El dilema Kundera: Kundera, Respekt y desprecio

Este extenso artículo por una periodista y escritora checa, trata minuciosamente sobre cómo surgieron las acusaciones contra Milán Kundera; y también de forma escalofriante, expresa la atmósfera de un régimen totalitario. Cortesía de: penultimosdias.com/

El dilema Kundera: Kundera, Respekt y desprecio

por Jana Prikryl


Al final del año pasado, cuando concluían los seis meses de presidencia rotatoria de Francia en la Unión Europea, Nicolás Sarkozy sugirió que extendiese ese plazo, mientras funcionarios franceses insinuaban que el miembro al que le tocaba el turno, la República Checa, haría una chapuza. Los susurros fueron ignorados y la pequeña nación asumió el poder – sólo para verse embarazada por una crisis diplomática. El gobierno checo había encargado una obra de arte para celebrar la transición y decorar el lobby del edificio del Consejo de Europa en Bruselas. El 12 de enero, el artista checo David Cerný desveló una monumental escultura cuyas veintisiete piezas representaban los estados miembro de la Unión Europea. Bulgaria una red de letrinas; Francia oscurecida por una pancarta que anunciaba ¡Huelga!; Alemania unida por una serie de autopistas que recordaban vagamente una esvástica; el Reino Unido conspicuo por su ausencia. Bulgaria demandó que sus letrinas fueran retiradas de la exhibición, mientras Eslovaquia (una salchicha envuelta por la tricolor húngara) se contentó con una disculpa formal. Por si alguien dudaba de la deslealtad de Cerný hacia su patrón, pronto se reveló que se había embolsado las 350,000 libras que debía compartir con los otros veintiséis artistas a los que debía había haber pedido colaboración para el montaje. En una entrevista con la BBC después de la polvareda, Cerný dijo que devolver el dinero “sería algo así como difícil.” A la semana siguiente declaró que devolvería toda la cantidad.

Para los checos que siguieron los cambios de Cerný, había poco de nuevo en su combinación de descarada estafa y cruda provocación política. A principios del 2008, un periodista de investigación llamado Janek Kroupa ayudó a Vlastimil Tlustý – en aquel entonces miembro del partido conservador ODS que estaba implicado en una pelea interna contra el primer ministro Mirek Topolánek— a hacer un montaje con unas fotos comprometedoras de Tlustý disfrutando un baño junto a una joven. Aparentemente animado por la curiosidad profesional, Kroupa montó una ficticia agencia de detectives para ver si alguien en la órbita de Tlustý tenía ganas de chantaje. Jan Morava, por aquel entonces un parlamentario de 29 años del ODS del distrito norte de Praga, se tragó el anzuelo, intentando vender las fotos al Mladá fronta Dnes, un periódico de ámbito nacional (en una transacción arreglada por Kroupa). Y en medio de un giro a destacar, Morava le dijo a los “detectives” que como forma de pagar por las fotos, tenía un nuevo encargo que ofrecer: quería ser fotografiado en el cielo con otra joven, la hija de 23 años de Olga Zubová, un miembro del Partido Verde cuyo apoyo a la legislación del ODS era considerado como inadecuado. Morava quería usar esas fotos para sugerir que la hija de Zubová estaba siendo vigilada, presionando en consecuencia a la legisladora de aumentar su apoyo al ODS. Toda la patraña acabó siendo desvelada en septiembre, cuando Kroupa tuvo suficientes pruebas – muchas procedentes del metraje de cámaras ocultas – para arruinar a Morava. El primer ministro Topolánek pidió a los dos políticos que dimitiesen y criticó la aproximación “provocativa” al periodismo del reportero. Morava rompió a llorar en la conferencia de prensa en que anunció su marcha. Tlustý se las arregló para mantener su despacho. Y a pesar de las cuestiones planteadas en torno a su ética, Kroupa parece tan sólo haber chamuscado su reputación con su montaje.

A mediados de octubre el affaire Tlustý/Morava fue desplazado de las primeras páginas por un escándalo de mayor gravedad, aunque no menos manipulado por la prensa: una prominente revista semanal afirmó que en los años cincuenta, Milan Kundera había mandado a la cárcel a un checo de 22 años que había espiado para Occidente. El furor causado por esta noticia en la República Checa parece inseparable de la persistente “alergia” de los checos hacia el novelista expatriado. Ivan Klima diagnosticó esa enfermedad en una entrevista de 1990 con Philip Roth, explicando que los checos resienten a Kundera por ser un “niño mimado y recompensado del régimen comunista [antes de] 1968,” demasiado despegado en su oposición al partido incluso cuando comenzó a criticarlo en los años sesenta, todo eso mientras presentaba sus esfuerzos bajo el comunismo al resto del mundo más allá del Telón de Acero de una forma “simple y espectacular.” Ahora la gente se preguntaba como Kundera podría haber suprimido el incidente de los años cincuenta durante sesenta años, incluso a medida que ganaba prestigio internacional por su oposición al comunismo y sus autopsias literarias de la corrupción moral que alimenta en la conciencia individual. Tal vez no habría guardado el episodio escondido. ¿Podría haberlo reciclado en su ficción? Después de todo sus historias y novelas están llenas de las traiciones endémicas de un régimen totalitario. Especulando sobre si Kundera podría haber sido una gran decepción, los periodistas checos salpicaron sus recuentos del affaire con escenas de sus novelas en las que personajes parecen comportarse según el guión de 1950.

