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Un lugar destacado en la vida de Alejandría les corresponde a dos grandes poetas, Calímaco y Teócrito. Muy importante en la vida cultural de Alejandría, muy bien considerado en la corte de los Tolomeos y relacionado con la Biblioteca aunque no llegó a ser su director como se ha creído, estuvo el poeta, bibliógrafo y erudito, Calímaco, c. 310 – c.240, nacido en Ciernne. En efecto, un papiro encontrado en las excavaciones cita a Calímaco como maestro de Apolonio, pero no lo incluye en la relación de bibliotecarios.
En fecha imprecisa, pero con cierta seguridad en vida de Tolomeo I, se trasladó a Alejandría, donde se ganó la vida como maestro de escuela en un barrio, Eleusis, hasta que consiguió llamar la atención de la corte por su obra poética, iniciada en época temprana cuando aún vivía en su patria.
Tenía ideas muy claras sobre lo que debía de ser la buena poesía en su tiempo y arremetió violentamente contra los que no las compartían, a los que llamó telquines o espíritus malignos en el prólogo de su libro Sitia, Orígenes>>, reconstruido parcialmente por Pfeiffer gracias a fragmentos de papiro encontrados. Gustaba de los pequeños poemas trabajados con mimo y le molestaban las narraciones largas. Según Ateneo, consideraba un libro grande un gran mal y llegó a contraponer la pequeña fuente clara y murmuradora al caudaloso Éufrates, lleno de fango e inmundicias.
En su poesía adula a los reyes, sus señores. Por ejemplo, en el Himno IV, dedicado a Delos como cuna de Apolo, cuando Leto, buscando un lugar donde dar a luz se acerca a la isla de Cos, Apolo desde el vientre pide a su madre que no le eche al mundo en un lugar donde habrá de nacer un dios, Tolomeo, que dominará la tierra. Cantó la boda de los dioses hermanos, Tolomeo y Arsínoe, y la divinización de ésta a su muerte. Célebre fue en griego y después en latín, por la versión de Catulo, su poema La Cabellera de Berenice, sobre la cabellera ofrendada por la esposa de Tolomeo III Evérgetes durante la campaña militar de Siria, que, desaparecida del templo Arsínoe Afrodita, fue descubierta por el astrónomo Conón, huésped del Museo, en el cielo convertida en estrella.
Para sus contemporáneos, Calímaco fue la figura principal de la poesía alejandrina y la gran cantidad de fragmentos de sus obras encontrados en Egipto, muestra la admiración sentida por él. De sus trabajos poéticos, además de los Orígenes e Himnos citados, se conservan unos cuantos epigramas y noticias y fragmentos de otras obras, como trece Yambos y el pequeño poema Hécale. En todos hace gala de erudición, como en los escritos en prosa, que dedicó a temas léxicos, mitológicos y a simples curiosidades. Fue un escritor muy prolífico cuyas obras ocupaban 800 volúmenes.
Un error en la traducción latina de los Prolegómenos a Aristófanes del erudito bizantino J. Tzetzes hizo pensar a muchos que efectivamente habia sido bibliotecario por la gran consideración de que gozó en el mundo de las letras, por el papel importante que tuvo en los medios intelectuales alejandrinos y porque, además, fue el autor de una obra bibliográfica excepcional no igualada en la Antigüedad: Los Pínakes o Tablas de todos los que fueron eminentes en cualquier género literario y de sus obras, en 120 volúmenes.
Del texto de Tzetzes puede desprenderse que los Pínakes son simplemente un catálogo de la Biblioteca de Alejandría. Pero, ciertamente, son algo más, un inventario crítico de la literatura griega, pues tratan de obras antiguas que ya estaban perdidas en su tiempo y de problemas de autenticidad. Estaban divididos en varios apartados, de los que conocemos algunos: épica, tragedia, comedia, filosofía, medicina, retórica, legislación y miscelánea. En algunos apartados había subdivisiones y, dentro de éstas, artículos consagrados a cada autor, ordenados alfabéticamente, que se iniciaban con unos apuntes (nombre, lugar de nacimiento, padre, apodo si lo tuvo, maestro, el género cultivado y el dialecto utilizado) y en los que se incluían, cuando era preciso, análisis sobre posibles atribuciones y clasificaciones. Se completaban con la relación alfabética, cuando era posible, de todas las obras. Junto al título de cada una ponía las palabras iniciales, el número de líneas o una nota, si era necesario, sobre su autenticidad. Algunas de estas listas han llegado a nosotros, como la que contiene 73 obras de Esquilo o las de Aristófanes.
