético ceramista? -dijo Manuel cuando volvió a desaparecer Marta.

     Santi se quedó mirando a la cara de su hermano y, al cabo de un instante, respondió:

     -Totalmente...

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