La imposibilidad de vivir en un cuento de Borges

Por Arelí Chavira y Jesús Chávez Marín

 Cuando la vi entrar en la cafetería de la facultad y caminar con tal seguridad, como si siempre hubiera estado ahí, me di cuenta que era ella. La he venido observando: su manera de caminar, de dar esos giros sobre sí misma, su expresividad, su independencia, su manera de moverse, de ser feliz, sus boinas, su personalidad. De inmediato supe que debía de hablarle, contarle todo.

 Lo más probable sería que no creyera nada, sin embargo debía correr el riesgo. No era posible que la hubiera encontrado, que existiera.

 ―Hola ―le dije― soy David. Estudio quinto semestre de filosofía, tú eres Jazmín, ¿verdad?

 Ella dio un giro de los que acostumbraba, me miró y me dijo en medio de una sonrisa franca:

 ―Sí.

― ¿Podría hablar contigo más tarde, cuando las clases hayan terminado?

 ―Claro ―me respondió intrigada.

 ―Te espero en los escalones de la entrada de la facultad ―le indiqué.

 Salí tranquilo del salón, aunque temía que ella pudiera pensar que mi historia era una treta barata para llamar su atención. Pero debía intentarlo.

 Ahí estaba sentada en los escalones, me vio y sonrió de nuevo.

 ―Hola, qué es eso tan importante que me quieres decir.

 Me quedé en silencio un momento, y luego:

 ―Quiero contarte algo, pero por favor no pienses mal. Si no me quieres creer, no importa, pero no vayas a pensar que te estoy tomando el pelo o que quiera llamar tu atención de este modo.

 Ella con tono serio:

 ―Está bien, pero ya dime qué es.

 ―Cuando era niño, me gustaba escribir; en ese entonces hice un cuento en el cual yo era el protagonista, me llamaba Juan García, el nombre de mi mejor amigo de la secundaria, y el personaje tenía una amiga con la que jugaba a los carritos, las canicas, el trompo y además nos gustaba subirnos a los árboles y ver el atardecer. Su nombre era ―me detuve un momento― Jazmín.

 Abrió los ojos en señal de sorpresa y dijo:

 ―A mí también me gustaba jugar con mis amiguitos a esos juegos y ese es mi nombre completo

 Nos quedamos en silencio. Primero, no podía creer que ella me creyera. Segundo, era imposible que su nombre fuera igual al de mi personaje.

 ―Cuéntame más por favor ―me pidió.

 ―A mi amiga del cuento le gustaba pisar las hojas secas,  siempre guarda en sus libros las más grandes, como tú lo haces. Viste, pantalones cortos y overoles con tenis; le gusta jugar al futbol y usar una gorra de beis. Ella es optimista, emprendedora, siempre lleva la iniciativa. Debido a todas las aventuras por las que hemos pasado, quiero decir, que ha pasado con su amigo Juan, sus rodillas parecen rompecabezas. Es extremadamente sensible, pero también fuerte. Tu vivo retrato.

 Me miró sorprendida y con tono juguetón me dijo:

 ― ¿Así que me salí de tu cuento? ¿Y ahora qué vas a hacer conmigo?

 La miré a los ojos:

 ―Podemos seguir siendo los mejores amigos y continuar la historia.

 ―Tengo una mejor idea ―me dijo con tono coqueto. Yo me emocioné, pero ella me bajó de la nube en un santiamén:

 ―Qué tal si mejor inventas una donde el personaje principal sea parecido a Brad Pitt. Quien quita y él también se salga del cuento.