No había ningún antecedente en lengua griega y por lo tanto fue suyo el mérito de planear y de llevar a cabo una empresa tan amplia y tan original. La idea debió de surgir del crecimiento gigantesco de la producción literaria griega y de la difusión del libro para la lectura individual. En lo que se refiere a la ordenación técnica, quizá Calímaco llegó a tener noticias de las grandes bibliotecas de Babilonia y Asiria y de las técnicas bibliográficas usadas por los filólogos y bibliotecarios que trabajaron en ellas. Mas no hay posibilidad de encontrar el eslabón de la cadena que asegure la transmisión de la técnica descriptiva de los bibliotecarios acadios a Alejandría.
Sin embargo, se pueden detectar algunos elementos comunes en ambas descripciones que hacen pensar en una influencia, posible por la incorporación política de los viejos pueblos mesopotámicos al nuevo mundo helenístico. Así tanto en las tabletas de arcilla como en los papiros, el título se colocaba al final del texto, y en los catálogos, además del título, se cita el incipit, comienza, o palabras iniciales. En las tabletas y rollos, a veces, se consigna el número de líneas e incluso en los márgenes del texto se van anotando las líneas ya escritas. Igualmente estas cifras pueden figurar en los catálogos. Finalmente no faltan rollos, como tabletas, en los que el escriba ha hecho algunas observaciones personales sobre el texto.
De otros dos Pínakes suyos tenemos noticias. Uno se titula Tabla y registro de los poetas dramáticos en orden cronológico desde el comienzo, basados en la Didascaliaí de Aristóteles y conservados parcialmente en unas inscripciones romanas que quizá adornaban las paredes de la Biblioteca. El otro Pínax se refiere al léxico de Demócrito.
Aunque parece haber sido hombre de profundos y enciclopédicos conocimientos, es muy probable que sus Pínakes no fueran una obra exclusivamente personal, sino el resultado del trabajo de un equipo dirigido, claro está, por él. Del hecho de haber contado con un grupo de jóvenes a sus órdenes, pudo surgir la nómina generosa de discípulos célebres que se le asigna, así como su supuesta dirección de la Biblioteca.
Resumiendo, los Pínakes no fueron superados en la Antigüedad y sirvieron para hacer el inventario de los libros griegos que se habían escrito y se iban escribiendo en número cada vez mayor, para ponerlos en orden y facilitar su manejo y estudio en la Biblioteca y, por último, para evitar su desaparición.
Discípulos de Calímaco fueron Hermipo de Esmirna, Istro y Filostéfano, que escribieron, respectivamente, biografías, y sobre historia y geografía.
También fue importante en la corte alejandrina el gran poeta Teócrito, amigo de Calímaco, que debió de frecuentar el Museo y utilizar la Biblioteca, y estuvo bien considerado por los reyes a los que aduló en sus poemas. Había nacido y se había criado en Sicilia en las últimas décadas del siglo cuarto y, después de una estancia en Italia y en la isla de Cos, se estableció en Alejandría, donde vivió en la primera mitad del siglo tercero invitado por Filadelfo, que le debió conocer en Cos y admirar su obra.
Su poesía, evocación de los campos sicilianos con los amores de los cabreros y campesinos, no sólo agradó en la gran polis, sino que influyó en la creación de la literatura bucólica, que gustó en Roma y en la Europa de la Edad Moderna. Destacó por sus obras cortas, que fueron llamadas posteriormente idilios, por los himnos y también por la curiosa moda de la tecnopegnia, consistente en la descripción de un ser u objeto, que quedaba dibujado por la distinta longitud de los versos, como su famosa siringa. También cultivó el epýllion, poema narrativo breve sobre la vida de personajes míticos en la que el amor tenía gran protagonismo.