Naturalmente, el artículo que reveló la historia de Kundera – una extraña mezcla de reconstrucción histórica e insinuación literaria – se convirtió correctamente a su vez en parte de la historia, y la indignación en torno a Kundera se convirtió en una meta-indignación: ¿cómo podían alegaciones que tocaban un punto tan central de la historia checa ser embuchadas juntas para deleite de los lectores de tabloides? Escritores e historiadores serios estaban sorprendidos, y muchos escribieron piezas tratando de mostrar por qué, si Kundera había traicionado a alguien a la policía, el clima político de los cincuenta podía mitigar su culpa. La relativa longevidad de la historia se vio apoyada por la negativa de Kundera de dar algo más que una negativa sumaria, algo que desafortunadamente tendía a crear más preguntas que las que respondía. Es imposible alcanzar una conclusión final del episodio sin una declaración más amplia de él, porque el grado de culpa que puede arrastrar está tan profundamente ligado a sus motivos en aquel momento y a lo que mucho que podía conocer sobre el agente occidental – cuando, y si, pudo dar su nombre a la policía. Al mismo tiempo, las mejores intenciones de los periodistas tratando de dar a Kundera el beneficio de la duda insistiendo en el subjuntivo a la hora de escribir sobre las acusaciones, se han desplomado usualmente más allá de las primeras frases verbosas: entre los muchos artículos checos que he leído sobre este tema, incluyendo aquellos que defienden a Kundera, sólo unos pocos evitaban la certeza del pretérito perfecto. Irónicamente, a medida que más escritores se unían a la defensa de Kundera, más estrechamente se asociaba su nombre con el episodio y menos creíble aparecía su negativa.


Las escaramuzas en torno al pasado comunista de la República Checa han sido parte de su vida política desde hace casi dos décadas, y la prensa ha probado su capacidad para aprovecharse de las mismas. Un desafortunado precedente fue dado poco después de la Revolución de Terciopelo en 1989, cuando las dudas ampliamente extendidas sobre la legitimidad del nuevo gobierno condujeron a la aplicación de una controvertida ley de “limpieza.” Una comisión privada del parlamento fue establecida para vetar a un gran espectro de funcionarios públicos: antiguos funcionarios del Partido Comunista y agentes de la e Státní bezpecnost (policía secreta o StB) fueron proscritos de cargos públicos y cualquier otro tipo de posición administrativa durante cinco años. Así, también, lo fue cualquiera que hubiera formado un documento aceptando colaborar con el StB. Pero la gente había firmado esos documentos por razones muy distintas y colaborado en diferentes grados, y la ley dejaba a un lado todo eso. Antiguos disidentes que habían sido blancos predilectos de la StB, podían encontrarse entonces en la lista negra porque su nombre había aparecido en la lista equivocada. La ironía era que al cubrir las deliberaciones con el secreto y apartándolas de una revisión judicial abierta, la limpieza podría “haber ayudado a inhibir la discusión del pasado en general,” concluye una declaración sobre la ley en la Central Europe Review. "Las dos últimas décadas de gobierno comunista permanecen casi completamente sin explorar en los estudios académicos o la historia [checas]."

Y sin embargo, siguiendo su costumbre, la recién liberada prensa checa no dejó su pasado inexplorado. Desde principios de los noventa, listas de gente cuyos nombres aparecían en los archivos aún clasificados fueron publicadas por Petr Cibulka, un antiguo miembro de la Carta 77, causando muchas dolorosas consideraciones. En 1999, cuando Cibulka publicó una segunda edición de la lista en forma de libro, vendió cinco veces más ejemplares que la obra de ficción promedio (Ahora Cibulka tiene el libro en línea, haciendo que sea más fácil buscar gente por nombre y fecha de nacimiento.) Hace dos años, en un proyecto gubernamental llamado Otevrená minulost (Pasado Abierto), los archivos del StB se abrieron al público por primera vez desde la Revolución de Terciopelo, para responder a lo que un miembro del ODS llamó “la creciente necesidad de encontrar una solución sistemática a este problema, ya que tenemos nuevos casos [de colaboración comunista] apareciendo cada mes,” Pero organizar, desclasificar y digitalizar el vasto tesoro de los archivos de la policía secreta tan sólo hizo más fácil que intrépidos reporteros se metieran a través de los dossieres buscando nombres famosos que les dieran cabeceras; y meterse es lo que hicieron, resultando de ello un fuerte crecimiento de revelaciones y consideraciones en los tabloides.

