EL HOMBRE QUE NO SABÍA REZAR

“Padre nuestro que estás en el cielo…”, “¿Cómo sigue? ¡Carajo, Doña Fe! ¡Mira que sobaste empachos, santiguaste verrugas, y caminaste leguas entre los montes pa asistir a las guajiras parturientas y no enseñaste a rezar a tu hijo!... ¡Debes estar ardiendo en el infierno! Conmigo, na más regaños y la correa de barbero que siempre tenías colgá en el clavo de la puerta de la cocina y que a cada rato me traqueabas en el lomo.”
“Padre nuestro…” “Sí; siempre terminaba en Amén. De eso sí me acuerdo.”
Meditaba el cabo Remides sentado en el taburete frente a la pequeña mesa. Encima de ella: lo que fue un viejo radio “Motorola” hasta hacía unos veinte minutos, pues ahora era un amasijo de astillas y tubos rotos desparramados en una de sus esquinas. En el centro: un pequeño platillo vacío al que Remides sacó brillo unos segundos antes con su pañuelo rojo, y a su derecha descansaba pacientemente el “Smith & Wesson” reglamentario.
En el sencillo recinto sólo había otros cuatro taburetes vacíos recostados a las paredes de madera. No había nada más, a no ser el bombillo todavía encendido que pendía de un sóquet situado en el centro del techo de calamina, aunque media hora antes, el local comenzó a iluminarse con los primeros rayos de sol. Sólo eso era el puesto de la guardia rural de aquel pequeño caserío.
El cabo se palpó por fuera el bolsillo de campaña para asegurarse que lo que guardó se mantenía intacto. Después, mirándolo absorto acarició suavemente las cachas y el tambor del revólver.
“Mi viejo cachimbo, carajo. Tú sí fuiste mi amigo de verdad, aunque casi no te usé. Bueno…de vez en cuando. ¿Te acuerdas del plomazo que le metimos en una pata al panaderito que andaba cortejando a Brunilda? ¡El muy relambío quería cogerse a mi hija de quince años y, virgen pa remate! ¿Qué se creyó el culicagao? Después me enteré que se fue con los alzao? ¡No sé pa qué querrán esos degeneraos a un cojo en su tropa! ¿Será que los rebeldes no corren, como hicieron mis cuatro soldaos cuando se enteraron que el cuartel de Monte Oscuro se rindió ayer sin tirar un tiro? cojudos, y yo les creí cuando me dijeron que iban a dar una vuelta por el pueblito a llegar a lo de Floralia; aunque les advertí: ¡No huigan…no huigan!”
“Bueno…allá Primitivo. Sí, porque él me ayudó a colgar a aquel par de mocosos de una algarroba después que Floralia, con el corazón trotándole como un potrico, me pidió que le hiciera el favor de separar a su hijo de esa mala compaña porque tenían planes de alzarse en la guerrilla, aunque primero iban a darle candela al barcito de putas donde ella era la matrona. ¡Le salió mal agradecío a la madre!, y mira que la pobre tenía que dar cintura pa mantener al muy condenao. ¡Pero así es la vida! La mía me obligó a trabajar cuando todavía no me sabía soplar los mocos y, correazos van y correazos vienen, y arriba de eso no me enseñó a rezar.”
“Santa María, ruega por nosotros…” ” ¡Carajo, lo tengo en la punta de la lengua y todavía no me acuerdo! Ahorita ya están aquí y no les voy a dar ese gusto. No señor…los machos bien machos no huyen como hizo Primitivo que se la daba de jaquetón. Eso sí se lo tengo que agradecer a doña Fe.”
Al cabo Remides le llegó la algarabía aún lejana de la gente del pequeño pueblo. Por fin, volvió a palpar el pantalón, sacó la vela, y la encendió con calma para luego virarla encima del platillo que roció en su centro con cera derretida. Cuando la llama se irguió esbelta con su puntita roja, a su rostro se le dibujó la satisfacción de todo el que se encuentra en extremos y en el último momento le llega la solución. Se colocó el cañón del arma directo en la sien y por fin pronunció: “Ruega por nosotros los pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte, Amén.”