Durante el Imperio Romano el rescoldo cultural creado por la Biblioteca y el Museo propició un gran ambiente cultural en la ciudad y fueron muchas las personalidades, que a pesar de haber vivido en otros lugares, sintieron, como Plutarco, la tentación de visitarla para consultar los libros y escuchar y departir con los grandes hombres que en ella residían. El peso de Alejandría fue durante estos siglos similar al de Roma, capital del Imperio o al de Atenas en sus escuelas. También en tiempos cristianos, pues hubo pensadores que tomaron parte muy activa en las discusiones teológicas.
Aunque la aportación a la filología de los alejandrinos fue muy grande, no todos los huéspedes del Museo y los lectores de la Biblioteca tuvieron interés en ella y en la poesía. Los hubo interesados en cuestiones religiosas y filosóficas. Además, la ciudad estuvo abierta a doctrinas variadas y esotéricas, como la astrología, que había aparecido en Mesopotamia y que se basaba en la influencia de los astros en la vida humana. Su doctrina ha perdurado hasta nuestros días en la creencia popular de los horóscopos.
La hermética, recogida en una serie de obras, Corpus Hermeticum, atribuidas a un personaje fabuloso, Hermes Trismegisto, parece una versión griega de los escritos del dios egipcio Tthoth, pero en realidad es un conjunto de pensamientos egipcios, gnósticos, judíos y griegos, que tratan de dar confianza al hombre y proporcionarle respuestas a sus posibles dudas y vacilaciones. El interés por estas obras perduró hasta el Renacimiento.
La alquimia, que nació en Egipto junto a la hermética, es nombre creado por los pensadores musulmanes. Se inició como resultado de la combinación de técnicas químicas, metalúrgicas y del vidrio, con doctrinas esotéricas, astrológicas, mágicas y místicas, aunque en un principio no buscaba la piedra filosofal, elixir, ni la conversión de metales en oro, que fue su destino posterior.
En Alejandría, si ciudad, vivió Filón, a caballo entre los siglos primero antes y después de Cristo, persona principal de la comunidad judía, y como tal fue enviado a Roma por sus correligionarios, misión que ha descrito en un opúsculo. Notable por sus estudios sobre la doctrina judía, estuvo muy influido por la filosofía griega, Platón, Aristóteles y los estoicos, e influyó a su vez, en el pensamiento cristiano y en el neoplatonismo posteriores. Destacó por sus comentarios al Antiguo Testamento, en especial al Génesis, que explica recurriendo a la alegoría.
Probablemente egipcio, Plotino terminó sus días en Roma e Italia, siglo segundo, cuyos escritos, medio centenar, fueron recogidos por un discípulo Porfirio y ordenados en seis Enéadas, nombre de nueve obras. Sus ideas influidas, por el pensamiento oriental, han sido apreciadas de forma distinta a lo largo de la historia, pero se le ha considerado uno de los pensadores más profundos.
Los cristianos en Alejandría se vieron expuestos a las controversias religiosas motivadas principalmente por los gnósticos y arrianos. El primer gnóstico parece haber sido alejandrino, Cerinto, judío convertido al cristianismo, del que no se ha conservado texto alguno, y que mantuvo contacto con San Juan Evangelista. Basílides en el siglo segundo llevó a cabo en Egipto una amplia labor predicadora y entre sus obras destacan un comentario al evangelio de San Lucas en 24 libros, que se ha perdido, así como Salmos y Odas. También se tienen noticias de cuatro obras de su hijo y seguidor Isidoro, como de algunas obras perdidas de Valentín, que vivió en el siglo segundo.
Clemente de Alejandría, segunda mitad del siglo II, nació en Atenas en una familia pagada. Convertido al cristianismo estudió en la escuela catequística de Alejandría, dirigida por Panteno, que él mismo dirigió más tarde, hasta que en 202 escapó a Capadocia huyendo de la persecución de Septimio Severo y allí murió en la segunda decada del siglo III. Muchos de sus escritos se han perdido, pero entre los que han sobrevivido más o menos completos se encuentran Exhortación a los griegos para probar la superioridad del cristianismo sobre las religiones y filosofías paganas, el Pedagogo, exposición de las enseñanzas morales de Cristo y Strómata, Tapices, con materia variada. Tenía un buen conocimiento de la literatura griega y una gran fe, pero sus ideas religiosas no fueron bien acogidas porque no renunciaba al conocimiento racional.