El semanario Respekt es considerado una revista de centro derecha que cubre numerosos temas, publica análisis políticos y artículos culturales. El pasado otoño fue Respekt el que publicó las alegaciones contra Kundera, en un ensayo titulado "La denuncia de Milan Kundera." Se lee como una novela de detectives, con sus autores, Adam Hradilek y Petr Trešnák, juntando en 6.000 palabras de gesta, drama e inevitabilidad creados en torno de un informe policial de 250 palabras que Hradilek encontró en los archivos de su empleador, el Instituto para el Estudios de los Regímenes Totalitarios (USTR, en sus siglas checas), mientras investigaba para un pariente. (Realmente no topó con ellos: le habían dicho, antes de buscar en los dossieres, que Kundera podría estar implicado.) Dada la brevedad del informe y la ausencia de material testimonial corroborativo, tal vez lo más destacable del artículo de Respekt es el pulso acerado con que sostiene una única interpretación de la fuente documental. Para reforzar su tesis, el artículo fue empacado para lograr un máximo impacto usando todos los medios modernos de la disuasión comunicativa: una ilustración de Kundera con aspecto travieso e intelectual cubría la portada de la revista, y un adelanto prometía “la historia de un hombre que en 1950 fue puesto en la cárcel durante catorce años por el famoso escritor.” Respekt debió llenar el ambiente de avisos, porque el domingo antes de la publicación de la historia, el 13 de octubre, la supuesta trasgresión de Kundera estaba ya siendo discutida en las noticias de la mañana. Nadie sale completamente limpio de ese episodio – excepto el desafortunado personaje de la historia, Miroslav Dvorácek, el hombre que Kundera supuestamente denunció, que se mudó a Suecia tras servir catorce años de una sentencia de veintidós. Ahora tiene 81 años y se niega a hablar a la prensa.

Sin embargo el artículo, no importa lo atrevido de su promoción, estaba basado en un documento archivado que después fue verificado por separado como auténtico. (Una fotografía de la página original escrita a máquina fue impresa junto al artículo en Respekt.) De acuerdo con el informe, el 14 de marzo de 1950, un estudiante de veinte años llamado Milan Kundera se presentó en una comisaría de Praga. Kundera, un estudiante en la residencia Kolonka, que servía a varias universidades locales, reportó que un visitante había dejado su maleta en la habitación de otra estudiante. Kundera aparentemente declaró que el visitante era un joven llamado Miroslav Dvorácek, y almacenó su maleta en la habitación de una vieja amiga, una mujer llamada Iva Militká. Ella lo había mencionado a su novio, Miroslav Dlask. "En base a esa declaración," continua el informe, dos oficiales fueron a la residencia, inspeccionaron la maleta e interrogaron a Militká. (El informe, de media página de texto, suena como una hilera de fichas de domino cuando se caen, las frases "en base a esto" y "de acuerdo con aquello" se alternan a la hora de trazar como una pieza de información condujo a la próxima.) "De acuerdo con la declaración de Militka," Dvorácek habría "supuestamente" desertado del ejército y “podría haber” vivido ilegalmente en Alemania durante el último año. Un vistazo a las listas oficiales reveló que Dvorácek era efectivamente un hombre buscado. "En base a esta revelación," dos oficiales con experiencia fueron estacionados en la residencia de Militká. Alrededor de las ocho de la tarde "el ya citado Dvorácek finalmente entró en la habitación" y fue arrestado. La sorpresa para todos los implicados, incluido el autor del informe, de que datos tan tediosamente compilados acabasen revelando un enemigo real del pueblo parece conservarse en el adverbio “finalmente.” ¡Finalmente apareció! ¡Finalmente lo cogimos!

En su artículo, Hradilek y Trešnák no menciona la implicación de Militká en el arresto de Dvorácek. Tampoco, hasta los párrafos finales, revelan un colosal conflicto de intereses: Militká es la tía abuela de Hradilek, y aunque Hradilek dice que la ha visto tan sólo unas pocas veces a lo largo de su vida y que “no mantiene ninguna relación con ella,” buscó inicialmente el episodio como un favor a su primo Matej Dlask, su nieto, que quería ayudar a su abuela a escribir sus memorias. Cuando Matej pidió a Hradilek que investigase la historia, también mencionó el " posible papel de Kundera." Militká se casó eventualmente con Dlask, y de acuerdo con el artículo de Respekt, sólo en los noventas Dlask le admitió que en 1950 le había hablado a Milan Kundera sobre la visita de Dvorácek. (Esto tampoco puede verificarse: Dlask murió en los años noventa.) Para Hradilek, tal vez esta secuencia de sucesos apoya su versión de la historia y desacredita la negativa de Kundera; porque el informe policial que encontró nombra a Kundera, como Matej dijo que podría hacer, parece conducir a la afirmación de Militká sobre la admisión de su esposo. Pero desde luego también eleva la cuestión de si Hradilek comenzó a buscar a través de viejos dossieres policiales por razones menos que altruistas.

Otra cosa que la historia de Respekt oscurece es que, de acuerdo a la atención cuidadosa prestada por el documento policial al desarrollo del arresto – su puntillosa recopilación de las fuentes y secuencia de la información – Kundera estaba informando una anomalía y parece no haber advertido que estaba delatando a un fugitivo. Este hecho crucial fue también evitado en las noticias resumidas del exterior. The Times de Londres, en un artículo por lo demás correcto, traduce el informa tal y como sigue; "el estudiante Milan Kundera, nacido el primero de abril de 1929, en Brno... informó a nuestro departamento, que... Dvoracek, supuestamente un desertor que había escapado ilegalmente a Alemania." La declaración que sigue a la segunda elipsis se corresponde a los hechos indicados por Militká, y sin embargo esta redacción implica a Kundera. Añadiéndose a la confusión, algunos de los defensores de Kundera involuntariamente malinterpretan su papel en el incidente. Ivan Klíma escribió un reflexivo comentario para Lidové noviny, un periódico checo, explorando las ambigüedades del episodio y manteniendo que Kundera tenía derecho a la presunción de inocencia. Sin embargo Klíma procedió a asumir que, si las acusaciones eran ciertas, Kundera sabía que estaba informando sobre un agente occidental. "Saber de alguien que ha llegado al país ilegalmente y esconderlo equivalía a la traición," escribió Klíma. Tratando de ofrecer una autodefensa en favor de Kundera, en lugar de ello trazó una falsa hipótesis que profundiza en la culpabilidad de su amigo.

