Del libro"El Regreso"

De niña siempre el mar me llamó la atención. La cabaña en donde vivíamos estaba situada justo donde la duna converge y hace una curva tan exacta que no parecía resultado de la madre naturaleza, sino de una fuerza externa y superior. Nos acostumbramos a los constantes vaivenes del suelo, a tener arena todo el tiempo en la boca, en los oídos, en cada poro. Cuando crecí un poco entendí que la duna siempre estaba en movimiento y que por ese motivo el Sol unas veces me daba en la cara y otras no.

Fue una sensación aterradora aquel descubrimiento porque de alguna manera iba a estar ligado  a los sucesos que llegaron después.

Aquel veintitrés de diciembre la corriente trajo un escarabajo grande. Siempre he detestado a los insectos. Cada vez que los miraba debajo del microscopio los encontraba no solo repelentes, sino que sentía que me querían transmitir un sentimiento muy claro de inconformidad por algo que habíamos hecho en el pasado o que estaba por suceder.

Por ello durante mis años de estudiante y luego cuando alcancé el doctorado traté de demostrarle a la comunidad científica que estábamos equivocados respecto a cómo entendíamos ese universo en particular. Porque a pesar de que habían sucedido descubrimientos novedosos en cuanto a la variabilidad de los protones bajo determinadas condiciones, aun cuando la realidad virtual ocupaba un espacio en todo y los cambios en la vida del Planeta eran gigantescos e impensables anteriormente; por razones inespecíficas, no acabábamos de entender que los insectos nos estaban queriendo decir algo que cambiaría el curso de nuestras vidas.

La física ya se había tambaleado en demasía y ni hablar de la biología. En fin, que tomé al escarabajo con cierta aprehensión. ¿Qué hacía aquel bicho sobre la duna?

En el laboratorio Víctor río cuando me observó haciendo uso del protocolo Rojo. Me dijo textualmente que no era para tanto y que de seguro el pobre insecto pertenecía a una de las más de trescientas mil especies reconocidas en el mundo de los coleópteros. Él estaba al corriente de mi teoría acerca de la incomprensión de los insectos, por eso tal vez se mofó de mí sin el menor disimulo.

Desde la pequeña ventana del laboratorio se miraba la cabaña donde había crecido y mis hijos jugaban tranquilos junto al padre que estaba pasando unos días con ellos, después de un divorcio espantoso y un peor acuerdo entre él, los abogados y yo.

Saqué al escarabajo de la bolsa de plástico, yo estaba enfundada en un traje gris metálico. Detesto la moda de los científicos por cara y porque no siempre te protege de todo lo que debe, sin embargo, esta vez decidí usar el último grito en materia de seguridad.

Víctor me miraba de soslayo y reía . El vestía lo de siempre un impecable pantalón blanco y una bata en cuyo bolsillo superior derecho dejaba ver el membrete de la organización.

Volví a mirar por la ventana y ya no vi a los niños ni a mi ex. Víctor se asustó al ver mi rostro y dejó caer al suelo una moderna probeta que contenía un líquido azul muy corrosivo y letal. No sé qué sucedió después.  Ahora es el manicomio. La cabaña no está. El laboratorio tampoco. Vi cómo Víctor era devorado, cortado y cercenado por cientos de escarabajos como el que tenía en la bolsa de plástico.

Yo me he salvado. El resto del mundo no. Ellos ahora han hecho una fuerte alianza con otros tipos de insectos. Los han esclavizado. ¡Ah!, era una especie foránea. No se sabía de ella en la Tierra. Es evidente.

Siempre me ha gustado el mar. Solo que ahora ellos lo dominan. No puedo salir de mi traje, ni del fondo de la duna donde me he escondido. Sé que en su momento van a encontrar la forma de entrar.

Por ahora pasan alimento a través de una cápsula. Me quieren viva y no sé cuánto más pueda resistir.