Orígenes, que vivió en la primera mitad del siglo III, nació en Alejandría en una familia cristiana, fue víctima de persecuciones religiosas, pues su padre pereció en las de Septimio Severo. Fue discípulo de Clemente en la escuela catedralicia, que dirigió posteriormente a pesar de ser laico, aunque finalmente fue ordenado sacerdote. Viajó a Roma y después se estableció en Palestina, donde sufrió en sus carnes la persecución ordenada por Decio. Su autoridad fue reconocida por la Iglesia oriental en criticismo textual de la Biblia, en exégesis y en teología, y ejerció una gran influencia en la comunidad cristiana. Tuvo muchos seguidores, pero algunas de sus ideas no fueron aprobadas por las autoridades eclesiásticas y fue repetidamente condenado.
La mayoría de sus numerosas obras se han perdido. Entre ellas destaca la Héxapla, que presentaba el texto bíblico distribuido en seis columnas destinadas respectivamente al texto hebreo del Antiguo Testamento, a su transliteración en caracteres griegos, a las versiones griegas de Aquila y Sínmaco, a la Septuaginta, y a la revisión de Teodoción. Solo han sobrevivido fragmentos. Mejor suerte han tenido algunos comentarios bíblicos, con tendencias alegóricas y buscando un sentido moral y místico, conservados, además, en las versiones latinas de Rufino y San Jerónimo. Una exposición del dogma cristiano contiene su temprano De principiis, al que siguieron Contra Celso, Exhortación al martirio.
Sinesio de Cirene, de noble familia, viajó a Atenas y a Bizancio y residió largas temporadas en Alejandría, donde fue discípulo de Hipatia, hija del matemático Teón, que murió arrastrada por la calle en una revuelta de cristianos. Ocupó cargos políticos y escribió notables himnos, tratados, homilías y discursos, muy admirados en Bizancio por su contenido y estilo. Acabó sus días siendo obispo de Tolemaida.
También se cultivó en la historia y uno de sus más destacados historiadores fue el fundador de la dinastía, Tolomeo Sóter, autor de una obra sobre las campañas de Alejandro, valiosa por haber sido testigo presencial de los hechos narrados. También había que recordar a Hecateo de Abdera, contemporáneo de Sóter y autor de una popular Historia de Egipto, Egipcíaca, en la que se inspiró el egipcio Maneto de Sebénnito, sacerdote de Heliópolis, que asesoró a Sóter en el establecimiento del culto a Sérapis. Escribió en griego, quizá por encargo de reyes, una historia de Egipto, desde los primeros tiempos, que dedicó a Filadelfo y para la que usó las listas de los reyes y documentos históricos. Menciona las treinta y una dinastías y las divide en tres partes, que se vienen a corresponder con el antiguo, medio y nuevo imperio. El texto se ha perdido pero fue utilizado por historiadores posteriores que han conservado algunos fragmentos. En el siglo II d.C. Apolonio de Alejandría, que en Roma ejerció la abogacía, escribió una Historia de Roma, de la que se ha conservado algunos libros.
El gran número de estudiosos que trajo la difusión del libro y la formación de bibliotecas tuvo como consecuencia la aparición de ciencias particulares desgajadas del tronco común de la filosofía. Hubo científicos dedicados a la astronomía, a las matemáticas y a la medicina, entre otras materias, cuyas obras traducidas al árabe, impulsaron el pensamiento de los países islámicos, y posteriormente a partir del siglo doce, el cristiano europeo. También se preocuparon del progreso técnico, que se orientó al servicio de la guerra y al juego o entretenimiento, desentendiéndose de la utilización de las máquinas para reemplazar el trabajo humano, que hubiera influido en la vida económica.
Figura destacada de este campo fue Ctesilio, hijo de un empleado de Filadelfo, del que no se conserva, sin embargo, obra alguna. Preocupado por las máquinas neumáticas, fue el inventor, entre otros ingenios, del órgano de agua y del reloj también de agua, de una bomba de incendios y de una catapulta que utilizaba cuerdas retorcidas.