A medida que se acumulan malentendidos y especulaciones, el mismo Hradilek cae bajo escrutinio. Es un investigador de treinta y dos años del USTR, con un título en humanidades de la Charles University y tres años de experiencia recogiendo historias orales. El gobierno checo estableció la USTR como cuerpo investigativo el año pasado para estudiar los abusos sobre los derechos humanos ocurridos en Checoslovaquia entre 1938 y 1989, tanto con los nazis como con los comunistas, en lo que en la jerga burocrática el instituto llama “el tiempo de la no libertad.” La pasada primavera contrató a Hradilek para entrevistar checos sobre la vida antes de 1989 y ayudar a organizar el archivo que contendría esas narraciones. La cuestión era, ¿por qué había publicado Hradilek las incendiarias afirmaciones sobre Kundera de la forma más irresponsable posible, mientras al mismo tiempo presumía, en su biografía en Respekt, de su afiliación con el aparentemente imparcial USTR? El Instituto ofrecía la impresión de que el artículo era una coproducción entre el mismo y la revista al colocar el informe policial original en el website del Instituto justo cuando la historia llegaba a los kioscos (Hradilek le había enseñado la pieza a un agente de prensa del USTR cinco días antes de su publicación, y el Instituto decidió anticiparse a la ofensiva de la prensa colocando el informa policial en línea). El USTR publica la revista mensual Pamet' a Dejiny (Memoria e Historia), por lo que los historiadores se vieron sorprendidos de que la historia no hubiera sido vetada por el instituto y publicada bajo sus auspicios.

Aún no hace mucho estuve una hora al teléfono con Hradilek. Parecía inteligente, agradable, acababa de regresar de una beca Fulbright trimestral en Columbia University, donde se las había arreglado para permanecer durante lo peor del huracán periodístico. Si había algún oportunismo en su búsqueda de la publicación de esa historia – y me dijo que la consideraba “su hallazgo personal”— parecía balancearse con su creencia de que la República Checa necesita confrontar los duros hechos de lo sucedido bajo el comunismo, siendo un fragmento de ese feo mosaico el informe policial que encontró, que conectó hace sesenta años indeleblemente a Kundera. Sin embargo a medida que hablábamos sentí como la gravedad que rodeaba ese famoso nombre había quitado mucho control y discreción de las manos de Hradilek, y sencillamente le había quitado una historia, superior a propia experiencia y reputación en el mundo. Hablando con un periodista checo en octubre, reconoció que el encabezado del artículo era “muy duro” y mencionó que planeaba publicar una versión más completa de su investigación acerca del episodio Dvorácek en una revista académica.

Hradilek dijo que había declinado escribir esa pieza para Pamet' a Dejiny porque había investigado la historia de Kundera en su tiempo libre y encontró el informe en un archivo de la USTR abierto al publico. Estaba siendo presionado para publicar lo antes posible porque algunos otros periodistas habían olido la historia y se estaban preparando para ganarle. ¿Cómo se había conocido la historia? Dijo que era conocida por muchos de sus parientes, así que la existencia del informe policial había llegado eventualmente a los oídos de “cerca de cincuenta personas,” además de “diez periodistas.” Y el verano pasado, mientras ayudaba a Petr Trešnák, editor en Respekt, a reunir documentos para otro artículo, Hradilek le habló sobre el informe policial. No le sorprendió a Trešnák: aparentemente ya había oído hablar del mismo, y Trešnák le dijo que Respekt estaría interesado en publicar una pieza coescrita, para la que facilitaría datos adicionales sobre la vida y ficción de Kundera. Los editores querían el artículo en octubre, en un número para el regreso a clases que tendría una circulación más amplia en las universidades. Esto le pareció una buena idea a Hradilek. Al mismo tiempo, Hradilek me dijo que lo que más le desilusionó fue la “histeria” que esa historia provocó en la República Checa. Especula que la misma reacción de Kundera se vio afectada por los informes publicados en Francia (donde el novelista ha vivido desde 1975) que leyeron incorrectamente el artículo de Respekt y sugirieron que Kundera había colaborado con la policía secreta, lo que, Hradilek dijo, "sencillamente no es cierto."

