Hace unas semanas, Kodama visitó el sur de la Florida para dar una charla gratuita sobre la vida de Borges en el Miami Dade College. El escritor Carlos Alberto Montaner dialogó con ella. Luego del encuentro, El Nuevo Herald pudo hablar algunos minutos con Kodama.
¿Qué opinión tenía Borges de Estados Unidos?
Borges adoraba este país, por la fuerza que tenía y por la literatura, ya que a él le gustaban en su mayoría autores ingleses y norteamericanos. Además Borges tuvo una formación por su abuela inglesa. Muchas de sus historias están relacionadas con cosas que ella le contaba. También el conocimiento que él tenía de la Biblia se lo debe a su abuela. En esa época la lectura de la Biblia estaba prohibida a los católicos por temor a una mala interpretación. En cambio los protestantes todavía hoy en día tienen la obligación de leerla. Todo eso lo formó para que tuviera interés en esa cultura. También aprendió las dos lenguas al mismo tiempo.
Tradujo a Oscar Wilde a los 11 años.
Sí, en la casa creían que el padre había hecho la traducción, pero después cuando se dieron cuenta, quedaron admirados. Hace algunos años una editorial tuvo un gesto muy lindo: publicar esa misma traducción, que era la del cuento El príncipe feliz.
Además de estar junto a él en los viajes, fue testigo del proceso creativo de Borges. ¿Cómo era su método de
trabajo?
Muchas de las composiciones eran sueños. En esa época ya no veía. Todas las mañanas se daba baños de inmersión y ahí pensaba si lo que había soñado servía o no. Si servía, entonces pensaba si era para un cuento o un poema. Después del desayuno me empezaba a dictar y yo sabía que era para un cuento o poema porque cuando era un poema él cerraba los ojos y empezaba a contar las sílabas en el aire. Y después corregía mucho. Borges decía que había que tener muy claro el principio y el final de un cuento, si no, no convenía escribirlo. Después empezaba por párrafos. Esa corrección era infinita, sobre todo su poesía.
Tal vez la semblanza más exacta de los últimos días de Borges la escribió Héctor Bianciotti en Como la huella del pájaro en el aire. ¿La leyó?
Esa semblanza es muy buena. Héctor fue un gran amigo y una gran persona. Junto a Marguerite Yourcenar estuvieron haciéndonos compañía en Ginebra. Héctor estuvo el día que murió Borges. Además, él nunca intentó ayudarnos para su beneficio: Borges se enteró de que él escribía porque yo se lo dije. Héctor era una persona muy especial.
Cuando Norah Borges supo que su hermano falleció en Ginebra comentó que le parecía extraño que él hubiera decidido morir lejos de Buenos Aires. Alguna vez le había dicho que su deseo era descansar en la bóveda familiar que los Borges tenían desde el siglo XIX en La Recoleta.
Puede haber sido así en algún momento. Pero la vida de la gente y su modo de pensar van cambiando. Algunos piensan que somos una roca, y no es así. Borges fue evolucionando. Por ejemplo, Borges era racista. Hizo declaraciones terribes contra los negros en Estados Unidos. Y sin embargo, luego él cambió. Por otro lado, Borges quiso irse a Ginebra porque sabía que iba a morir. Pensé que era por temor, que es la peor esclavitud porque es la impuesta por uno mismo. Hablé con los editores en Europa y me comentaron que podían darnos un avión sanitario. Nunca me voy a olvidar: Borges me abrazó y dijo que si yo lo quería como decía que lo quería, en ningún momento podía querer que su agonía se convirtiera en un espectáculo empapelando las calles de Buenos Aires. Porque me comentó que recordara lo que habían hecho con Ricardo Balbin, el eterno opositor de Perón. Cuando estaba internado, ya en su agonía, semidesnudo, con cables por todos lados, una revista le sacó una foto que se vio en todo el país. Su hijo al verla sufrió un infarto. Fue una vergüenza.•
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