La astronomía fue estudiada por razones filosóficas y religiosas, aparte de por su utilidad para la navegación y la fijación del calendario. También por simple curiosidad. En las explicaciones del universo se debatieron entre el geo y el heliocentrismo.
Dentro de los astrónomos y matemáticos notables figura Hiparlo de Nicea, siglo II a.C., que vivió temporalmente en Alejandría, atacó a Arato por los errores en la descripción de los astros en sus Fenómenos y tuvo gran fama en la Antigüedad hasta el extremo de creerse que sus ideas, fruto de continuas observaciones, fueron incorporadas a sus obras por Claudio Tolomeo.
También lo fueron las de Apolonio de Perga, Panfilia, segunda mitad del siglo II a.C., que se formó en Alejandría entre los discípulos de Euclides, destacó por sus estudios sobre las secciones cónicas, confeccionó tablas de eclipses, se interesó por la óptica y su autoridad ha sido reconocida hasta el siglo XVIII. De sus ocho libros, cuatro se han convertido en griego, tres en árabe y el último se ha perdido. Su papel en el estudio de las secciones cónicas es similar al de Euclides en geometría.
La aportación al conocimiento de la astronomía más importante hecha por un alejandrino fue la de Claudio Tolomeo, nacido en Tolemaida, que vivió en el siglo II d.C. Tras numerosas observaciones y estudios matemáticos dio a conocer su teoría geocéntrica, que la Tierra estaba fija y a su alrededor giraban el Sol, la Luna y los planetas, teoría que ha perdurado a lo largo de más de un milenio, hasta que la echó abajo Copérnico. Su obra más importante fue Mattematika Syntaxis, Composición Matemática, conocida en la Edad Media como Almagesto por los estudiosos árabes, que es una abstracción , no una representación del mundo físico. Igualmente realizó un catálogo de más de mil estrellas. Su Tratado de Geografía ha tenido larga vigencia por su descripción del mundo y en él menciona más de ocho mil nombres de lugar y fija su longitud y latitud, aunque la noticia de las tierras excéntricas y poco conocidas del norte, del este y del sur contenían grandes errores. Algunos de sus obras nos han llegado en traducciones latinas medievales de obras árabes. Estuvo también interesado por la música y por la óptica.
Euclides escribió, acogido al Museo, sus famosos Elementos en quince libros, base de la ciencia matemática durante siglos, que estuvieron presentes en las bibliotecas medievales y fueron impresos a partir del siglo quince. Se cuenta que contestó a Tolomeo I, cuando le preguntó si había un camino más corto para entender sus ideas, que en geometría no había caminos reales. Escribió también sobre astronomía, óptica y secciones cónicas.
Arquímedes, matemático e inventor, vivió en Siracusa y fue muerto por un soldado romano durante el asalto de la ciudad por las tropas de Marcelo mientras estaba ensimismado en los cálculos que hacía en la arena. Su trágica muerte y su fama de hombre preocupado por su vida interior han dado lugar a frases legendarias como “Dadme un punto de apoyo y moveré la Tierra”, o a la exclamación Eureka cuando descubrió la ley del impulso de las aguas sometidas a presión. Fue admirado por su capacidad inventiva, que se materializó en instrumentos y máquinas para la defensa de Siracusa. Tuvo buenas relaciones con los alejandrinos porque en su juventud vivió en la ciudad y fue amigo de Conón de Samos y del bibliotecario Eratóstenes, al que dedicó su obra Método, cuyo texto ha sido descubierto en 1906 en Constantinopla. Se conservan bastantes obras suyas en griego y algunas en árabe. Descubrió la fórmula del área del triángulo y el valor de pi.
Herón de Alejandría vivió quizá en la segunda mitad del primer siglo de la era cristiana. Se dedicó a las matemáticas y a la mecánica aplicada, sin ser original en ninguno de los dos campos, porque fue principalmente un recopilador de ideas ajenas. Se interesó más por la de problemas prácticos que por la teoría. Sin embargo, sus obras tuvieron gran predicamento en Roma y en la Edad Media. Entre ellas destaca Métrica, tres libros dedicados a la medición de superficies y volúmenes, Dioptra, sobre instrumentos para medición a distancia, Neumática, sobre ingenios accionados por aire a presión y corrientes de agua, y Mecánica, tres libros conservados solo en árabe, dedicada al movimiento de pesos con el menor esfuerzo.