Me contó también que su primer borrador del artículo para Respekt se centraba tan sólo en la historia de Dvorácek. La revista y Trešnák entonces lo revisaron de forma que la desesperada historia de Dvorácek se entrelazó con el ascenso del joven Milan Kundera, encontrando ecos en la ficción de Kundera de la intersección de sus vidas. "La denuncia de Milan Kundera" incluía varios cortes a la obra del autor, y en cada caso la palabra “inspiración” aparece de forma sugestiva, implicando no tan sólo que Kundera perpetró el hecho en cuestión sino que tal vez es también un fraude literario, que se niega a reconocer que escenas de sus obras han sido modeladas a partir y se deben a una indiscreción juvenil. Hradilek se rió ante la noción de que Pamet' a Dejiny hubiera publicado una historia tan controversial en sus propias páginas: "Nadie aquí en el USTR hubiera intentado desenterrar algo de Kundera, porque hubiera sido lo mismo que una inquisición." Lo que pareció irritarle era la noción de que Kundera pudiera mantenerse callado por una cuestión de principios sobre sus antecedentes comunistas: "oportunista" fue la palabra empleada por Hradilek para describir las actividades del novelista durante su juventud, cuando "ingresó en el Partido Comunista alrededor de1948, fue expulsado y pidió de nuevo su ingreso en 1953, y fue aceptado en 1956. ¡Esto es una locura; es como ingresar en el NSDAP [el Partido Nacional Socialista] en 1944!"

Hradilek no comentó uno de los cargos más notables contra “La denuncia de Milan Kundera”: la de que había debilitado la credibilidad del USTR, y que, como dijo un columnista, los "criptocomunistas" en el Parlamento que habían estado impacientes por cerrar el instituto finalmente tenían un pretexto para hacerlo. En noviembre, Pavel Žácek, el director del instituto, se había distanciado de la historia de Respekt, declarando públicamente que no había leído el artículo antes de que fuera impreso y que los historiadores del USTR que indiscriminadamente publicaban material sensitivo con los nombres en negrita “deberían irse” del Instituto. Sucesos recientes nos cuentan una historia distinta. Al regresar de su Fulbright, Hradilek ha vuelto al instituto, mientras que por lo menos tres notables historiadores han dimitido, citando su politización. En cuanto a Žácek, sus superiores en el consejo directivo del instituto (un grupo de siete, compuesto de historiadores y antiguos disidentes elegidos por el Senado checo) le amenazaron con el despido y anunciaron en diciembre que una oposición se celebraría para su cargo a principios del 2009, un proceso en el que se le permitirá participar. Algunas semanas más tarde, en enero, el consejo cambió de dirección y anunció que el contrato de Žácek había sido extendido por un año más.

Cuando Kundera habló por teléfono a la Agencia de Prensa Checa el día en que la historia de Respekt fue publicada, creció su agitación y alzando la voz, se lanzó a una negativa basada en la afirmación de un hecho que no estaba relacionado ni en disputa: "Nunca he visto a esa persona. No conozco en absoluto a esa persona… ¿Cómo podría delatar a alguien que no conozco?" (Los comentarios que Kundera hizo ese día fueron diseminados en la radio, en la red e impresos, y permanecen hasta hoy sus únicos comentarios públicos sobre el tema, aparte de una amenaza posterior de demandar a Respekt y una retracción posterior de esa amenaza.) Kundera llamó a la pieza el "asesinato de un autor"; "el único misterio es como mi nombre llegó ahí [al informe], y no se como explicarlo." Mencionó de forma repetida a la Agencia de Prensa Checa que le fue denegada la oportunidad de hacer algún comentario antes de que el artículo fuera publicado, y ahora, con la historia dando la vuelta al mundo, no “quedaba ni un mínimo espacio libre para mi voz. Ni el más mínimo, aunque un amplio espacio hubiera debido quedar libre, dado que la acusación es tan seria. Sencillamente me siento ofendido.” También sugirió que el articulo fue publicado el 13 de octubre para coincidir con el primer día de la Feria del Libro de Frankfurt. El escritor checo Pavel Kohout, que fue también comunista en los años cincuenta pero ha hablado abiertamente sobre ese capítulo de su vida, dijo en una entrevista con una librería en línea que la perturbación de Kundera le parecía "unKunderesca," faltándole los usuales escepticismo y despego del novelista. Kohout dijo que se hubiera sentido menos sorprendido si Kundera hubiera respondido, en efecto, "No veo cual es el problema." Si nadie vio nunca ninguna razón para condenar a Kundera por el entusiasmo comunista y la poesía propagandista de su juventud, ¿por qué condenar ahora una acción completamente consistente con aquel entusiasmo, como hacer un informe rutinario a la policía sobre un visitante fuera de lugar, que se esperaba diera cualquier buen camarada?

Pero, desde luego, en sus escritos Kundera exige de la conciencia un mayor nivel, y esa es la razón por la que este episodio ha sido tan difícil de digerir. En la novela La vida está en otro lugar, completada en 1969 y publicada en Francia en 1973, diagnostica las inseguridades y ambiciones adolescentes que condujeron a su principal personaje, el emergente poeta Jaromil, a unirse al Partido Comunista: en la primera reunión del partido, “dejó de ser nervioso y tímido… Había encontrado gente entre la que ya no era el hijo de su madre o un estudiante de la clase, sino él mismo.” Al final del libro, Jaromil obtiene algo parecido a un triunfo socialista cuando acude a una comisaría de policía para denunciar al hermano de su novia, que se opone al régimen y pretende desertar: en la comisaría, a punto de declarar, "por primera vez se sintió que se enfrentaba a su [interlocutor] como un adulto reflexivo se enfrenta a un igual; de hombre a hombre." Kundera se explana con detalles agotadores en la autosatisfacción de Jaromil cuando ha realizado ese servicio a su país: sale alegre de la comisaría, y "no sintió estar solo. Le parecía que durante la últimas hora sus rasgos se habían endurecido, su paso se había vuelto más firme, y su voz más decisiva. Ambicionaba ser visto en su nueva encarnación." Volviendo a leer esos párrafos (esta historia se acerca a las acusaciones contra Kundera), uno es perfectamente consciente de que no es necesario que haya unos hechos biográficos ocultos bajo los mismos; pero uno también siente que la negación de Kundera – que le dijo a la Agencia de Prensa Checa, “Si una persona fuera a hacer algo así, tendría que tener un motivo, no recuerdo a esa mujer [Militká]"—esconde la profunda complejidad que sus novelas a menudo sacan a la luz.

