El nido 9
El coche dejó la carretera general y tomó el camino de tierra que atravesaba el espeso bosque de pinos. Después de cruzarlo y de subir una pequeña loma, se detuvo delante de la casa.
Un hombre, en mangas de camisa y pantalón vaquero, bajó del coche y miró satisfecho la marcha de las obras de restauración de la casa… Su perro, un bretón-español, salió zalamero a recibirlo.
-¿Qué pasa, Lucas? ¿Qué has hecho toda la mañana?..., correr detrás de los conejos… ¿eh?
El perro apoyó las patas delanteras en las piernas de su amo y le miró atentamente, como si entendiera, mientras movía el rabo agradeciendo las caricias.
Alberto siguió hablándole mientras recorría con la vista los alrededores.
-Este si que es un buen sitio…-dijo dirigiéndose al perro- Una casa en la cocorota de un cerro..., rodeada de monte, con una laguna cerca... Aquí si que se ve bien el cielo por la noche ¿eh Lucas?.. Venga- y echó a andar en dirección a la casa-, vamos a tomar un bocado.
Abrió la puerta, entró y dejó encima de la mesa del salón el macuto con la merienda que su mujer le había preparado. Después de lavarse, compartió el bocadillo con el perro y salió a la calle.
-Vamos a dar una vuelta, Lucas. Esta tarde bajaremos hasta la laguna a ve los patos, que ya deben de estar criando.
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Hacía dos años que Alberto, un hombre corpulento que rondaba los cincuenta, casi calvo y con una espesa barba, al que le gustaba el campo, había comprado aquella casa medio derruida a pocos kilómetros de la ciudad con la idea de reconstruirla. Luego a luego se jubilaría de su empleo de conserje en el Instituto-pensaba- y se iría a vivir allí con su mujer. Para entonces, sus hijas se habrían casado seguramente y llevarían a los nietos a pasar los veranos a casa de los abuelos, en plena naturaleza.
Casi todas las tardes, al salir de trabajar, solía ir con Elena, su mujer, a ver la marcha de las obras. Daban una vuelta, hacían proyectos, bajaban paseando hasta la laguna…. Se estaba tan bien oliendo a tomillo y romero y subiendo y bajando cerros. Luego, anochecido, volvían a la ciudad.
Aquella tarde de mayo, Elena se había quedado en el piso, limpiando, y el había decidido dar un garbeo por la casa nueva. Estaba prácticamente terminada, solo quedaban los oficios. Quizás para Julio-pensaba- podrían venir a pasar el mes de vacaciones.
Cuando llegó a la morra, el espectáculo era precioso. El sol reflejaba en el agua haciéndola brillar y una bandada de patos en formación sobrevolaba la laguna. Serían las cinco de la tarde cuando pisaba los primeros carrizos y Lucas levantó una focha que salió asustada y graznando….
-¡Ahí va, Lucas! ¡Anda con ella!
Entre juncos, chapoteando, bordeó la laguna. Lucas que iba delante olisqueando, de pronto, se puso de muestra…
-¿Qué pasa Lucas? Una pata que tiene nido-pensó-
El perro, que no rompía la muestra ni por una apuesta. De vez en cuando volvía la cabeza, esperando a que su amo se acercara.
Alberto, andando despacio, había llegado hasta donde estaba Lucas, pero por más que miraba entre el carrizo no veía nada.
-Quita- y apartó cariñosamente al animal- Aquí no hay nada…
Pero Lucas que no estaba dispuesto a quedar en ridículo, seguía metiendo el morro entre la broza, señalando… ¡Aquí, so zorro!..¡Mira aquí!
Alberto, apartó con el pie la broza, y allí, casi al borde del agua….
-¿Y para esto, tanto…? Pero si es un nido…- y mirando a Lucas-¡Vaya un perro de caza que estás hecho!
Se agachó, metió la mano entre los juncos y sacó el nido entero. Cuando miró dentro, un escalofrío intenso le recorrió la columna vertebral.
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-Buenas tardes.
-Buenas tardes, ¿usted dirá?
-Pues…, quería un microscopio.
El dependiente de la óptica le mostró varios, mientras le canturreaba las cualidades de cada uno y los precios.
-No, no, yo quiero el más potente que tengan. No importa el precio.
-¡Este, sin dudar!-dijo el vendedor- Con este podrá usted ver hasta….y no acertaba a encontrar la palabra que definiera la cosa más pequeña del mundo…
-Bien, me lo llevo.
Alberto pagó, salió a la calle y se dirigió a su casa. Cuando llegó, se encerró en su habitación y le dijo a Elena que nadie le molestara.