Teón de Alejandría, matemático y astrónomo, editor de los Elementos y comentador de Almagesto de Claudio Tolomeo, recogió las Tablas manuales de éste, única versión conservada, que gracias a él fueron conocidas entre los estudiosos árabes y después entre los cristianos.
Finalizada la Edad Antigua, siglo cuarto, vivió Pappo de Alejandría, matemático que concibió teorías interesantes, pero cuya apreciación mayor se debe a las informaciones que facilitó de matemáticos anteriores, entre otros Euclides, Tolomeo y Arquímedes. De su obra más importante, Synagogé, Colección>>, sobreviven algunos libros.
Nacido a finales del siglo I a.C. en el Ponto y testigo de su incorporación a Roma, Estrabón visitó Alejandría durante algunos de sus numerosos viajes y vivió en ella cuatro años trabajando en la Biblioteca. Su Geografía en 17 libros, una de las obras más importantes de la Antigüedad, es un documento valioso para el conocimiento de la ciudad, que en realidad formaba parte de una obra que pretendía ser la continuación de Polibio.
Un puesto destacado en los progresos de la anatomía y fisiología le corresponde a Herófilo de Calcedonia. Descubrió los nervios, averiguó que partían del cerebro y de la médula espinal y que las arterias llevaban sangre, impulsada por el corazón, todo ello mediante la vivisección practicada sobre criminales cedidos por el rey. Tertuliano le recriminó en De anima por la crueldad que suponía la vivisección. También le censuró el romano Celso, pero en aquellos tiempos no todos sentían escrúpulos humanitarios y Mitrídates VI y Atalo III solían envenenar a criminales para comprobar los efectos de los antídotos.
Pero el gran médico de la Antigüedad fue Galeno de Pérgamo, siglo II d.C., que de médico de gladiadores en Asia Menor llegó a serlo en Roma del emperador Marco Aurelio. Hombre entregado a los libros, primero le sedujo la filosofía pero acabó dedicado plenamente a la medicina. Seguidor de Platón y de los hipocráticos, dominaba la teoría y la práctica, la diagnosis y la prognosis, y pensaba que el médico tiene que tratar con individuos. Destacó en anatomía y fisiología, a cuyo dominio llegó tras cuidadosas disecciones. Probó que, a través de las venas y arterias, corría la sangre. Su autoridad posterior fue comparable a la de Aristóteles. Como en el caso de Claudio Tolomeo, las teorías de Galeno se mantuvieron un milenio.
Contemporáneo de Galeno, vivió alrededor del año 200, fue Ateneo de Náucratis, conocedor de Alejandría, tan próxima y autor de un libro curioso, Deipnosophistaí, El banquete de los eruditos>>, perteneciente a la literatura de simposios. Describe un banquete que dura una semana ofrecido a sus huéspedes por un rico romano, Larensis, en cuya casa romana se celebra la reunión. Es una erudita exhibición que se centra principalmente en la descripción de los banquetes y en la gran variedad de alimentos. Abundan las reflexiones filológicas y las citas literarias, en especial de los poemas homéricos. Recoge citas de más de mil autores, otras tantas obras e incluye más de diez mil versos. Cita también anécdotas y noticias de personajes famosos, de desfiles brillantes organizados por Antíoco Epífanes y los Tolomeo, así como la descripción de las soberbias naves mandadas construir por Filopátor y Hierón, de dimensiones tales esta última que tenía problemas para gobernarla y se la regaló a los reyes de Egipto. No le falta a Ateneo el sentido del humor, como muestran los versos, muy alejados del espíritu homérico, de Eubulo, prolífico autor de comedias aficionado a la parodia, que cita a propósito de las desventuras de los guerreros que acudieron a Troya:
Aún más, ni una sola cortesana conoció a ninguno
de ellos: se manosearon unos a otros durante diez años.
Amarga campaña vieron ellos que, habiendo tomado
una sola plaza, se marcharon con los culos mucho más
anchos que la ciudad que entonces expugnaron.
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