Por muy diversas razones, los defensores de Kundera y sus críticos deseaban poner el episodio en su contexto histórico. Dos días después de que apareciese la historia, un historiador literario llamado Zdenek Pešat dio un comunicado afirmando que, en 1950, Miroslav Dlask, el novio de Militká mencionado en el informe policial, le había dicho que había acudido a la policía con el nombre de Dvorácek. Aparentemente, el papel de Kundera en el episodio nunca surgió entre ellos. En cuando a Dlask, se estaba protegiendo a sí mismo: Pešat era entonces un alumno universitario de tercer curso en el departamento de filosofía y un miembro del comité comunista en ese departamento, al que Dlask acudió porque sintió que podía informar a la policía y el partido de la presencia de Dvorácek en la residencia. Pešat dijo que en aquel momento no divulgó el papel de Dlask en el arresto de Dvorácek pero ahora sentía que era su deber dar un paso al frente, dadas las acusaciones hechas contra Kundera. Pešat entonces dio una entrevista diciendo que Kundera le había llamado el día antes de que hablase y que aparte de eso eran completos extraños. Otra tropa de columnistas señaló que el recuento de Pešat no hacía nada para exonerar a Kundera: ¿No podían los dos hombres haber acudido a la policía? Esa fue una cuestión que no pudo ser proseguida porque la declaración de Pešat mencionaba que estaba seriamente enfermo, en cama e incapaz de responder a la prensa.

Otros escritores e historiadores señalaron que Kundera era la cabeza de los estudiantes de su residencia y como tal responsable del orden en el mismo; una vez Dlask le comunicó la presencia de Dvorácek, Kundera debió sentirse presionado a reportar el incidente – a menos que Dlask (o cualquier otro que se diera cuenta de la presencia del visitante nocturno en la habitación de Militká) acudiese a la policía e informase tanto la llegada de Dvorácek como el fallo de Kundera en sus deberes. Un historiador le dijo al periódico Právo que a menudo la gente delataba a otra gente porque no sabía si una persona sospechosa había sido colocada por lo policía secreta para probar su lealtad al partido. No realizar esa denuncia podía comportar de seis a diez años de cárcel. ¿Pero, todos los checos informaron los unos de los otros? ¿Bajo cuanta presión debió estar Kundera? Preguntas sobre la lealtad y la conciencia se volvieron tan perplejas que algunos checos comentando sobre el episodio hicieron declaraciones perfectamente contradictorias. El escritor Milan Uhde defendió a Kundera y dijo que en su lugar, como jefe de dormitorio, también habría acudido a la policía. Pero cuando se le preguntó más directamente si habría alguna vez delatado a alguien, Uhde dijo:
“Oh, no en 1952. Cuando me sentaba a oír la radio en los cincuenta con mi padre y oía información sobre un proceso político, en que el hijo de uno de los condenados decía que denunciaba a su padre, mi padre estaba sentado a mi lado y realizó la única declaración política que jamas pronunció en mi presencia: “Pensé que se ofrecería a colocar la soga alrededor del cuello de su padre.” Y deduje de esa frase venenosa, con la que cruzó el juicio, que era una monstruosidad. Desde aquel momento, ir a la policía, aunque fuera para decir que había visto a dos chicos robando una motocicleta, ¡No! Desde entonces ya no me atreví a denunciar nada a la policía checoslovaca, incluso el más ordinario, despreciable, objetivamente condenable acto.”

Los críticos de Kundera –o, más precisamente, aquellos que parecían disgustados por los prominentes defensores que este atrajo —también miraron a la atmósfera política de los años cincuenta, para ver una advertencia de a donde se dirigía el país hoy.
En una columna editorial en Lidové noviny a finales de octubre, el crítico literario y antiguo disidente Bohumil Doležal escribió que todo el problema no era la conducta de un escritor; era sobre la “libertad de expresión y la libertad para referirnos a los capítulos problemáticos del pasado.” Comparó la declaración que Václav Havel había hecho a favor de Kundera – si la acusación era cierta, dijo Havel, debemos "intentar verlo a través del prisma de su propio tiempo"— con la lógica de los nacionalistas "defendiendo las barbaridades cometidas contra los alemanes en la primavera y el verano de 1945," cuando tres millones de civiles alemanes fueron expulsados a la fuerza de Checoslovaquia y varios cientos de miles murieron durante el éxodo. Doležal parecía pensar que cualquiera que criticase a Respekt abogaba por un sistema de justicia de dos niveles en el que los ciudadanos comunes estarían sujetos a investigaciones apoyadas por la documentación archivada y a las celebridades se las ahorraría ese escrutinio. Temía que el apoyo de los poderosos a Kundera sembrase dudas sobre la democracia checa, que está "basada en la fe en el público, en su habilidad para juzgar lo que es cierto y lo que es falso, y en la fe en que el público es adulto y no necesita guardianes."