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-¿Gonzalo?
-Si, ¿de parte de quién?
-De Alberto.
-Un momento, que ahora se pone.
Al otro lado del teléfono, se oyó gritar… ¡Gonzalo, es para ti!, ¡Es Alberto!
-¿Si?...
-Hola Gonzalo, soy Alberto, el conserje del Instituto…
-¡Ah, si!, dime
-¿Podrías venir a mi casa?
-¿Ahora?
-Si.
-Pero si son las once de la noche…
-Es igual. Haz el favor de venir..., es importante.
-Bueno, voy para allá.
-Gracias, te espero.
Al terminar de hablar por teléfono, Alberto se encerró de nuevo en su habitación.
Durante los dos últimos meses, pasaba allí la mayor parte del día y de la noche. Incluso en un par de ocasiones fingió estar enfermo y le pidió a su mujer que llamara al trabajo para decir que no iría. Elena, que estaba preocupada por el extraño comportamiento de su marido, había tratado de que le explicara lo que ocurría, pero él había contestado con evasivas y con una enigmática sonrisa...” No te preocupes, pronto lo sabrás,… si es que consigo averiguarlo”.
-Buenas noches, Elena
-Hola, Gonzalo, pasa... está en el estudio.
Cuando llegó a la habitación, Alberto le invitó a entrar.
-Pasa, pasa…
-¿Tan urgente era…?
-Si, anda lee-y le tendió un folio.
-¿Qué es esto?
-No sé…, tú eres profesor de historia, idiomas, ciencias exactas y… no sé cuantas cosas más. Te has pasado la vida estudiando ¿no?
Gonzalo, con la hoja de papel en la mano, sacó las gafas, de cerca, y se las puso. Miró atentamente los extraños signos que había dibujados…
-¿De donde lo has sacado?
-De aquí,-señaló el montón de palitos y cañas, como un cestito, que había sobre la mesa.-
-Pero si es un nido de patos…
-No exactamente. Los huevos de pato son mas pequeños, y ovalados… y de calcio. Estos- señaló al interior el nido- son poliédricos, como dos pirámides unidas por la base…, azueles…, y de no sé que sustancia…, parece cristal… ¿sabes que idioma es este?- le tendió el bloc.
-Parece arameo… ¿también estaba en el nido?
-Si, escrito en las paredes del huevo. Mira- y le pidió que se acercara al microscopio-
Gonzalo se quitó las gafas, observó a través e la lente y después de un momento levantó la vista…
-¿Quieres decirme que todo estaba ahí?- y retiró el triángulo azul, casi transparente, que había debajo del microscopio.
-Exacto. Tu mismo lo has visto.
-¿Y has copiado todo lo que hay escrito en ellas?
-Si, aquí está- le tendió un bloc, de al menos cien hojas, escrito por las dos caras-
Gonzalo no daba crédito a lo que estaba viendo.
-¿Tienes un diccionario de arameo?
-Si, ahí- señaló la estantería, llena e libros-Ven siéntate, que te voy a contar como ha ocurrido todo...
Y despacio, Alberto, empezó a relatar lo de aquella tarde en la laguna. Estuvieron hablando hasta las seis de la mañana.
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Gonzalo estaba como ausente. Miraba los dos huevos que Alberto había reconstruido pacientemente, y que ahora estaban en el nido de patos encima de la mesa. Su vista iba del cestito a la traducción, mientras repetía a media voz…
-Entonces…, el de color azul es… y aquel otro, casi sonrosado…
Alberto, de pie junto a la ventana, veía como amanecía. Hasta ese momento no había tenido valor para contarle a Gonzalo, como aquella tarde, en la laguna, cuando tomó el nido de sus manos, vio varios cientos de pequeños seres del tamaño de hormigas, salir de los huevos, y perderse entre el carrizo…
Se dirigió a la estantería, tomo una pequeña cajita y volcó su contenido en el cristal del microscopio.
-Mira, Gonzalo, estaba entre la broza del nido.
Cuando su amigo levantó la cara del microscopio, estaba blanco como la cera.
-Pero si es…
-Si, un hombre en miniatura. Estaba muerto... Quizás lo pisaron sus congéneres cuando Lucas descubrió el nido y, asustados, salieron de estampida…
Volvió a ponerse las gafas y, en voz alta, repitió la traducción que había hecho del título del librito que había dentro del huevo sonrosado… “Manual de instrucciones y comportamiento para los nuevos habitantes del planeta Tierra…”
©isidromartinezpalazón febrero 1996
http://www.isidromartinez.com/
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