Pero esta línea de argumentación era poco sincera, dado que la mayoría de los críticos de Respekt no decía que las celebridades estaban por encima de la crítica, sino que abogaba simplemente a favor de estándares consistentes a la hora de llevar a la luz descubrimientos de los archivos de la era comunista. Después de todo, no era tan sólo el tono jadeante de “La denuncia de Milan Kundera” lo que molestó a la gente, sus métodos sibilinos eran igualmente preocupantes. En artículo, Hradilek menciona que ha mandado con anterioridad un fax a Kundera, dándole la oportunidad de comentar acerca del tema, pero que el novelista ha preferido mantener su silencio. Cuando el fax se publicó en el website Respekt, dos días después de que apareciese la historia, mostró que no contenía ninguna mención sobre el informe policial ni ninguna referencia al inminente artículo de Respekt o al USTR, tan sólo una petición del historiador oral Adam Hradilek para hablar del papel de Kundera en un episodio que Hradilek estaba investigando, en torno a un joven que había sido arrestado en 1950 en la residencia universitaria de Kundera. Ya que Kundera dejó de dar entrevistas hace cerca de veinticinco años atrás (porque "tan sólo pueden conducir a la desaparición del escritor," como escribió en El arte de la novela, y, añadió, todos los comentarios a él atribuidos posteriormente a 1985 "deben de ser considerados como falsedades"), parece posible que él, o su esposa, descartasen el fax como otra carta quijotesca llegada desde el mundillo de la prensa. En una entrevista, Petr Trešnák, el coautor de Hradilek, se irrita ante la inaccesibilidad y truculencia de Kundera: "¿Como puede alguien que ha hecho todo lo posible durante los últimos veinticinco años para impedir que la gente se ponga en contacto con él quejarse ahora de que no se le acercaron?" En otras palabras, Kundera se lo había buscado.

No importa lo que uno concluya sobre la culpabilidad de Kundera, es posible imaginar que la acusación era menos dañina para el escritor que la forma que tomó y la atención que atrajo. Ver el pasado propio salpicando las primeras páginas y reducido a una frase sonora parece la realización definitiva de los temas que Kundera había explorado en su obra de no ficción durante los últimos veinte años – algo que se pierde en medio de las más fáciles afirmaciones de que los temas centrales de su ficción o incluso toda su ficción estaba de alguna manera “inspirada” por el incidente Dvorácek. Una corriente elegiaca cruza su último libro en inglés, The Curtain, que es también su tercer tratado sobre la novela. Como El arte de la novela (1986) y Testamentos traicionados (1993), The Curtain es disgresiva, erudita, de alguna forma una exasperante meditación de la virtud moral de la forma – y Kundera aparece ansioso, más allá de toda esperanza, sobre su futuro.

Kundera tiene poca paciencia para los estallidos del público que no están contenidas por la estructura polivocal de una novela, en la que cada personaje se enfrenta con la perspectiva de todos los demás personajes. La tristeza de Kundera cuando ve el eclipse de la novela en la cultura occidental – asesinada por la pestilencia de las “confesiones noveladas, el periodismo novelado, el ajuste de cuentas novelado, las autobiografías noveladas, las denuncias noveladas"— está claramente dirigida a ambos lados del viejo Telón de Acero, y cualquiera que sea suficientemente presuntuoso como para pedir su opinión personal o para escribir sobre sus actos antes que citar su obra publicada. En La cortina deplora no tan sólo el “terrorismo del contexto” que naciones como la República Checa han impuesto sobre sus artistas, "reduciendo todo el significado de una obra de arte al papel que juega en su patria," sino también a la dirección que está tomando la cultura francesa, valorando la " resonancia social " de algunas obras de arte inferior al margen de su valor estético limitado, que "demuestra que la indiferencia ante el valor estético inevitablemente empuja toda cultura hacia el provincialismo."
Esta primavera, coincidiendo con su ochenta aniversario el primero de abril, el cuarto libro de ensayos de Kundera fue publicado en Francia. Une rencontre (Un encuentro) revisita sus temas favoritos, y a través de breves meditaciones sobre una cargada galería de escritores, que incluyen a Anatole France, Josef Skvorecky y Curzio Malaparte, argumenta de nuevo a favor de al autonomia del novelista. Desde luego, en ninguna parte del libro habla de las acusaciones del pasado otoño. Pero en un momento, recordamos una discusión que tuvo con un periodista a principios de los sesenta sobre el novelista Bohumil Hrabal, Kundera arriesga una declaración que uno se imagina que no le hubiera molestado aplicarse a él mismo hoy. Defendiendo la negativa de Hrabal de definirse políticamente en la Checoslovaquia comunista, Kundera reprende al periodista que esperaba más de Hrabal: "Un simple libro de Hrabal sirve más al pueblo, a su libertad interna, que todos nosotros con nuestros gestos y proclamas de protesta." Se presenta para Kundera en este momento una contradicción a la hora de juzgar –la obra estética sopesada contra una buena obra–, para inclinarse ante ella.
Tal vez es por eso que su desilusión con la “política” – todo lo que no es novela— es tan profunda. Tan sólo la novela preserva la ambigüedad esencial de la existencia. Uno no "debe asombrarse ni encolerizarse" de que la gente destruya el pasado al recordarlo. “¿qué queda de nuestras certidumbres del pasado, y lo que pasa con la misma historia; eso a lo que nos referimos cada día de buena fe, inocentemente, espontáneamente?

Sin embargo la gran visión de Kundera sobre la inestabilidad del pasado y le presente está ya medio vencida apenas presentada. La gran fertilidad de las “no verdades” ciertamente no compromete toda palabra que no está anclada por una obra de arte. Que la prensa tienda a retorcer los recuentos del pasado es ciertamente un mayor incentivo para corregir esos recuentos allá donde sea posible. Pero ahora, cuando las pruebas sugieren que Kundera sabe más de lo que ha dicho sobre el episodio Dvorácek, habla menos que nunca. Por engañoso que sea colocar la salud cívica de la República Chaca sobre los hombros de Kundera, es también innegable que debe la verdad, lo mejor que pueda recordarla, a Miroslav Dvorácek y Iva Militká. A veces esa antipatía hacia la prensa parece tan profunda como la alergia de los checos al éxito.

Por ello, Kundera no debe sentirse “asombrado o colérico” de que un joven de su antiguo país busque su nombre en un archivo y se sienta movido a escribir sobre ello en una revista que ciertamente sensacionalizará su historia. El impulso a cazar la noticia es natural – y nos es ciertamente familiar en “Occidente” — pero en la República Checa la ambición llega mezclada con el fervor moral de corregir los errores de cuarenta años imperfectos. A finales de octubre el escritor y editor Karel Hvížd'ala – que pasó los ochenta en el exilio en Alemania Occidental y volvió a Praga tras la Revolución de Terciopelo, ayudando a crear varios de los periódicos que ahora conforman la prensa escrita del país – comentó, en una conversación a tres bandas con Kundera y los parlamentarios Tlustý y Morava, e implicó que la independencia de la prensa checa sigue teniendo mucho de ilusión. En Europa Occidental, arguyó, el periodismo es idealizado como una búsqueda desinteresada de informar la historia, no importa cual sea esta, pero en la República Checa, por contraste, el “periodismo siempre sirvió a alguna causa: primero la nacionalidad, después la construcción del estado checoslovaco, a continuación el socialismo y finalmente el capitalismo. Esto es algo difícil de comprender en Europa Occidental."

Cinco semanas después de la aparición de “La denuncia de Milan Kundera,” Martin M. Šimeceka, editor jefe de Respekt, sin darse cuenta, le dio la razón a Hvížd'ala. Šimeceka publicó un ensayo en Respekt defendiendo el artículo original de Hradilek y sugiriendo que los checos habían limpiado sus memorias de la era comunista. Habían fracasado, dijo, a la hora de enfrentarse con la banalidad del mal que impregnó la vida checa desde 1948 a 1989. Aparentemente, las especulaciones de Hradilek y Trešnák sobre Kundera, basadas en un informe policial de hace sesenta años y en entrevistas con algunos raros supervivientes, pero no con Kundera, eran parte de un nuevo e inocente discurso que corregiría la embellecidas noveladas ilusiones que los checos tenían sobre el comunismo. Nuevos estándares son evidentemente necesarios para determinar la responsabilidad de cada persona por la oscuridad de aquellos años: "¿Podía un joven comunista a principios de los cincuenta," pregunta Šimeceka, "cruzar a través de ese régimen y, con su mera existencia, que incluía tal vez alzar su mano en una reunión del partido, evitar arruinar los destinos de otra gente?"

Esta es una pregunta destacable, aunque retórica, que sugiere una perspectiva del pasado incluso más radical que las acusaciones de Hradilek y Trešnák: tu pertenencia a un grupo te hace responsable de sus peores crímenes. Es la misma lógica de acero que fue impuesta por los comunistas durante sus cuarenta años de poder. Desde luego cada checo que vivió el régimen comunista debe hacer sus propias consideraciones. Y Kundera parece equivocarse, por lo menos, en el fervor con que enmascara su silencio dentro del manto del arte. Puede estar dañando su legado más al negarse a discutir ese capítulo de su vida, y de la de Dvorácek – asumiendo que tenga algo que añadir – que lo podría hablando al respecto. Pero dado el tono maligno del debate, no es sorprendente que se haya retirado, como dijo uno de sus amigos a un periódico checo, para escribir su última novela.

Tal vez la ironía final de la expiación que los críticos de Kundera le pedían al año pasado es la forma en que a menudo parecían estar interpretando escenas de sus novelas. Šimeceka involuntariamente se hacía eco de un pasaje de una de las obras "limpiadas", con la diferencia crucial de que en Kundera plantear la pregunta es un acto interno: “Nunca he votado por la caída de nadie, pero soy perfectamente consciente de que ese es un mérito cuestionable, puesto que me habían privado el derecho de alzar la mano,” Así Ludvik, el personaje principal de la primera novela de Kundera, La broma, sopesa su propia culpabilidad: “Es cierto que he tratado de convencerme por mucho tiempo de que si hubiera estado en su lugar no me habría comportado como ellos, pero soy lo suficientemente honesto como para reírme de mi mismo: ¿por qué habría sido el único en no levantar la mano? ¿Soy acaso el único hombre justo?”
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Jana Prikryl es miembro del equipo editorial de The New York Review of Books.

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